Vivimos tiempos de intolerancia violenta. Una intolerancia contra la democracia y sus instituciones, que refleja y el auge del totalitarismo que deteriora las relaciones humanas, promueve el odio y la agresividad en detrimento del respeto, la educación y la solidaridad. Son tiempos de fácil manipulación de las bajas pasiones, de desprecio por el refinamiento, la educación y la cultura. Todo ello se traduce en unos valores a la medida de los mercaderes y en un arte y una cultura cuya patética mediocridad es un sucedáneo engañoso que promete una belleza y una felicidad siempre decepcionantes. El conocimiento y la educación se conciben no como formación del individuo, sino como aprendizaje de habilidades en un mundo gobernado por los instrumentos y las tecnologías. ¿Para qué sirven la historia o la filosofía? Y cuando digo ‘educación’ no me refiero sólo al sistema educativo, sino a la sociedad en su conjunto: los medios, las familias, la sociabilidad, el trabajo y todo aquello que configura los valores de las personas desde la infancia. Freud lo calificaría como neurosis de mercado.
En su último libro titulado Humanly possible. Seven hundred years of humanist freethinking inquiry and hope (2023), Sara Backwell explica que en la Alemania prusiana de finales del siglo XVIII se extendió la idea de fundamentar la educación en torno a dos pilares esenciales. Uno es el concepto de Bildung, que no solo significa educación, sino también se refiere a hacer o formar una imagen, hacer o formar a una persona. El otro es Humanismus, entendido como una educación basada en los clásicos greco-latinos como proponía el pedagogo Friedrich I. Niethammer en 1808, un enfoque que extendía la educación como formación del individuo en el aprendizaje de la historia, las lenguas clásicas, las artes y el pensamiento moral. A mediados del siglo XX, Georg Voigt (The Revival of Classical Antiquity, The First Century of Humanism…) ensalzaba la figura de Petrarca y también el historiador suizo Jacob Burckhardt enfocaba en la misma dirección en su célebre Civilization of the Renaissance in Italy, donde expresaba su admiración por la figura de Leonardo da Vinci como sabio universal o artista racional.
Pero quien planteó un programa educativo a gran escala fue Wilhelm von Humboldt, cuando el gobierno prusiano le encargó en 1809 el diseño de un modelo de educación [Ausbildung] para una nueva Alemania. Humboldt partió de la premisa que el ser humano se desarrolla mejor a partir de la vida interior del alma, y no a partir de influencias externas. Para lo cual hacen falta educadores humanistas y no la imposición de normas intrusivas del estado o de la Iglesia. ¿Qué diría hoy Humboldt de nuestro sistema educativo?
Como buen erudito, viajó por Europa (Roma, Praga, Viena, París, Londres) y se documentó. Su reforma educativa combinaba el amor por la Ausbildung con el objetivo personal de alcanzar tanta libertad como fuera posible. La formación de una persona no es algo traducible a etapas o grados académicos, sino algo que se debe desarrollar a lo largo de toda una vida. (Pienso en nuestro sistema de certificación del conocimiento y me parece vergonzante).
El modelo humboldtiano de educación de profunda base humanista se implantó en Prusia y tuvo una amplia influencia en los países de habla alemana, siendo dominante hasta 1933 cuando la llegada al poder de los nazis desmontó absolutamente ese modelo educativo y sus ideales humanistas. Sustituyeron el modelo de Humboldt por una maquinaria gigante de adoctrinamiento diseñada para convertir a los muchachos en guerreros y a las chicas en madres para engendrar más guerreros. La formación de individuos libres y cultos no tenía un lugar en el universo del fascismo. Su deseo no era humanizar, sino todo lo contrario: deshumanizar. En nuestra tradición, las proclamas de “muera la inteligencia”, la cultura de la patria y de los toros se suman a la amenaza de educar en una incultura mejor manipulable. De poco sirve este modesto artículo de prensa, pero hay que ser consciente de la situación y hacer frente a quienes, desde diversas perspectivas y reformas educativas, se proponen embrutecer a las personas, fomentando los instintos, la cultura del odio y las pulsiones tecnológicas. Los unos y los otros nos llevan a la ignorancia y la alienación en una sociedad mediocre y manipulable. Desde los años de la IIª República la sociedad española no ha recuperado los ideales de una educación liberadora. Pero ahora, además, vuelven los nazis.