A quien lea

La conspiración de los tontos

0

“Però ¿com, per a qui? No com un joc

d’imbècil habitud, no com un arma

d’ambigua pau, sino com un

crit decidit enmig de la tenebra“

Miquel Dolç. Palma de Mallorca. Imago Mundi (1973)

Los tontos mueven a la ternura frente a la prepotencia y la injusticia. El abuso del poderoso no se limita a las guerras y a la política, ni a la economía, donde se impone la ley del más fuerte. Estamos en plena emergencia de las extralimitaciones de clérigos de la Iglesia Católica sobre víctimas infantiles e indefensas. La deplorable pederastia. La lucha por el contrato social entre empresarios y empleados está repleta de despotismo, connivencias y falsedades. Llega el momento de abordar la brecha digital. La que margina a los desasistidos que, por distintas razones, no pueden o no saben utilizar las herramientas telemáticas. Sus oponentes: los intereses que quieren anularlos y abusar de su incapacidad.

Contubernio de tontos

Falta saber cómo acabará el lance y quién será el malo o el tonto. A finales del siglo XV hubo, en la península italiana, una llamada ''Conspiración de Tontos“, que terminó en 1478. Los Pazzi, familia de banqueros florentinos, urdieron una trama para acabar con el poder de los Medici, financieros y ambiciosos políticos. Pretendían, con la muerte de Giuliano de Medici y atentando contra su hermano Lorenzo, romper la hegemonía de esta familia aliada del Vaticano, y otros núcleos de poder: la República de Siena, el Reino de Nápoles y el Ducado de Urbino. Aún así la ‘conspiración de tontos’ fue la única confabulación que acabó con la vida de un miembro de la familia de los todopoderosos Medici e hirió a otro. No fueron tan imbéciles y consiguieron frenar las ambiciones de la familia hegemónica que siempre estuvo en el centro de la política italiana. La doctrina maquiavélica se diseñó a su medida. Los prepotentes Medici quisieron tachar de imbéciles a los protagonistas de la rebelión, no por su necedad, sino para remachar el fracaso de la intentona ante posibles imitadores.

Buenos y malos

Lo que tenía que ocurrir, pasó. En los medios se ha hablado de marginación digital. Era una cuestión de tiempo. Nadie se percataba. Ni los engreídos discípulos de las notorias escuelas de negocios: IESE, Icade, Esade, o Deusto. Nadie percibió que se estaba cometiendo un delito de lesa senectud. Se atenta contra los derechos básicos de un segmento amplio –más del 30%- de la población que, por edad, conocimientos, estatus social, ubicación geográfica, carencia de formación o nivel de renta, no pueden o no son capaces de acceder a los medios telemáticos. Hoy imprescindibles para subsistir en actividades elementales. Las empresas más poderosas, grupos de presión, ven en ellos la opción que más les conviene para introducir el caos informativo, apoderarse de la voluntad de las víctimas y mejorar su cuenta de resultados a costa de los más débiles.

Los ignorados

En paralelo a este atropello se inició el partido político Teruel Existe, en el conjunto del movimiento, cada día más extendido, de la España Vaciada con múltiples ramificaciones. El resultado en las elecciones de Castilla y León así lo confirman: Por Avila, Unidad del Pueblo Leonés. Soria ¡Ya! A sumar a la España periférica contra la centrípeta, a la España metamadrileña, a la España sin de cupo ni concierto fiscal, a la España rural y agraria frente a la urbana, a la España oficial ante la marginada, a la España monolingüe frente a la plurilingüe. La que obedece a los disparates que proliferan en torno al mantra de ‘España, dentro de España’ de la señora Ayuso o la ‘España, España’ de la que presumía un taxista de Soria. Nada más eficaz para alentar tentaciones separatistas.

Ser o no ser

Carlos San Juan, médico valenciano, consigue cientos de miles (supera las 600.000 firmas) de adhesiones para su protesta con el eslogan –“soy mayor, pero no idiota”– frente a los Bancos que reducen el nivel de servicio personal a sus clientes para derivarlo al incierto mundo digital. No hay nada más absurdo que un Banco sin caja. Peor si además cierra las sucursales, pulverizando la Banca de proximidad. Hay entidades bancarias que blasonan: en esta oficina no hay caja. Esta política adoptada consensuadamente por los principales Bancos incurre en un doble error: menosprecia a sus clientes e incita a la competencia a ocupar el segmento de mercado desasistido cuando se le niega el trato personal, aconsejable e imprescindible. La banca ignora el principio de que las cosas y los negocios han de ser lo que son. Un Banco antes que otra cosa es una entidad de servicios. Nadie va a un Banco a tomarse un café ni a comprar un coche, ni un televisor ni a suscribir un seguro. Esta transformación camaleónica, por la que no quieren ser lo que son, es la prueba de su fracaso como entidades financieras y de crédito. A medida que avanzan en la perversa falsificación de actividad cavan su propia tumba. Alientan a quienes sean capaces de captar depósitos y gestionarlos por el método tradicional, a que monten bancos de con caja, ventanilla, visera y manguitos. A la banca le ocurre lo mismo que a la Iglesia Católica: si no hace lo que le corresponde, pueden venir otros a sustituirla. A más de uno no le faltan ganas. El Gobierno avisa.

