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CV Opinión cintillo

La ampliación del Puerto de València y la calidad del semen español

Alberto Ibáñez

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Esta semana arrancaba en el parlamento europeo, tras el intento frustrado de la derecha, con la aprobación de la ley de restauración de la naturaleza. Una ley que busca revertir de forma urgente la pérdida de la biodiversidad en Europa. Quizá haya quién crea que es un tema menor para salvar solo animalitos y flores. Pero resulta evidente, y con el aval de la ciencia, que tras salir de una pandemia mundial hagamos esfuerzos reales para combatir sus causas.

No podemos despistarnos ni recortar ambición. Nos va la vida en ello. Hay que hablar claro. De hecho, incluso el vicepresidente Timmermans contestó tajantemente tras el consejo europeo de medio ambiente, cuando de forma poco profesional fue preguntado sobre si apoyar las políticas de fomento del uso de la bicicleta era de izquierdas o de derechas. Sin pestañear, y de forma incisiva, explicó que “todavía en Europa, cada año mueren prematuramente 300.000 personas por la mala calidad del aire. Mejorar la calidad del aire es una política de familia, de derecho a la vida”.

Aquí, el candidato del PP, Estaban González Pons, amaga con parecerse más a sus colegas europeos que a sus compañeros de carnet que pactan con negacionistas. Lo que sería una buena noticia.

En el primer debate electoral González Pons aceptó la propuesta de nuestra candidata, Àgueda Micó, en trabajar de urgencia en una proposición para bloquear la ampliación del Puerto de València, al menos mientras no haya una declaración de impacto ambiental legal. Desgraciadamente, rápidamente, fue corregido por sus correligionarios de partido.

El lunes, en plena ola de calor, en un acto en Riba-roja me preguntaron que como era posible que hubiera gente que negaba el cambio climático y que quisiera ampliar el Puerto de València con sus graves y nocivas consecuencias. Apunté entonces que quizá no habíamos acertado con los argumentos (o no teníamos fuerza ni espacio para explicarlos).

Desgraciadamente, los argumentos más genéricos sobre el impacto en el medio ambiente no habían funcionado. Tampoco alusiones románticas al paisaje de nuestras playas o el legado de Sorolla. Tampoco, la subida de broncoespamos ni el asma infantil en nuestra ciudad. O la destrucción de empleo. Nada había surgido ejemplo para esa parte de la ciudadanía y de sus representantes.

Así que añadí un argumento de peso, que podía llamar la atención y ayudaba a romper otros tabús, por cierto. La contaminación y la exposición a tóxicos reduce la calidad de nuestro semen y la fertilidad. Es una evidencia científica, no hay espacio, por tanto, para el debate. Una intervención espontanea que subí después a mis redes sociales. Un par de hombres me han escrito para hablar de sus problemas de fertilidad, y como les ha condicionado la vida y su proyecto familiar. Otros se han reído como cuando un niño de 5 años escucha las palabras “caca, pedo, culo o pis”.

En resumen, aunque pretendan ridiculizar o caricaturizarnos, tenemos la obligación ética de apostar abiertamente por la ciencia, de mitigar y combatir el cambio climático, y sobre todo, defender el derecho a la vida. Sí, nuestras vidas, incluso las de quienes se van a lucrar con la ampliación del Puerto, y de las generaciones futuras son la razón de por qué estamos en política y de por qué es importante, a pesar de la calor extrema (otra causa más del cambio climático) ir a votar el 23j.

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