Jano, la antigua divinidad romana, era representado con dos caras, una para observar la entrada y la otra para contemplar la salida. La tradición hinduista fue todavía más allá y concibió a Brahma con cuatro rostros, uno por cada punto cardinal. Las mitologías suelen estar plagadas de este tipo de extravagantes imaginarios que, por lo común, están impregnados de una poética reflexión. Lo malo es cuando algunos se empeñan en trasladar estos recursos a ámbitos más mundanos. Como la política, por ejemplo, como estamos viendo estos días en el País Valenciano. Porque, ¿cuántas caras puede llegar a tener Carlos Mazón? Si pensamos en el número de versiones que está dando sobre su comida en El Ventorro, el presidente de la Generalitat se asemejaría a un ser de rostros poliédricos hasta el infinito.
No sorprende por eso que, en los últimos días, Mazón se haya presentado con el rostro de Jesús Muñecas, aquel capitán de la guardia civil, con pasado de torturador, que legó a la historia casposa de este país aquella célebre frase pronunciada el 23 de febrero de 1981: “No teman señores, pronto aparecerá la autoridad, militar por supuesto, que se dirigirá a ustedes”. Porque esas son las únicas palabras que el frustrado cantante melódico ha sabido articular para “reconfortar”, como le suplica Alberto Feijóo desde la calle Génova de Madrid, a esos miles y miles de valencianos que claman contra su nefasta gestión de la DANA que se saldó con la destrucción de media provincia y la muerte de más de doscientes inocentes: “No teman valencianos, pronto aparecerá la autoridad, militar por supuesto”. Y acto seguido movió su varita mágica y se sacó de la chistera al teniente general Gan Pampols.
El plan parecía perfecto para el fino olfato político de Mazón. Un militar haría olvidar sus “errores humanos” del 29 de octubre en El Ventorro y en la Cecopi, al tiempo que reflejaría su determinación, su firmeza y su decisión de rectificar y rodearse, ahora sí, de los mejores para la reconstrucción. Y quién mejor que un militar, símbolo de abnegación, sacrificio y amor a la patria, capaz de despertar respeto en la ciudadanía y fascinación en la ultraderecha. Y quién mejor que el teniente general Pampols, un hombre con experiencia en la reconstrucción de Afganistán, un país -debió de pensar Mazón- que puede hoy alardear de modernidad, democracia y progreso gracias a la labor que desempeñó allí. En cualquier caso, un veterano de Afganistán, acostumbrado a moverse bajo el acoso talibán, también parecía el más indicado para no dejarse intimidar por unos miles de manifestantes en la plaza de la Virgen. Además, por si fuera poco, es un experto en inteligencia militar, ideal para guardar esos secretos tan comunes en los reservados. Y encima habla catalán, todo un guiño a la disidencia catalanista.
Sí, todo parecía que la jugada de Mazón era perfecta. Hasta que el militar habló. En ese momento, el presidente se quedó tan desencajado como cuando vio truncadas sus aspiraciones para Eurovisión. En principio, tan cómodo entre los vientos ultraderechistas que soplan, al presidente no le desagradó la apología apolítica del teniente general. Lo que realmente le desconcertó fue escuchar a su futuro vicepresidente afirmar que no aceptará ninguna directriz política. Mazón, que había vinculado su continuidad como candidato a su éxito en la reconstrucción, acababa de designar a una persona para llevarla a cabo esa reconstrucción que anunciaba su intención de ignorar cualquier directriz que él, como presidente de la Generalitat, pudiera marcarle. En consecuencia, en 2027, ¿cómo podrá argumentar su candidatura si nada de lo que diga se va a tener en cuenta para la reconstrucción? Y lo que es peor todavía: él, que acaba de destituir a Salomé Pradas y Nuria Montes por el impecable trabajo realizado, a su juicio, durante la catástrofe, ¿cómo justificará su propia continuidad en el cargo si admite que lo mejor que puede hacer a partir de ahora es no hacer nada?
Si miles de ciudadanos reclaman tu dimisión e incluso la “autoridad militar, por supuesto”, ande insinuando que eres un inútil que debe permanecer callado y sin molestar, no sorprende que al “molt honorable” le surjan nuevas caras cada día. Como la de gato. Porque Mazón también tienes su cara de gato. No del gato sonriente de Alicia en el país de las maravillas, sino de aquel gato de la caja de Schrödinger. De hecho, hace tiempo que todo el PP parece una gran caja de Schrödinger llena de gatos como Mazón, o el propio Feijóo, de los que no sabemos si están vivos o muertos. Felinos paradójicos que maúllan asustados y pendientes de que algún juez Peinado mantenga la caja cerrada y abierta su esperanza de seguir vivos. Y aterrorizados ante la perspectiva de que Isabel Díaz Ayuso, inspirada por el gato salvaje de Miguel Ángel Rodríguez, opte por destapar la caja de Pandora para certificar sus muertes políticas.
En cualquier caso, mientras se debate entre la vida y la muerte, Carlos Mazón parece reconfortarse en su cara más entrañable, aquella que le permite revivir sus esperanzas y sueños perdidos. Me refiero, claro, a su careta de Zaplana. Eso explica su agilidad para repartir millones a dedo entre las antiguas empresas implicadas en la Gürtel y otras corruptelas. Sí, ese rostro es el que más le reconforta. Pero sobre todo el que le hace sentir más seguro. Al fin y al cabo, la cara Zaplana es la más dura a la que puede aspirar.