El coche ya no nos engaña. Lleva muchos años haciéndolo, pero ya no nos engaña más. Nos vendieron su cara amable, desde los tiempos de Ford y el fordismo: la modernidad, la libertad de movimiento, el estatus, el poder, la tecnología… Eso que, hoy en día, sigue engatusándonos desde los anuncios en todo tipo de soportes publicitarios. El coche, qué maravilla, quiero uno y seré feliz. Dr. Jekyll.
Se ha convertido en un tesoro tan preciado que hemos empezado a organizar nuestras vidas alrededor del coche. Cada vez más, vivimos a las afueras y vamos a grandes centros comerciales en el extrarradio, no importa, tenemos coche y nos han hecho muchas infraestructuras (sin mirar al territorio) para que lo usemos cómodamente y podamos llegar a cualquier lugar. Si somos más miembros en la familia no hay problema, otro coche y, si hace falta, un tercero. Dr. Jekyll es perfecto.
La ciudad también tiene que adaptarse al nuevo objeto preciado. Todos tenemos coche y debemos hacerle sitio. Hay que poder desplazarse rápido y, además, tiene que haber sitio para poder aparcar. El coche necesita mucho espacio funcionando y también parado. Procedemos entonces a quitarle superficie a las personas, total la calle ya no es segura porque los coches circulan rápido y son peligrosos, así que los niños a otro sitio y los árboles que molestan hay que quitarlos. El coche necesita superficies duras para rodar bien, así que hay que impermeabilizar el suelo, sellarlo (los estudios cuantifican que en las ciudades españolas el porcentaje es de 68% para el coche y el 32% para las personas). La prioridad es el coche, aunque haya que hacer algunas concesiones importantes. El Dr. Jekyll no es tan simpático como parece.
Pero no nos contaban, aunque lo sabían (demoledor el artículo que desvela que ya en 1970 las petroleras acertaron con la estimación del calentamiento global que provocarían ellas mismas), la cara oculta de todo este invento. Esa maravilla sobre ruedas, además del económico, tenía otro alto precio. Resulta que el coche es uno de los grandes contaminantes actuales, y los gases que emite en funcionamiento lo convierten en uno de los mayores responsables del cambio climático. Además, las infraestructuras que necesita han sellado el suelo y, en muchas ocasiones, se han hecho taponando los cauces naturales de las aguas. Pero no queremos verlo, preferimos mirar hacia otro lado, porque es tan cómodo, y tan gratificante, vamos calentitos en el coche, oyendo nuestra música, el resto importa poco. Resulta que el Dr. Jekyll es mala persona.
Y entonces llegó la DANA. A unos les pilló precisamente en el coche, conduciendo, y descubrimos que nuestro querido vehículo se convertía en una trampa mortal. Se llenaba de agua demasiado rápido y no pudieron salir. Morimos en el coche. Otros, como venía el agua, y nuestros preciados coches corrían peligro, intentaron rescatarlos de los garajes subterráneos, pero no dio tiempo a salir. Morimos por el coche. Los coches, sin poder rodar, flotando, se convirtieron en un potente ariete que destruía todo a su paso. Máquinas de más de una tonelada a la deriva a grandes velocidades atropellaban lo que encontraban a su paso, destrozando infraestructuras, mobiliario, vegetación, plantas bajas, viviendas, personas. Morimos debido al coche. Arrastrados por la corriente los coches acababan empotrados por todos sitios, bloqueando el cauce del agua, derribando puentes y taponando escorrentías (no, no fue la vegetación de ribera, ni las denostadas cañas invasoras, fueron principalmente los coches), provocando inundaciones en otros sitios, más daños y más muertes. El Dr. Jekyll es un delincuente.
Se habla de unos 100.000 coches destrozados. Las imágenes dantescas de coches amontonados, en tres y cuatro alturas unos encima de otros, arrastrados en cauces, barrancos, parques, jardines, aceras, y en la Albufera, se han convertido en una de las fotografías más impresionantes y representativas de la catástrofe. Se suma a todo este sinsentido del coche que, en Cheste, junto al barranco del Poyo, en zona inundable (repetimos, en una zona inundable, calificada de peligrosidad 6 en el PATRICOVA) hay una superficie enorme de 400.000 m2, que debería ser un área de crecida y que amortiguaría el impacto del agua, resulta que hay (presumiblemente con autorización de la Confederación Hidrográfica del Júcar) lo que llaman un “puerto seco” de vehículos. Una gigantesca playa de aparcamiento (en un suelo impermeabilizado con soleras de hormigón) con capacidad (según la propia página web de la empresa) para 30.000 vehículos. Gran parte de ellos fueron arrastrados con la riada, multiplicando el problema y los destrozos. El Dr. Jekyll es un asesino.
Esos miles de coches destrozados y arrastrados por la corriente después de la DANA se han convertido en una de las mayores fuentes de contaminación, provocando una catástrofe también ambiental. La pérdida de gasolina, aceite, líquido de frenos, líquido anticongelante y demás sustancias tóxicas que contienen, se juntaron con el agua y el barro y se han esparcido por todo el ámbito inundando, acabando en la mayor reserva natural de nuestro territorio, en la Albufera. El coche ya no sólo es un elemento contaminador funcionando con normalidad, sino que lo es, en mayor medida si cabe, en situaciones de catástrofes. El Dr. Jekyll es un asesino en serie.
El coche ya no nos engaña. Lleva muchos años haciéndolo, pero ya no nos engaña más. Vamos a cambiar nuestra política territorial, nuestros hábitos de uso, nuestra manera de movernos por las ciudades y por el área metropolitana, vamos a permeabilizar el suelo de nuevo, vamos a eliminar infraestructuras que bloqueen los cauces del agua, no vamos a edificar en suelos inundables, vamos a hacerle sitio a los ríos y barrancos, vamos a naturalizar sus cuencas, vamos a ser mejores. El Dr. Jekyll es Mr. Hyde.