Más que bancos

Un valenciano, Carlos San Juan, de 78 años, ha enarbolado la bandera de la rebelión. En su nombre se ha llamado a la insumisión de “tarjetas caídas”, para dejar de utilizar cartas de crédito en las compras. Mañana puede plantearse el renacimiento de Bancos a la vieja usanza, que además traten a todos sus clientes con educación y humanidad. La injusticia digital y telemática se extiende por el entramado funcionarial y administrativo. Afecta a áreas especialmente sensibles como la sanidad, hacienda, salud pública, las relaciones con las entidades suministradoras de servicios básicos (agua, telefonía, electricidad, gas, atención municipal, servicios funerarios). La Seguridad Social, en el colmo de la contradicción, solo atiende por internet. Este movimiento significa retroceso en las actividades públicas y privadas que implican a compañías de considerable magnitud. Lo que era la actitud paternalista de los grandes. No sólo para satisfacer la insaciable pretensión de eliminar costes a saneados negocios, sino pensando en mejorar las condiciones de acceso a los clientes para darles servicios de calidad. La Banca española que peca de rígida– arrastra un historial de dudosa eficiencia, no tanto en sus beneficios y rentabilidad para los accionistas, sino en sus perspectivas de negocio a largo plazo. La crisis bancaria que estalló en 2008 ha costado a los contribuyentes más de 70.000 millones de euros. El proceso de malversación, quiebras, absorciones, adquisiciones e integraciones ha derivado en tendencia al oligopolio. Donde unos pocos se reparten el negocio bancario, en el que hay indicios de prácticas, consensuadas entre los grandes, para evitar o reducir las ventajas de la competencia y el libre mercado. Acaban de surgir potentes campañas publicitarias que lo visibilizan.

Insurgencia territorial

A causa de la pandemia ha aflorado un drama social ligado a la pobreza, las secuelas permanentes en aquejados de Covid 19, el deterioro del sistema de salud público y privado o desempleo crónico. A otro nivel crece el malestar territorial en zonas, ya castigadas por los agravios comparativos como el País Valenciano. Quienes habitan la demarcación administrativa de la Comunitat Valenciana, sobre las dificultades comunes que comparten con los ciudadanos de otras autonomías, acusan la marginación y la desasistencia en cuestiones vitales: la financiación, inversiones, modernización, innovación y adaptación del modelo económico, la sanidad, la educación, la oportunidad universitaria, las infraestructuras, los servicios sociales y la cultura. Bastantes valencianos se preguntan, con razón, si son idiotas o tontos.

Plan de acción

Se han movilizado los resortes sociales y políticos eficaces para estas reivindicaciones. Se implementó el cambio político en 2015, hacia formaciones progresistas, para superar la incompetencia y los vicios corruptos de la derecha valenciana en connivencia con el PP de España. Se consiguió un pacto pluripartidista de gobierno que propicie la corresponsabilidad. Se han promovido varias movilizaciones y manifestaciones confluyentes de toda la sociedad valenciana. Se implican entidades económico-empresariales y grupos de presión, expuestos en evidencia –hasta en la Castellana de Madrid–, con mensajes a la desesperada. Se han convocado encuentros y eventos multitudinarios en Madrid, Barcelona y por la geografía hispana para reclamar el Corredor Mediterráneo ferroviario o la comunicación por AVE desde el País Valenciano a la frontera francesa. Nada de todo esto, ni la constante labor de los medios de comunicación autóctonos, han surtido efecto. Nada ha servido para visibilizar que los valencianos llevan décadas quedándose atrás. En el intento de encaramarse, como sea, al tren del progreso y del bienestar para cinco millones de valencianos dignos de mejor suerte. ¿Qué más hay que hacer? Las empresas cuando no son viables cierran sus instalaciones, cesan en el negocio y despiden a sus empleados. Si la Comunitat Valenciana es una empresa cívica, desde su inoperatividad debería declararse en quiebra técnica y ética. En esta epopeya han fracasado los gurús, partidos políticos, gobiernos enteros, intelectuales, empresarios, sindicatos, las fuerzas vivas y la sociedad, que erróneamente llaman civil. Sin necesidad de ser tontos.