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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Colonialismo financiero

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Desde el siglo XV, el colonialismo ha sido la espina dorsal de la supremacía de Occidente. Dio origen a los primeros grandes imperios, potenció la ciencia, la tecnología, la economía, e impulsó el capitalismo global. En su primera etapa (siglos XVI-XVIII), la expansión colonial europea alcanzó a todos los continentes. Era un colonialismo político y militar orientado a la ocupación de territorios, explotación de las colonias para la construcción de grandes imperios, con la coartada ideológica de la superioridad del hombre blanco y la legitimación de la religión. Algunos eran más pragmáticos y se centraban en la creación de grandes empresas coloniales para comerciar con las llamadas Indias Orientales o Indias Occidentales. Ese colonialismo depredador ocupó y anexionó territorios de América, África, Asia y Oceanía e inventó la esclavitud como fuerza de trabajo ineludible.

Este modelo colonial arrasó infinidad de sociedades indígenas, su lengua, su territorio y su cultura durante el Antiguo Régimen, pero se sustentaba sobre valores irreconciliables con la ideología de la Ilustración. Por eso, desde comienzos del siglo XIX los movimientos de liberación en las colonias dieron paso a un lento proceso de descolonización político-militar y leyes contrarias a la esclavitud que se aplicaron realmente con suma lentitud. Surgieron nuevos países que a menudo reprodujeron a escala nacional formas elitistas de hegemonía colonial (Australia, Sudáfrica, Latinoamérica…). La llamada “historia poscolonial” viene revisando las terribles consecuencias del colonialismo clásico desde la óptica de los perdedores, aquellos que sufrieron el exterminio o perdieron sus raíces.

Pero el colonialismo se ha ido adaptando a las circunstancias para camuflarse y sobrevivir. Abandonado el viejo colonialismo del imperio, la cruz y la espada, pervivieron nuevas formas de colonialismo basadas en la emigración. Una de las más conocidas es el llamado colonial settlement, esto es, la creación de asentamientos coloniales con el fin de imponerse y desplazar a las poblaciones nativas. Como estrategia de desplazamiento de personas y creación de comunidades en otros países fue ampliamente utilizada por el Japón imperial, en América del Norte frente a los indígenas o en Escandinavia frente a las comunidades sami, y por el Imperio Británico en tantos lugares, y pervive en la actualidad con las comunidades chinas en todo el mundo o los asentamientos de Israel en las zonas ocupadas de Palestina. El concepto de asentamiento colonial resulta muy útil para analizar formas de emigración y colonización menos violentas que las tradicionales, basadas en la guerra y la esclavitud, pero igualmente desastrosas para los nativos.

La globalización capitalista trajo, desde los 1980, otras versiones bien conocidas del colonialismo. Me refiero a la deslocalización de empresas y capitales, de las grandes industrias del textil, el calzado, la tecnología informática, o los automóviles que instalaron sus fábricas en Vietnam, Bangladesh, Marruecos, México, Brasil… a veces en condiciones laborales cercanas a la esclavitud. Ese colonialismo también potenció la actividad de grandes empresas internacionales que explotan los recursos naturales de los países africanos, asiáticos o latinoamericanos, a menudo con la complicidad y beneficio de las élites y el empobrecimiento irreversible de la población. Es una forma de colonialismo industrial basado en el control de recursos naturales estratégicos de amplias regiones del planeta por parte de empresas y países extranjeros. Europa, China, Rusia o los EUA pugnan por la hegemonía en esta forma de colonialismo industrial.

Pero este artículo quiere llamar la atención sobre las últimas formas, sutiles y perversas, de colonialismo financiero: los fondos de inversión internacionales que colonizan las acciones y los consejos de administración de las grandes empresas y, a través de ellas, a los estados y sus ciudadanos. Ya no es un colonialismo de los países ricos frente a los pobres, sino de élites financieras mundiales frente a los estados y los ciudadanos. Hemos leído recientemente que las seis principales empresas del IVEX tienen como principales accionistas a fondos de los países árabes; saltó la alarma con la compra de acciones de Telefónica por parte de fondos saudíes; las grandes ciudades europeas, cuya arquitectura es símbolo de la historia y de la cultura, sufren la gentrificación y el aumento insoportable de precios, y se transforman en parques temáticos para turistas. Los viejos habitantes de los centros históricos son desahuciados por fondos de inversión…

Los nichos de negocio internacional son innumerables: las residencias para mayores, los colegios, los hospitales y aseguradoras que negocian con la salud, las empresas de odontología, los hoteles de lujo y los hoteles boutique, los automóviles, la telefonía, la electrónica o la informática. De un modo u otro, habrá que poner freno al poder infinito de los fondos de inversión, expresión más descarnada del capitalismo financiero depredador. Dice la prensa que el megafondo Blackrock ha desplegado una red de veinte lobbies en Bruselas y una estrategia de influencia política que supera los 15 millones euros. Eurodiputados fueron condenados hace meses por corrupción al recibir dinero de países extranjeros. Hemos alcanzado una forma de colonialismo financiero que se propone colonizar las instituciones, las empresas, el mercado, la política y nuestra vida diaria. Aceptemos que el capitalismo global es esencialmente una versión actualizada de colonialismo en el que nosotros somos los colonizados. Admitamos también que estamos perdiendo los valores la cultura, la naturaleza, la arquitectura a manos de fondos todopoderosos que nos compran y rentabilizan.

Europa pierde fuelle y solo políticas de izquierdas con un fuerte compromiso con la equidad pueden frenar ese proceso y plantar cara a la invasión de estos colonizadores financieros. ¿O quizá no?