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Camaleones en Democracia

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A pesar de la creencia popular, la mayoría de psicópatas no son asesinos en serie, personas violentas o antisociales, fácilmente identificables, más bien al contrario. Las personas impulsivas, sin escrúpulos ni remordimientos debido a una total falta de empatía, es decir, incapaces de ponerse en el lugar de otra personas, son “camaleones” como diría el profesor Vicente Garrido, perfectamente adaptados y presentes en todos los estratos de la sociedad.

Son esas personas frías y egocéntricas que, sibilinamente, se aprovechan del resto para su propio beneficio personal. Mienten, manipulan y tergiversan la realidad a su favor para, después, victimizarse cuando se les caen los argumentos. No tienen principios, más que sacar tajada de cada situación. Nada les importa más que conseguir lo que quieren, cueste lo que cueste.

En política, el mundo de la empresa e, incluso, en contextos religiosos o cualquiera en los que el ego, la influencia y la competitividad están a la orden del día, la persona con comportamientos psicópatas se mueve como pez en el agua. Aprenden a camuflar su verdadero ser, imitan emociones que no sienten y se arriman a quien más le interesa para, después, intentar pisarle sin miramientos. La serie House of Cards, por ejemplo, representa con bastante acierto este perfil.

Son capaces de tuitear “¡Ánimo, Israel!”, desde el salón de su casa mientras bombardean niños en Palestina, expulsan familias de sus casas y ocupan sus ciudades. También de despedir a una trabajadora sanitaria a punto de jubilarse, porque tuvo la osadía de pedir la baja laboral tras sufrir un ataque de pánico a contagiarse de la COVID-19. O prohibir, cruelmente, que miles de mayores se deriven a hospitales y dejarles morir en las residencias de Madrid.

Son quienes vienen a la política para “forrarse” y robaron entre 2008 y 2010 las ayudas de la Generalitat Valenciana para construir hospitales en Haití. Son negacionistas que crean y difunden bulos, explotan a migrantes en el campo hasta desfallecer o niegan que a las mujeres se las asesine por ser mujeres porque, recuerden, son incapaces de ponerse en su lugar.

Conviene alejarse y alejar a esta gente de los asuntos públicos. Identificarles para no caer en sus trampas y prevenir sus destrozos. Si la Democracia aspira a lograr el bien común a través del diálogo y el necesario debate público de ideas, debemos protegerla de quienes, con su actitud y su hechos, la denigran cada día en la calle, en las redes y, preocupantemente, desde el escaño.