Almódovar es casa

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Almodóvar es mi padre. Ese iba a ser el título de lo que quiera que sea esto que escribo. Pero, al final, el pavor a caer en un clickbait desenfrenado y torticero me llevó a decidir esta otra frase, tan certera para mi caso como la primera, pero menos tramposa. Almodóvar es casa. Porque Pedro —así le llamamos mi madre y yo— es mucho más que uno de los mejores directores de cine que existen, al menos para mí, aunque sospecho que también para otros tantos miles de personas. Y empezó a serlo allá por la década de los ochenta, cuando yo todavía era una niña que no sabía lo que era un cine.

En 1985, Gabriel López y Adriana Barceló, una pareja de recién casados y residentes en Alicante, tomaron un Talgo hasta Madrid con el destino manuscrito en un cuaderno: la dirección de la productora El Deseo. Gabriel llevaba años soñando con la idea de rodar historias, pero la falta de medios económicos —así como la lejanía a los espacios en los que esos proyectos entraban dentro de los marcos de lo posible—, le empujó a la idea de hacerle llegar en mano a Pedro algunos de sus guiones. Cuando supe esto por boca de Gabriel, me sorprendió la inaudita osadía en alguien tan patológicamente prudente como él. Por eso, la decepción al conocer el final aquella aventura fue tan grande que aún me pesa. Porque, una vez llegaron al edificio en cuestión, ni Gabriel ni Adriana se atrevieron a llamar a la puerta. Imagino a esa pareja de veinteañeros, tan guapos como pobretones, mirando el cuadro de timbres anclado al portal como si fuera el altar de la virgen. Si cierro los ojos, veo a Adriana, siempre más echada para adelante, rozando con la punta del dedo el interruptor de EL DESEO y, seguidamente, a Gabriel apartándolo con esa risa nerviosa que precede a los atrevimientos. Finalmente, creo que se fueron a pasear al Retiro y a visitar el Museo del Prado.

Nunca he olvidado aquella anécdota. Se me quedó petrificada en la memoria a modo de leyenda. Poco después de aquel viaje infructuoso, Gabriel aparcó su sueño de hacer películas. Y lo hizo sin dramas, por supuesto, con esa naturalidad con que la gente humilde sepulta las ganas de ser otro y acaba haciendo lo que se le presupone. Si me atrevo a desvelar esto es porque mi padre, Gabriel, murió hace cinco años. No le habría gustado que yo revelara a los cuatro vientos esta especie de secreto familiar, pero lo hago porque creo que en aquel presunto acto cobarde se escondía, en realidad, el amor platónico y poético por el hacedor de historias que inspiró a muchos parias de la Tierra, como mis padres, a encontrar un mundo nuevo en el que, por fin, tenían cabida. Almodóvar hizo magia: en los estertores del franquismo, un manchego con pluma logró hacer saber no solo que otros relatos eran “posibles”, sino que, a pesar de la carcundia y el odio,“eran”, en el más puro y amplio sentido del verbo. Por eso, ahora sé que, en el fondo, mi padre había querido resguardar a Pedro de la posibilidad de decepcionarle y prefirió quedarse con la duda para seguir así disfrutando de su forma de contar a quienes no aparecían nunca en las narraciones canónicas: a la mujer hetera, harta y desesperada; al homosexual que no se esconde y que ama; a la trans inopinable y poderosa; a la anciana cuidadora y aguerrida; y, por encima de todas, a su madre: la inolvidable Francisca Caballero.  

Desde que entendí que mi padre no cruzó aquel umbral para salvaguardar la magia, he sentido aún más respeto por mantener las buenas costumbres familiares y no fallo a un estreno, ni dejo de leerle si publica y, por supuesto, me alegro como si fuera el tío Pedro de cualquier cosa buena que le pase, como que haya recibido por fin un León de Oro. Porque, en el fondo, Pedro Almodóvar —desde hace cinco años— es un trocito de mi padre.

PD: Por cierto, he de confesar que muchos años después Pedro nos resarció, aunque él no lo sepa. Cuando tenía yo veintitantos, participé en un programa de la tele llamado “Alta tensión” —ese en el que explotaban unas bombillas si fallabas la respuesta— y no sólo llegué a la final sino que gané el coche. Y es que el último panel que debía resolver rezaba “Películas de Almodóvar donde sale Carmen Maura”. No me digan si no es para quererlo en casa.