Declive del humanismo
Desde sus orígenes bajomedievales, los humanistas habían creado una tradición cuyo fundamento era el amor por los libros, la cultura y las lenguas clásicas. Tantos eruditos italianos de las cortes de Florencia, Ferrara, Venecia… desde el siglo XIV habían creado una cultura universal fundamentada en la lectura, el conocimiento y el comentario de los autores clásicos grecolatinos. Su amor por las lenguas clásicas era protegido por reyes y élites de la nobleza, en Italia, Francia, Países Bajos… Así, con el paso del tiempo, la red humanista tejió un paradigma de amor a la sabiduría y al arte que iba más allá de las fronteras políticas, que se materializaba en grandes bibliotecas. Usando el latín como lengua universal, concebían la universalidad de lo humano.
Pero en el siglo XVI Europa se vio arrasada por todo tipo de guerras y conflictos, rupturas religiosas y violencias. Un panorama que contradecía el humanismo y asustaba la visión de los humanos que defendían humanistas como Erasmo, Vives o Moro. Erasmo, cuyo legado precisamente apuntaba a la educación, el conocimiento, los valores y la cooperación internacional. Viajero por toda Europa, espectador de la crueldad y la barbarie, el viajero Erasmo sólo veía en torno a odio, intransigencia, guerra, persecución y violencia, atributos que mostraban lo peor de la condición humana. Pasiones desatadas incitadas por líderes mediocres e irresponsables, ansiosos de poder y odio a quienes consideraban como hereje o enemigo. Para Erasmo, la guerra o la agresión, la violencia representaba el fracaso de lo humano. Por eso la educación, la civilidad es esencial en su cosmovisión humanista: “Mi patria y mi casa están allí donde está mi biblioteca.”
Mirado con perspectiva, Erasmo infravaloró la pulsión de los humanos por la violencia, por el fanatismo irracional, a menudo más que por el buen gobierno, la sabiduría y la educación, herramientas que contribuyen al respeto y la tolerancia. Erasmo no era un fino analista de la maquinaria psicológica del poder, como lo había sido un siglo antes Maquiavelo, y por eso su visión idealizada del ser humano se rompía en pedazos ante la realidad cruel.
Poco antes de morir Erasmo en Basilea (1536), nacía en el Castillo de Montaigne, suroeste de Francia, Michel de Montaigne (1533). Sus ensayos reflejan, como los escritos erasmianos, un entorno de crisis política, militar y religiosa, muestran las tensiones radicales entre católicos y protestantes, las luchas violentas por el poder político y religioso en una Francia desangrada por conflictos civiles y religiosos. Erasmo habría perdido toda esperanza de diálogo racional al contemplar las guerras de religión y la beligerancia de Lutero y Calvino, la crueldad de la Contrarreforma. Tiempo en que el fanatismo y la intolerancia ganaban admiración por la radicalidad de sus actitudes, ante el fracaso de quienes -como Erasmo y Montaigne- eran vilipendiados por defender la educación, el conocimiento, la tolerancia y el compromiso. Montaigne, como también Erasmo, era intolerante con el fanatismo y la intolerancia, cuyas masacres y homicidios eran justificados desde todas las formas de intolerancia religiosa y de sentimiento nacionalista. Tiempo de ruptura, conflicto y triunfo de la violencia, la crueldad y la barbarie, en detrimento del saber y la tolerancia. Tiempo de fanatismo y falsedad: la destrucción de los ideales del humanismo.
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