Sostenía el politólogo francés Daniel-Louis Seiler que, al generalizarse la sustitución del sufragio censitario por el universal en los sistemas políticos europeos, la socialdemocracia reemplazó a liberales y conservadores como fuerzas cohesionadoras en el nivel estatal. Este escenario también había sido enunciado por Lipset y Rokkan en Party Systems and voter alignments, mediante la congelación de los cleavages provenientes de las Revoluciones Nacionales e Industriales en los formatos originales de los sistemas de partidos.
Todos ellos, por lo tanto, coincidían en la privilegiada capacidad de la socialdemocracia para copar los debates socioeconómicos y facilitar enlaces entre centro y periferia, de manera que esta línea de fractura se atemperaba por su fusión con la funcional superpuesta de clase.
Quedan lejanos los tiempos que hemos evocado, en los que los partidos socialdemócratas nacionales se revelaban como los únicos capaces de organizarse, más o menos homogéneamente, en el eje translocal. Esta primigenia fortaleza, relativa a su implantación, les ha conferido una centralidad preeminente a la hora de ejercer el pacto y poder formar gobiernos, pero también les ha supuesto una intensa competencia centrípeta por parte de sus adversarios.
De la mentada succión centrípeta de votos surge el concepto de pinza, el cual alcanzó gran popularidad en los primeros noventa del siglo pasado por estos lares. Aquella pinza la ejercían, al alimón, un PP que ya se postulaba como alternativa de gobierno y la IU de Anguita que se planteaba el sorpasso, constituyendo las elecciones al Parlamento Europeo de 1994 su plasmación más efectiva.
Aunque las pinzas se aplican a los partidos en el gobierno, la posibilidad de recambio en el mismo que atisban las encuestas y que puede implicar al PSOE como líder minorizado in pectore de la nueva mayoría está extrapolando sus efectos al principal partido de la oposición, amplificador mediático mediante.
Desde las filas socialistas no sólo han de estar preocupándose por mejorar los exiguos resultados que se les predicen, sino que también deben de estar haciéndose votos por un engrandecimiento suficiente de UPyD como partido bisagra, escenario que se antoja todavía lejano y que, como primera condición facilitadora, requiere de la omisión de Ciutadans en la arena estatal tras una hipotética experiencia desalentadora en las próximas elecciones al Parlamento Europeo.
La complejidad de la nueva pinza que ya se columbra y promociona a partes iguales estriba en que a las competencias centrípeta –PP- y centrífuga –IU y otros partidos con aire de familia-, aliñada en esta ocasión con un marchamo de desafección antipartidista, se sumará probablemente un tercer factor de discordia inevitable para los socialistas, el debate sobre el asunto de la consulta catalana y la enmienda a la organización territorial del Estado.
Es realmente la madre del cordero, con una trascendencia muy superior a los contenciosos del eje izquierda-derecha y, sin duda, el más difícil todavía para el PSOE.
La puerta abierta a una ingrata Gran Coalición para los socialistas, de consecuencias impredecibles en el terreno electoral (repásense los últimos resultados del PASOK tras similar experiencia) y únicamente justificable por razones de Estado que, obviamente, dejarían en un segundo plano a ese PSOE “más rojo, morado y verde” que Elena Valenciano invocaba antes de su última Conferencia Política.