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Opinión - Cuando los ciudadanos saben lo que quieres. Por Rosa María Artal

CV Opinión cintillo

La anécdota y la categoría

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Empecemos por lo importante: los medios de comunicación han fallado a las democracias. Diariamente suceden muchas cosas en el mundo. Unos hechos son determinantes de procesos de cualquier índole, otros son por el contrario casuales, sin consecuencias, más allá de su efecto puntual, local o individual. Caracterizar uno u otro es una tarea hercúlea. En la mayoría de los casos, sólo se descubre tiempo después de haber sucedido. Esta tarea corresponde a periodistas e historiadores, los primeros en tiempo real, los segundos con el transcurso del tiempo, aunque esta separación entre periodismo e historia – al igual que con otras disciplinas – es meramente administrativa y sin sentido. Los periodistas si no saben de historia difícilmente pueden situar los hechos del día a día en un contexto, y los historiadores si no identifican la importancia de los hechos cotidianos aparentemente insustanciales, no pueden construir un relato histórico relevante.

El mejor libro de historia que he leído es “El 18 de brumario de Luis Bonaparte” de Marx, combinación de detalles relevantes con análisis a largo plazo. No en vano Marx era, además de muchas otras cosas, tanto periodista como historiador. Esta reflexión va sobre el papel de los mediadores entre la complejidad de los hechos sociales y la ciudadanía. En este grupo de mediadores, además de periodistas e historiadores, podría incluirse a los buenos novelistas, cianastas y otros artistas. No en vano, Eric Hobsbawm ha escrito en varios libros sobre la capacidad de estos “una raza notoria por no ser analítica, en ocasiones anticipan mejor la forma de las cosas por venir que los profesionales de la predicción (y esta) es una de las cuestiones más oscuras de la historia y, para el historiador de las artes, una de las más fundamentales”. Los periodistas destacando u ocultando hechos, los historiadores afirmando o negando lo sucedido. Lo que tienen en común ambas especialidades – también los artistas - es su capacidad de convertir las anécdotas en valor de categoría. Es inevitable que el pensamiento, ideología o simples manías de unos y otros impregnen sus relatos, pero los buenos periodistas, historiadores son capaces de evitar prejuicios. Los periodistas e historiadores honestos no negarán esta afirmación, los deshonestos la negarán bajo el argumento de objetividad, aunque sean conscientes de que es mera apariencia.

Lo que está sucediendo en los últimos tiempos en la política – ese espacio incómodo, complejo y en ocasiones caótico, que se abre entre la ideología y la gestión, es decir entre las musas y las bambalinas, es que la función de mediación se ha distorsionado hasta el punto de convertir esa importante labor en espacio de enfrentamiento ruidoso. No descubro nada nuevo, esto sucede así desde hace tiempo, pero nunca está de más recordar lo evidente. Cuando M. McLuhan afirmaba en su opúsculo “Comprender los medios de comunicación: Las extensiones del ser humano”, publicado en 1964, que “el medio es el mensaje”, no previó la aparición de las “redes sociales” y, sin embargo, nunca será más cierta esta afirmación que ahora. Incluso podríamos reducirla un poco más y hablar de que “el aparato es el mensaje”. Así un móvil, un ordenador o una Tablet y sus aplicaciones de mensajería son en sí mismas, el mensaje y la mercancía, aunque estas te dan sólo para escribir un párrafo de apenas unas poquísimas palabras con cierto sentido. Reconozco la habilidad de algunos para sintetizar, aunque por su simpleza tiendan más a promover el enfrentamiento antes que la reflexión.

