“Ens varem perdre el Fièsole a Florència.
I la campanya, i els rius, i els perfums del Trecento,
solatges de vvvelles històries acaronades amorosament
pels ulls dels que sabien morir per l’Art“.
Lluís Alpera. ‘Els dons del pleniluni’- València, 1990
La encrucijada cultural afecta directamente a los humanos porque a ellos va destinada y son las personas las que la desarrollan. En la España de la Transición a la democracia se arrastró y se vive una constatable guerra cultural. Concepciones distintas, intereses encontrados, tensiones territoriales, tramas urbanas y la mediocridad política, han marcado el devenir del proceso cultural. La cultura no es aséptica ni indiferente. Se eleva sobre los cimientos del pasado. Necesita caldo de cultivo y la participación de la urdimbre de protagonistas y voluntades que crean en ella. Sobre todo, amor a lo que fue.
Arte en tensión
El 21 de abril se inaugura en la Fundación Chirivella Soriano (Palau Valeriòla) de València la exposición antológica de la obra del pintor Vicente Colom (València,1941). Más de 230 piezas localizadas y reunidas para proyectar el conjunto creativo más representativo del prolífico artista. Acontecimiento cultural que pone de manifiesto la prevalencia de la factura de la obra y la vocación de su autor sobre filiaciones y encasillamientos. La percepción de la cultura a modo de arma política es un error de los regímenes totalitarios que acaba contaminando, en democracia, a quienes persiguen el poder con el propósito de perpetuarse en él. Una característica de los partidos y de los líderes políticos es el desconocimiento del hecho cultural en su faceta de fenómeno estructural en las sociedades. Las comunidades –estados, nacionalidades, autonomías y municipios– sin una visión cultural carecen de sentido. La trayectoria de la cultura como peculiaridad – más o menos dirigida– es lo que queda y sobrevive a todas las etapas políticas de distinto signo.
Desierto cultural
Sorprende que, en la tópica tierra de artistas, el País Valenciano, haya tan pocas referencias y reivindicaciones en torno a la pasión del arte. La cultura se relega como asignatura prehistórica a la que únicamente se aproximan activistas, resistentes y pensionistas. ¿No es negocio? En muchos territorios autonómicos y ciudades de éxito, prolifera el arte y la cultura de dentro hacia fuera. Consolida el conocimiento y la inteligencia, enriquece la armonía y la convivencia, afirma el sentido de pertenencia, ensalza las raíces y abre al mundo la notable oferta de calidad que atrae turismo de alto nivel adquisitivo. El que acaba fidelizando sus intereses hasta la repetición. Es un filón que todavía no ha sido valorado por los gurús de la actividad turística más allá del consabido “sol y playa” dentro de la demanda vacacional. Los políticos valencianos desde los albores de la Transición no han prestado atención a las posibilidades de potenciar el renacimiento cultural valenciano. La cultura incluye: teatro, arte-pintura, escultura, el quehacer artesanal, las manifestaciones musicales más allá de los festivales lúdicos (conciertos, ópera, sesiones de cámara), la literatura y muchas otras facetas de la creatividad humana que en otros lugares se reconoce y se potencia.
Prioridad cultural
Se echa en falta, dentro de los atractivos que oferta el País Valenciano, el interés por las actividades culturales con agenda original y atractiva. ¿Entre los valencianos no hubo amor al arte suficiente para consolidar un programa, de pasado a presente, que justifique su promoción? ¿Por qué no crece como simiente fecunda entre los políticos de todo signo? Parece que entre partidos de izquierdas - ¿a la izquierda de qué? - a los que también les gusta llamarse progresistas, la cultura encuentra más comprensión y caldo de cultivo. Mejor será desear que en los programas electorales para un Botànic III o similar, haya mayor sensibilidad para relanzar el arte y la cultura. En los últimos ocho años de gobiernos de coalición, a dos o tres bandas, entre PSOE, Compromís y U. Podemos ha quedado aparcada la cultura para deslumbrarse con otros retos más ‘urgentes e inmediatos’. La cultura también lo es. Encarecidamente. Padece abandono, desinterés y menosprecio permanente. La dictadura franquista no quería saber nada de la cultura libre. De hacer algo lo centraba en Madrid. Barcelona, capital de Catalunya, lo percibió y hoy tiene entre sus alicientes el lustre y el poso de muchas décadas de promoción cultural múltiple y pluridisciplinar.
