Si atendemos a lo que sale en todos los medios de comunicación, es como si a Donald Trump lo hubiéramos elegido nosotros. No se habla de otra cosa. No se escribe de otra cosa. No sale en los medios más que el nombre de Trump. Todo lo demás ha pasado a un segundo término. Incluso los líos internos en el PSOE y Podemos ocupan espacios más reducidos en las listas de éxitos mediáticos. Trump. Trump. Trump. Mires donde mires sale Trump. Es como si en vez de Rajoy, nuestro presidente fuera Trump. Ya sé que lo que decida ese loco de la vida (o de la muerte) nos afecta a la humanidad entera. Pero la humanidad entera es muy grande y yo no llego a alcanzar sus dimensiones con mi vista cada vez más cargada de dioptrías. Cuatro en cada ojo. Nada menos.
Ese tipo fulero y despreciable ya ha empezado a cumplir sus promesas. Seguramente -esta vez por desgracia- es el único presidente que cumple sus promesas electorales. Nadie que a él no le apetezca entrará libremente en EEUU. A mí me da igual porque nunca vuelo y mi nombre aparecía hace tiempo en la lista de cien paisanos nuestros que no podían entrar en ese país, un país -por otra parte- del que sólo me interesa el plató urbano donde Woody Allen rueda sus películas. Seguramente van a seguir a esas decisiones otras lo mismo de canallas. Y seguramente también abrirá barra libre a las torturas de los detenidos. Y más seguramente mantendrá abierto ese Guantánamo que Obama tampoco se atrevió a cerrar, como debería de haber hecho en sus ocho años de mandato. Y es lo más seguro que su afición a las armas aumentará con el diseño de nuevas bombas por si le hace falta acabar con el mundo entero. Todo eso es Donald Trump. Y a lo mejor mucho más.
Pero a mí me preocupan nuestros Trump. Los que tenemos cerca y parece que ya los hemos asumido porque no hay más remedio que asumirlos.
Aquí tampoco entran ni refugiados ni inmigrantes. Sólo a cuentagotas y los que quiere el gobierno. Casi nada. Casi nadie. Nos comprometimos a recibir a miles y apenas hemos llegado a una docena. Y esa inmigración se sigue ahogando en nuestra costa. Y si llegan a tierra firme los devuelven enseguida o los llevan a los CIE, que son como nuestros guantánamos de andar por casa. Y si se libran de esas cárceles clandestinas tendrán que andar por la vida cagados de miedo, vendiendo objetos baratos entre la persecución policial o trabajando en el campo por mucho menos jornal que el que está estipulado por los convenios agrícolas. Las fronteras no son sólo las que se levantan con cemento armado en la forma de muros monstruosos. Las fronteras están en todas partes y aquí -sin ir más lejos- el racismo, la xenofobia, el desprecio al diferente sin recursos son las fronteras bien visibles que impiden la libre circulación de la extranjería pobre por nuestro territorio. Y las torturas ¿qué? ¿De verdad no existen en nuestro país tan decididamente volcado en los derechos constitucionales? ¿Y el derecho a la vivienda, y a la libre manifestación, y a un trabajo que te permita no morirte de hambre, y a una sanidad y enseñanza públicas sin añagazas privatizadoras nada encubiertas, y a la dignidad de una memoria machacada por la dictadura y machacada también por unos tipos que, desde el gobierno actual, se niegan a cumplir el mandato de una Ley que se pasan siempre por el forro de su filiación franquista?
La pregunta básica: ¿también de toda esa barbarie y de muchas otras que me dejo en el tintero tiene la culpa Donald Trump?
Claro que Trump es una mala bestia. Y tanto que lo es. Pero ojo con la mala bestia que tenemos aquí mismo, ya no sólo cerca sino metida hasta las entrañas en nuestro sistema radicalmente desigualitario. El muro entre la riqueza y la pobreza se levanta vergonzosamente orgulloso en nuestras propias vidas. El diferente pobre no es lo mismo que el diferente rico. La humillación a que seguimos sometiendo a quienes llegan a nuestros pueblos desde la miseria económica o la persecución política es el pan nuestro de cada día.
Si hemos de acabar con esos muros de la vergüenza, empecemos por derribar los que lamentablemente y con un cinismo que aterra levantamos cada día a la puerta misma de nuestra casa. Empecemos por ahí. Y a Trump que le den mucho por el saco.