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CV Opinión cintillo

Un Benimaclet de cine

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En Benimaclet han surgido muchas voces que dibujan un PAI de cine. Para empezar, algunos ya han decidido que la película va de héroes y villanos, y que necesariamente ha de acabar con vencedores y vencidos. Demasiada testosterona para mi gusto. Pero hay quien necesita de una narrativa épica para que el ruido de sables impida escuchar los argumentos de los demás. Mal empieza el guion.

Hay quien ha llegado a dibujar a Benimaclet en algún artículo como un barrio de perdedores crónicos para poder convertirse en su heroína. “Dios me libre de mis amigos…” habrá pensado más de uno. Otras se han comparado con Astérix y Obélix defendiendo la Galia de los romanos. Mala comparación que supone una división tribal que señala como invasores a quienes no ven el barrio como ellos.

Hay gente empeñada en hacer de Benimaclet un Show de Truman valenciano. Un decorado de adosados de lujo, rodeados de huertos privados que niegan la existencia del mundo exterior. Y es que ese mundo exterior es un mundo en el que la mayoría no puede permitirse pagar vivir en un adosado. Un mundo en el que existen otras maneras de emplear tu tiempo libre. En el que la gente necesita tener dotaciones cerca de casa. En el que se necesita vivienda pública asequible o un puesto de trabajo. Y la pregunta que me hago es, si es posible dibujar una solución que conjugue los intereses de todos, ¿por qué se ha de imponer una única visión de la ciudad?

Cada vez que en el Show de Truman algo fallaba, todos se apresuraban a distraer a Truman para que no se diera cuenta. En Benimaclet pasa algo parecido. Se está haciendo mucho ruido para decir que la propuesta que plantean los socialistas es lo peor de lo peor, cuando la realidad es que se ha presentado unos nuevos criterios que promueven vivienda pública, garantizan las dotaciones, la tipología de edificios acorde al entorno, un gran parque central que haga de transición hacia la huerta, revisión de la ronda… Criterios a los que difícilmente se puede oponer nadie. Pero lo importante es hacer ruido, no vaya a ser que la gente pueda pensar que se puede mantener la edificabilidad y dar respuesta igualmente a la mayoría de demandas del barrio logrando un consenso.

Y aquí llegamos al nudo de la historia. La edificabilidad. Para no abandonar a Jim Carrey, aquí el guion toma prestada la máxima de “Mentiroso compulsivo”: la verdad es negociable. En una cosa estamos de acuerdo: los parámetros de edificabilidad del PAI están obsoletos. La densidad fijada es de 75 viviendas por hectárea, cuando organismos como la ONU, o cualquier manual de urbanismo sostenible que escojamos recomienda para los nuevos desarrollos densidades entra las 100 y 150 viviendas por hectárea. Evidentemente no vamos a aumentar la edificabilidad, pero esta verdad no es negociable. Y esta verdad hace que no se pueda justificar una rebaja de la edificabilidad en nombre de la sostenibilidad. No es más sostenible la urbanización Los Monasterios o Santa Bárbara que barrios como Malilla o Benicalap.

Si esa afirmación se hace refiriéndose a la ocupación de suelo de esas viviendas, si comparamos la propuesta rechazada con la de “Benimaclet porta a l’horta”, las viviendas ocupan la misma superficie, concentrada en los extremos. La diferencia es que la segunda no contiene dotaciones ni el campo de fútbol del Sporting de Benimaclet.

Mantener la edificabilidad permite dedicar parte de la misma a usos terciarios para que las empresas conectadas con las universidades puedan instalarse, generando empleo de calidad y ofreciendo oportunidades laborales para que el talento se quede en el barrio. Mantener la edificabilidad hace que haya una cantidad de gente suficiente para que la gente pueda montar pequeños comercios de proximidad. Comercios que no son viables con densidades bajas por no tener suficiente clientela. Lo mismo pasa con el transporte público, necesita una demanda suficiente para poder llegar al barrio. Pero sobre todo, mantenerla permite generar una oferta de vivienda pública y de VPP que ayude a gente con recursos limitados a poder desarrollar su proyecto de vida en Benimaclet.

Por otra parte, hay quien quiere cambiar en el guion el gran parque central, que contiene huertos urbanos y zonas verdes y deportivas para el disfrute de toda la ciudadanía, por huerta privada. Desgraciadamente, la desclasificación no es el genio de la lámpara y no nos puede conceder ese deseo. La realidad es que la desclasificación implicaría la pérdida del parque público para mantener parcelas privadas, pero calificadas como huerta en lugar de zona verde. Pero la desclasificación no cambia la propiedad del suelo de manos, y no sé por qué me da que los actuales propietarios no se van a poner a cultivar si se desclasifica. Ni lo van a regalar Ayuntamiento. Llamadme loco. Y al haberlo desclasificado, tampoco se puede expropiar. La desclasificación perpetuaría la existencia de los solares sine die, y el barrio y la ciudad se quedarían sin un parque muy necesario. Un parque que, además no solo respeta los huertos urbanos existentes, sino que ampliaría su superficie, siendo esta una huerta pública, uniendo los intereses de todo el barrio y respetando su historia.

El desenlace está por escribir todavía. Sinceramente, creo que se puede dibujar un final que siga los criterios marcados por la concejalía de Desarrollo Urbano y recoja las necesidades de todos y todas. Un final en el que no haya derrotados. Uno inclusivo en lugar de excluyente, en el que quepamos todos. Pero con tanto ruido, no hay quien se ponga a escribir.

P.D. En mi familia, empezando por mi padre, hemos llegado a contar hasta siete generaciones que han nacido y vivido en Benimaclet. Por si alguien tiene la tentación de etiquetar a galos y romanos.  

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