Todos y todo a Madrid
Los gobiernos de la democracia han multiplicado la aureola cultural y artística de la capital de España como polémico núcleo centrípeto de la creación artística. Exposiciones, galerías, ferias, muestras, premios y galardones saturan el atractivo cultural de Madrid – metrópoli autonómica y eclosión municipal– hasta tal punto que el gobierno del Estado, los autonómicos y municipales con capacidad a optar a ese mercado, unos olvidan y otros ignoran que los españoles, como decía Clemenceau de Francia, también tienen derecho a no ser de París en el caso galo y de Madrid, para los hispanos. Los artistas de renombre, que reciben el favor del mercado, sienten un deseo irrefrenable de acudir y frecuentar los cenáculos artísticos madrileños. El efecto imán que ejerce Madrid sobre la creación y el entendimiento no es de ahora, pero se incrementa exponencialmente hasta el riesgo de desertizar al resto de tierras y ciudades españolas. Ese no es el Estado protector y magnánimo que necesita la periferia española para optimizar sus recursos e incluso para subsistir entre los polos culturales de la piel de toro, que recreó el diseñador valenciano Pepe Gimeno. Después fue Premio Nacional de Diseño. ¿Solo hay esperanza apuntando a Madrid? Ese fue el recorrido que siguió el pintor Joaquín Sorolla Bastida el siglo pasado. Hoy el principal museo de su vida y obra está en el Paseo General Martínez Campos de Madrid, donde tuvo su casa. Lo ampara y protege el Estado como a la escultura de la Dama de Elx, sin señalar su procedencia. Ha devenido en Dama de España por su afincamiento en el Museo Arqueológico Nacional (Madrid).
Más cultura, mejor turismo
La cultura sufre y los valencianos padecen la desertización cultural y artística. El turismo, en el que los políticos domésticos tienen todas las esperanzas, mejoraría con una oferta cultural. Así ha ocurrido con el fenómeno de recreación artística de Málaga donde sus regentes y administradores públicos han conseguido, de la casi nada, más de diez recintos museísticos con el marchamo español e internacional. ¿Los políticos malagueños son más avispados y mejores gestores que los valencianos? Sobre el papel el Consell de la Generalitat dispone de un equipo fuera de excelencias en gestión turística ¿Es absurdo y antieconómico pensar que si a los excelentes atractivos turísticos del País Valenciano le añadieran un sólido palmarés cultural y artístico se conseguiría desestacionalizar el turismo autóctono? Con este, paso poco suicida, además de incrementar la afluencia de turistas de mayor calidad, se conseguiría dotar, a su vez, la oferta cultural que necesitan los valencianos y ampliar así sus satisfacciones en el horizonte de desarrollo personal y social. La cultura y su expansión fomentan el deseable cultivo del conocimiento, el ocio, la sensibilidad, la estética y el enriquecimiento anímico de los ciudadanos. Se lograría mejorar la oferta turística, potenciando los subsectores culturales y artísticos que hoy están abandonados. Mejoraría la captación de mano de obra cualificada, con efecto multiplicador. La fuerza de trabajo con derecho a subsistir y a expandirse, en cantidad y calidad, cuyos resultados revalorizarían a los gobernantes.
Infraestructura cultural
Es una quimera reiterada pretender que la cultura se abandona y ella misma se auto alimenta y sobrevive. Las sociedades, a través de sus ciudadanos, necesitan expresarse y difundir conceptos, ideas, frustraciones y su rechazo a la represión. Hay muchas formas de infundir consignas a los creadores que han de subsistir y forjarse un porvenir vital. A menudo proliferan peones de la cultura afines al poder oficial. En España residir o estar vinculado a los circuitos culturales y artísticos de la capital madrileña ya es una baza favorable. La distancia del núcleo geográfico de mando disminuye las posibilidades de evolución y desarrollo. La malentendida distribución de las competencias autonómicas, también. Las consejerías de cultura corresponden a las autonomías cuando existe una dimensión cultural del Estado que nadie supervisa ni ejerce. Por tanto, está desasistida y ni siquiera formulada. La Comunidad Valenciana carece de infraestructura cultural (artes gráficas, editoriales, librerías, distribuidores, medios especializados, galerías, ferias) cuyas carencias no provee el ejecutivo autonómico ni está en ningún plan de actuación estatal. El gobierno español se desentiende y no tiene ningún interés en protegerlo y potenciarlo. Las 17 comunidades autónomas prefabricadas no son homologables. Son incapaces de desarrollar una política cultural propia que, complementada entre todas ellas en un entramado, diera como resultado el coordinado panorama cultural del Estado deseable? Para cuando un Premi.Jaume I de Art i Cultura?