En este presente distópico que nos envuelve como un guion cinematográfico, Isabel Díaz Ayuso se erige en Jessica Delacourt, una gobernante implacable obsesionada con salvaguardar los privilegios de los ricos y protegerles de las enfermedades que les pueden contagiar los parias.
En una tierra súper poblada y contaminada, las mansiones se trasladan a Elysium, una estación espacial donde el acceso a la sanidad está garantizado y todas las enfermedades tienen cura. Mientras, en el planeta azul los hospitales están abandonados y el paro y la violencia son la realidad de una sociedad a la que el Estado reprime.
La tarjeta Covid-19 tiene mucho de este rancio clasismo pero también de desprecio por la ciencia y un oportunismo temerario que puede agravar todavía más la situación en la que se encuentra Madrid y España. La idea de Ayuso es que quien “ni contagie ni pueda contagiarse haga vida normal”. Pero cómo puede garantizar esto cuando los expertos están advirtiendo que las investigaciones todavía no han avanzado tanto. No se sabe ni cuánto duran los anticuerpos ni cómo se comportan si el virus muta y se reencuentran con él pasado un tiempo.
Pero ella lo tiene claro. Tanto como que la “D-19” de COVID-19 se debe a que el virus “desde diciembre del 19 estaba campando a sus anchas por todas partes”, según explicó en una entrevista en Onda Cero. Y ahora, con esta misma lógica aplastante de cuñada anuncia una medida que puede inducir a muchas personas a buscar contagiarse desesperadamente. Es claramente un elemento discriminatorio que puede introducirse en distintos ámbitos como el laboral, donde podría ser requisito para acceder a un puesto de trabajo.
El portavoz de jueces por la democracia, Joaquim Bosch, ya ha advertido también que la cartilla de inmunidad “puede ser contraria a las normas europeas que prohíben el tratamiento de datos personales sobre la salud”. “Además, genera bastantes dudas jurídicas, éticas y médicas. Y también inquietantes espacios de discriminación”, apunta en las redes sociales.
No ha presentado ningún informe que avale la seguridad jurídica de la propuesta, ningún organismo internacional la respalda porque en realidad puede desencadenar un gravísimo problema de salud pública. Disponer de esta tarjeta podría generar una falsa sensación de seguridad y exceso de confianza en sus titulares ya que podrían infectarse y moverse libremente pensando que están sanos. ¿Los populares valencianos están dispuestos a dejar que quienes posean este título puedan venir libremente a nuestra comunidad y a nuestra ciudad?
Francamente, Ayuso no podría haber elegido mejor marca para presentar esta medida “Madrid no para” porque es evidente que su gobierno viaja en una locomotora sin frenos. El problema será cuando los madrileños y las madrileñas se topen con el muro de la realidad. Hace unos días el sindicato UGT alzaba la voz de alarma al poner en duda los datos que ofrecía el gobierno autonómico sobre los rebrotes notificados. Si el número de ingresos hospitalarios y los ingresos UCI han crecido un 1,2%, por encima de la media nacional, ¿cómo puede ser la comunidad que menos contagiados notifica?
Además, frente a la Comunidad Valenciana que cuenta con cerca de 1.200 rastreadores y la capacidad de hacer hasta 14.000 PCR diarios en caso de que fuera necesario, en Madrid no se sabe realmente cuántos rastreadores ha contratado. En cambio, es público que ha firmado un convenio con la iglesia católica por el que habrá un cura por cada 100 camas en los hospitales públicos. No olvidemos el drama de las residencias madrileñas, donde la Fiscalía General del Estado investiga el hallazgo por parte del Ejército de cadáveres de personas mayores. Unas residencias cuya adjudicación y construcción, además, se investiga dentro de la trama Púnica.
Con la tarjeta Covid-19 la presidenta de Madrid está intentando crear su propia estación espacial Ayusium. Cuando vio la película de Neill Blomkamp no debió entender bien el sentido de la misma. Seguramente le cegó la idea vivir rodeada de lujos, en un mundo formado por una elite económica que orbita sobre la Tierra, es decir, sobre la pobreza, desde una estación construida por una corporación privada. Todo tan Ayuso, tan PP… tanto que la presidenta madrileña debió pasar por alto el final en el que Spider vence a Delacourt y pone fin a un sistema de desigualdad e injusticia social.