Con todo, la mediación – o mejor dicho los mediadores - interfieren inevitablemente en la política y eso es bueno y democrático, pero lo hacen elevando las anécdotas a nivel de categoría, a veces inconscientemente, otras con una clara intención de condicionarla y eso no es tan bueno, al menos si lo hacen negando que lo hacen. O sea, se hace política sin someterse al escrutinio público. Estos, a diferencia de los estilitas - aquellos eremitas que vivían en lo alto de una columna durante años y que, sin tocar tierra, pretendían inspirar moderación, compasión y buenas intenciones - están abonados al clickbait, al ruido, al insulto, a noticias escabrosas – cuanto más mejor - y al escándalo. O, bajo una falsa equidistancia moderadora, mantenerse impertérritos ante mentiras como hemos tenido ocasión de comprobar en el reciente debate televisivo, alejándose de sus buenas y declaradas intenciones de transparencia y moralidad. Estos pretendidos nuevos estilitas cotizan en bolsa, tienen accionistas con intereses muy terrenales y objetivos comerciales explícitos. Insisto, no descubro nada nuevo, pero no está de más reiterarlo.

Me sorprende pues que lo consumen horas y horas de televisión, radio y redes sociales no son más que anécdotas que no tienen mayor importancia ni son representativas de procesos. Empiezan y acaban en el hecho mismo. ¿Realmente es relevante la persecución de un coche en el estado de Florida seguido por el helicóptero de una cadena de televisión? ¿O la entrevista a un propietario para que hable sobre su preocupación por la ocupación de su casa por una señora? ¿El intento fallido de un robo a un quiosco? ¿La redada en Almería de unos kilos de marihuana por la Guardia Civil? Sinceramente creo que son irrelevantes y sin embargo es habitual que ocupen espacios de noticias televisivas o que los medios escritos se llenen de espacios con información directamente despreciable, asimilable a los horóscopos. Como argumento en contra se podría oponer entonces que también son anécdotas los asesinatos de mujeres, los suicidios entre adolescentes o una agresión homófoba, aunque es fácil distinguir unos hechos y otros, y que radica en que estos últimos son resultado de procesos sociales muy complejos y profundos mientras que aquellos son anécdotas o directamente falsedades. Una diferencia que estriba también en la forma de presentarlos. Entonces ¿Qué intentan transmitir esas anécdotas? Pues, ni más ni menos, que construir un estado de ánimo, hecho que se refuerza cuando el mismo periodista – o mero presentador, aunque la gente no los diferencia - informa sobre, por ejemplo, un conflicto en torno a una vivienda, y aparece después en un anuncio de una compañía de seguridad directa en el hogar. De esta forma vincula una cosa y otra. 

El mero hecho de seleccionar las noticias ya es una decisión cargada de ideología y si a esta noticia que sólo cuenta lo obvio desde un punto de vista, se le añade, sutilmente, una música de fondo de película de guerra, un narrador acelerado y un tono alterado, lo anecdótico se eleva a nivel de categoría. Con todo este conjunto de no tan sutiles herramientas, ya está cocinada la noticia intrascendente convertida en esencial para construir un estado de opinión. Algunos historiadores, especialmente los historicistas, investigan aspectos de nuestra sociedad pasada elevando a categoría el anecdotario. Pocos o ningún freno se puede poner a eso si no surge de las propias conciencias de los periodistas o de los historiadores.

En general los medios de comunicación – especialmente los medios televisivos de masas –, han fallado a la democracia en España. Por más instrumentos de autorregulación que se inventen o firmen, las televisiones, las radios y los periódicos tradicionales analógicos o digitalizados, han caído conscientemente en sus propias trampas de comercialización, poniéndose a la venta del mejor postor. De la misma manera que el dinero es una mercancía especial porque se compra y se vende con la propia mercancía, los medios de comunicación son una institución particular que se someten a escrutinio sobre el cumplimiento de su función por la cantidad de visualizaciones que tengan y estas se consiguen por el número de impactos – al margen de la calidad de estos -. De esta forma se favorece cualquier herramienta que favorezca este impacto de tal forma que se cambia el fin por el instrumento, es decir, la publicidad – comercial y partidista - se impone a la información. No descubro nada, pero no está de más recordarlo. Y como en todo, hay excepciones de la es buena muestra el medio en el que aparece este artículo.

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