Situación. Abuelo y nieto trajinan con los cromos.
Abuelo a nieto: Estos repetidos te sirven para cambiarlos con tus amigos. Nieto a abuelo: Sí, pero yo no los cambio, los regalo.
Abuelo a nieto: ¿Y eso por qué?
Nieto a abuelo: Porque yo ya los tengo, no los necesito, pero mi amigo sí.
A veces tengo la sensación de que les enseñamos a los niños unas cosas, ser generosos, por ejemplo, y enseguida les enseñamos lo contrario, a especular. Como si fuera un antídoto vital, imprescindible.
No seas tonto, les decimos cuando regalan los cromos, que es parecido a saca lo que puedas, obtén más de lo que te ha costado, abusa de la necesidad del otro... todo eso son mensajes que van implícitos. Y ellos aprenden.
Si la necesidad de unos se convierte en moneda de cambio, estamos perdidos. El que algo quiere algo le cuesta, aunque a mí me sobre, y lo decimos tan tranquilos. Es cuando sube el precio de la electricidad precisamente cuando más falta nos hace la luz.
La respuesta que nos dan es: Esto es el mercado, amigo. Una frase que contiene dos mentiras. Ni eso es el mercado, ni usted es mi amigo.
Si confundimos mercado con especulación, volverá a subir el precio, y un simple cromo, que es un papelito como los demás, de pronto se convierte en un tesoro. Valdrá su precio multiplicado por diez solo porque yo lo tengo, y me sobra, y tú no lo tienes, y lo necesitas. Es el trapicheo de la escasez y la riqueza del exceso. El fabricante de los dichosos cromos lo tiene bien estudiado; de un modelo en concreto hace menos, y así empieza la batalla. Otra cosa es el cambio limpio, la colaboración como antídoto de la malicia del fabricante. Yo te doy uno que me sobra y tú me das otro que también te sobra. No hay abuso, solo se aprende a colaborar. Si a ti te falta y no tienes repetidos para negociar, entonces te lo regalo, y aparece la generosidad. Si el fabricante se mosquea, allá él.
Hablando de cromos, parece un juego infantil, pero se convierte en un aprendizaje que nos lleva a la cesta de la compra, a la vivienda, al recibo de la luz, a tantas necesidades básicas que se convierten en negocio. Hay unos que invariablemente ganan, tienen la colección completa, y otros que siempre pierden y en su álbum hay muchas casillas vacías, como una dentadura mellada. Tal vez sueñan con completarlo algún día.
Pase lo que pase, el especulador siempre gana. Si baja la demanda sube el precio, es lógico, dice. Y si la demanda sube, también sube el precio, vuelve a ser lógico, y empiezan dos repartos: el de los beneficios entre los accionistas, y el de las carencias entre los damnificados.
Mientras, nosotros enseñamos a negociar con los cromos. Otra vez la fasecita: no seas tonto. Ha cambiado un cromo por cuatro, este niño llegará lejos, decimos. Y ni siquiera nos sonrojamos.