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Ayer publiqué Cuando bajen las aguas. Tenía un objetivo muy sencillo: compartir desde la emoción las vivencias de una víctima de las inundaciones de 1982. Seguramente las únicas comparables con las que padecemos en la Comunitat Valenciana junto con las del Turia en 1957. Hoy me siento avergonzado, vil, incluso ruin. Mi relato palidece ante la cruda realidad. Nadie puede siquiera aproximarse a lo que ha sucedido en estos días.

El 20 de octubre de 1982 tuvimos una ventana de oportunidad en función de nuestra distancia geográfica con el Pantano de Tous. Durante ocho horas pudimos tomar decisiones y algunas personas las tomaron. Se subieron coches a los barrios altos y algunos, muy pocos, hasta desmontaron muebles. La policía local circuló por el pueblo ordenando subir a los pisos.  Hasta los más imprudentes tuvimos el control sobre nuestros actos y salvamos la vida. Lo que no teníamos en aquellos años era la información técnica y la cultura científica de 2024.

No puedo ni siquiera acercarme a la angustia infinita de las personas que han visto subir el agua subidos a un coche, o en un tren. Trato de hacerlo. De imaginar la terrible sensación de no comprender qué es lo qué te está pasando mientras una muerte cruel llega.  Y honestamente, desde mi más absoluto desconocimiento no puedo dejar de hacer preguntas que vienen de la experiencia.

El refrán valenciano es muy claro “a la vora del riu no faces niu”. Y, sin embargo, parece que los responsables de la legislación sobre vivienda y planificación urbanística no conocían el proverbio ni los modelos geológicos y climáticos. En la ciudad de Valencia las lecciones aprendidas condujeron al Plan Sur, al nuevo cauce del Turia. Y sin embargo hemos autorizado construcciones en zonas inundables. ¿Por qué se autorizaron? ¿Por qué no se incluyó entre las cargas de la urbanización la sobreelevación del terreno y el adecuado encauzamiento de las rieras?

En 1982 el cuerpo de voluntarios de la Cruz Roja de Carcaixent dejó todo y se desvivió por su comunidad. Desde entonces hemos legislado y dotado de recursos a Protección Civil y nuestro conocimiento y medios han crecido. Se supone que las autoridades responsables de planificar las emergencias deben actuar conforme a protocolos establecidos. Los modelos de gestión del riesgo, presentes en decenas de normas de estandarización, exigen dibujar escenarios que correlacionan la probabilidad de que una amenaza se materialice con su impacto potencial. Hasta el más necio sabe que la probabilidad de DANA en la costa mediterránea es alta o muy alta y que en zonas bajas densamente pobladas el impacto es devastador. Y ello exige un plan de contingencia porque el riesgo resultante únicamente es mitigable en prevención y reparable en los daños.

¿Y si esto es así por qué se eliminó la Unidad de Emergencias de la Comunitat Valenciana? ¿A partir de cuantos muertos resultaría rentable? De hecho, hay una pregunta que me tortura. Cada año hago una advertencia a mis estudiantes. Cuando exista alerta de DANA les prohíbo venir a clase, aunque no se haya suspendido. La experiencia me hizo aprender que el riesgo está en los desplazamientos y no quiero sentirme culpable de un accidente o de una muerte. Esta vez, la Universitat de València suspendió las clases de inmediato y envió a sus trabajadores a casa poco después. Cabe entender que la información que manejó su Comité de Emergencias estaba al alcance del resto de las administraciones. ¿O no?    

En 1982 tuvimos tres fuentes de información: la sirena del pueblo a todo trapo, los altavoces de los coches policiales y la radio. Hace unas semanas en Estados Unidos los servicios públicos de emergencia lanzaron un mensaje tan contundente como claro. Llega un huracán si Vd. no evacúa haga el favor de rotular su nombre en partes visibles de su cuerpo para facilitar la identificación de su cadáver. La pregunta es inevitable. Por qué en el año 2024 en una sociedad hiperconectada la alerta llegó tan tarde. En primer lugar, los medios convencionales no han desaparecido: la radio existe y la gente la escucha. Y para las generaciones que se informan de otro modo existe el teléfono móvil. Sin embargo, en la prevención de emergencias el mensaje sobre lo obvio aunque ayuda a la mayor parte de la población llega tarde para los que van a morir.

En 1982 la economía se hundió. Sufrimos paro y pobreza. Remontar costó décadas y muchos negocios y personas no se levantaron jamás. Y en este contexto hay una lección aprendida. Las políticas de austeridad son ineficientes. No basta con declarar zona catastrófica y dar unas ayudas cuando las personas han perdido todo y el tejido productivo desaparece. Y esta vez el impacto no se ha producido sobre una zona agrícola, ha impactado directamente en polígonos industriales estratégicos para la región y ha afectado a infraestructuras críticas para la comunicación y el transporte. Ahora cada minuto, cada euro, van a contar.

Las víctimas de 1982 esperamos años a obtener información fidedigna sobre lo que sucedió, y una justicia y reparación más que relativas. Hoy esto no es tolerable. Se impone de manera urgente una investigación que analice exhaustivamente todo lo sucedido. La Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) alertó sobre la DANA desde el viernes 25 y emitió una nota muy precisa el día 28 donde una frase retumba con la sonoridad de un trueno: “5.-Grado de probabilidad: Alto (> 70 %)”. Y el 29 hubo un aviso rojo a primera hora del día. Posteriormente a las 14.30 el aviso especial de fenómenos adversos número 17/2024 del que se podía deducir un riesgo muy alto con claridad meridiana.

En 1982 en Carcaixent tuvimos un margen de acción preventiva de horas. Y hasta el más iletrado sabía que cuando llueve en el cauce alto del Xúquer y el Albaida vendrán muy mal dadas. Como también sabemos que cuando llueve intensamente en la sierra los barrancos desbordan con rapidez y virulencia. Hoy manejamos modelos de previsión muy complejos, y también certeros. Podemos medir casi en tiempo real la intensidad de la lluvia y su impacto en los cauces río abajo. ¿Qué es lo que no ha funcionado?

Ayer escribí Aguas abajo desde la emoción y el miedo. Hoy desde el insomnio y la racionalidad. Enterremos a nuestros muertos, seamos solidarios y empáticos con las víctimas. Pero desde el lunes hay que investigar, obtener lecciones aprendidas y rendir cuentas. 100 familias destrozadas para siempre y comarcas enteras merecen saber.