Ante la polvareda generada por la decidida acción vecinal que se concretó en la concentración a las puertas del Ayuntamiento de Valencia de varios cientos de personas el pasado sábado 8 de enero, la concejala Elisa Valía y la prensa afín siguen insistiendo en circunscribir exclusivamente el debate a la contaminación del agua y en dar una solución técnica al riego. Es obvio que nadie en Benimaclet quiere regar con agua contaminada, ni agricultores profesionales ni no profesionales. Que la huerta de Valencia se riega con aguas contaminadas viene pasando por lo menos desde hace décadas. Según la ciudad iba creciendo las nuevas edificaciones vertían sus desagües en las acequias existentes, el Ayuntamiento se ahorraba el alcantarillado, pagaba a las acequias por estos vertidos y todos contentos… Esta es una situación insostenible y que la Unión Europea exige solucionar.
La cuestión no es que el Ayuntamiento actúe así para protegernos a la ciudadanía de la contaminación del agua, que también. El verdadero debate que plantea la movilización vecinal es la desafortunada decisión de cerrar uno de los brazos de riego de una acequia histórica.
Cerrar el Brazo del Alegret no es solo proteger a la ciudadanía de la contaminación, que es importante y damos por hecho que así debería venir haciéndose desde hace años. Es también optar por la solución más fácil y menos respetuosa con nuestro patrimonio histórico. Es condenar a muerte la infraestructura que ha llegado a nosotros con centenares de años de antigüedad, precisamente por no cuidarla y repararla, aquí y ahora, y pone en serio entredicho la voluntad del mismo Ayuntamiento de Valencia por proteger la huerta, que dejaría de estar contaminada para pasar a ser desaparecida. La huerta es un todo, es un paisaje compuesto por la tierra, su sistema de riego, sus caminos, alquerías, sus tradiciones. No se puede proteger la huerta y destruir su sistema de riego.
Me pregunto por qué el Ayuntamiento de Valencia no quiere hacer bien las cosas, revisando las acometidas de las fincas particulares en el tramo de acequia con problemas. Son sólo 600 metros de longitud, desde Viveros hasta el cruce de las calles Barón de San Petrillo y Alegret. Hay que averiguar cuáles son los edificios que vierten aguas residuales a la acequia, que es de todos, y conectarlos adecuadamente al alcantarillado.
Dejar que el Ayuntamiento centre el debate en sólo un tema de contaminación y de soluciones técnicas, es olvidar que la huerta de la ciudad de Valencia, incluidos esos 40.000 m2 de los terrenos de Benimaclet, ya forman parte de la lista de patrimonio agrícola mundial de la FAO desde 2019.
Es olvidar que el pasado marzo de 2021 el mismo Ayuntamiento presentaba públicamente su Plan de Agriculturas Urbanas, un plan para recuperar y preservar los vínculos entre la ciudadanía y la huerta, además de fomentar la agricultura urbana en la ciudad.
Es olvidar que nos encontramos al borde del abismo de una importante emergencia climática en la que no deberíamos permitirnos el lujo de perder 40.000 metros de huerta urbana y periurbana con su infraestructura de riego donde se practica, como bien decía nuestro alcalde hace tan sólo unos meses, una agricultura que “tiene la capacidad de reforzar la resiliencia del sistema alimentario local, mejorar el acceso a alimentos nutritivos, generar ocupación y combatir la pobreza, contribuir a reducir la huella ecológica, propiciar la biodiversidad y acercar la sociedad al territorio”.
Es olvidar que las soluciones técnicas por las que apuesta el Ayuntamiento, de asegurar agua de riego de calidad llegue de donde llegue, mediante pozos o mediante estaciones de bombeo, suponen, y nunca mejor dicho, ir contra corriente. Los vecinos de Benimaclet llevamos muchos años defendiendo una solución para los terrenos del PAI que incluya un espacio de transición donde conviva la ciudad con un parque y con la huerta y para ello es imprescindible mantener y proteger el patrimonio que milagrosamente ha llegado a nuestros días.
Es olvidar que hay momentos clave en los que las decisiones políticas que parecen triviales, marcan el devenir posterior de los pueblos. Y la ciudadanía de aquí, de eso sabe un rato, gracias a décadas de activismo de colectivos vecinales y ecologistas. Por eso nos reafirmamos: no queremos una huerta contaminada, no queremos una huerta desparecida, queremos una HUERTA VIVA.