No camines detrás de mí, puedo no guiarte. No andes delante de mí, puedo no seguirte. Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo. Albert Camus
El pasado 30 de julio fue el Día Internacional de la Amistad proclamado por la ONU desde el año 2011 en honor a ese sentimiento desinteresado que es capaz de unir a personas muy diferentes, romper fronteras y tender lazos de solidaridad. Sin embargo no vi que ningún medio de comunicación lo citara. Actualmente cabe reivindicar más que nunca la amistad, pues para una gran parte de la humanidad sus condiciones de vida y de trabajo le alejan de una relación interpersonal afectiva basada generalmente en la gratuidad leal, en la reciprocidad constante, en la confianza, en la incondicionalidad, en la comunicación, en la bondad, en la simpatía instintiva y en la comunidad de intereses, de ansiedades y de ideales. Y esto está en la propia naturaleza humana porque como han remarcado la antropología y la psicología comunitaria la verdad del hombre no está en su ser sujeto, en sí considerado, sino en su ser en correlación estructural con otros sujetos: la identidad no está en el sujeto sino en la relación. Tampoco el neoliberalismo con su ritmo de vida atosigante, alienante y sus valores utilitaristas y egoístas, y el posmodernismo con la relativización de todo favorecen que las personas busquen y asienten una amistad verdadera que como dice el refranero “quien tiene un amigo tiene el auténtico tesoro”. La amistad es igualdad y comunidad: no es una virtud más: es la virtud por excelencia. “Endevinar els amics: aquest és el secret” decía con sabiduría Joan Fuster.
La amistad es una forma de amor con características totalmente especiales, porque está libre de obligaciones normativas y depende solo de la lealtad, del respeto de la individualidad de cada uno, de la generosidad en las dificultades y de la participación de las alegrías. Hay también un sentimiento de paridad: los amigos no se sitúan en una jerarquía; se sienten todos iguales aunque por estatus profesional no lo sean. Dice un poema de Jim Morrison: “Un amigo es alguien que te da libertad para ser tú mismo”. Tienen también una costumbre en la relación, tanto que si las circunstancias les separan espacialmente suelen mantener una comunicación escrita y hablar por teléfono en situaciones especiales.
La psicología ha estudiado que amigos íntimos no se pueden mantener más allá de los dedos de una mano. Así lo considera el psicólogo Robin Dunbar quien sitúa en un peldaño más abajo a las personas cuya relación es más superficial, con las que uno interactúa y se siente cierta afinidad. Es por ello que Josep Pla diferenciaba las relaciones interpersonales en “amigos, conocidos y saludados”. Llama la atención por ello que el tertuliano Francisco Marhuenda insista siempre desde hace 15 años en la televisión que multitud de personajes son sus amigos y rebata siempre sacando a colación su currículum. La psicología individual nos enseña que el “complejo de superioridad” es un mecanismo neurológico en el cual un individuo trata de superar su sentimiento inconsciente de inferioridad resaltando aquellas cualidades en las que percibe que sobresale, en un proceso de transferencia que busca esconder su desarraigo por haber padecido una infancia de burlas y falta de amigos, sobrecompensando el “complejo de inferioridad” sufrido de pequeño con una pertinaz exhibición de “superioridad” que le lleva a ser arrogante. No se puede tener decenas y decenas de amigos. La igualdad, decíamos, es una condición imprescindible para poder hablar de amistad, razón por la cual uno de los títulos del Emperador de China era el de “Hombre solitario”, pues por su propio rango supremo debía mantenerse siempre por encima de sus súbditos, lo que le obligaba a no tener amigos.
Numerosas han sido las amistades establecidas por famosos pensadores, escritores y artistas. En el País Valenciano cabe mencionar la de Joan Fuster, Vicent Andrés Estellés y Vicent Ventura. Frida Kahlo y Trotsky (nunca quedó claro si tuvieron alguna ‘aventurilla’); David Siqueiros y Diego Rivera; Remedios Varo y Leonora Carrington; Picasso y Jaume Sabartés; Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Julio Cortazar (la amistad íntima de Gabo con Vargas Llosa se rompió –nunca se supo la causa- cuando este último le dio un puñetazo en el ojo dejándoselo hinchado y amoratado); Salvador Dalí, Luís Buñuel y García Lorca; Roberto Bolaño y Nicanor Parra, Joan Fuster y Andreu Alfaro, Borges y Bioy Casares… La lista sería larga y las complicidades establecidas no nacen siempre por las mismas circunstancias. La amistad se diferencia de las demás formas de amor porque elige sus objetos con criterio moral y tiene frente a ellos empatía y un comportamiento que sabe pedir disculpas. La amistad es la forma ética del eros.
Sin embargo, sí que hay distintos grados de compañerismo por la situación de unión, la continuidad o la afición que comparten dos personas: los pseudoamigos (aquellos en quienes confiabas y desaparecen de tu lado cuando estás a punto de caer al suelo derrotado, o aquellos que persiguen el provecho o el favoritismo interesado), los colegas, los amiguetes, los camaradas… con quienes compartimos un tipo de relación conjunta que nos viene dada por el trabajo, el estudio… Por el contrario el enamoramiento sigue la ley del todo o nada, y no precisa de reciprocidad. La amistad exige siempre una cierta correspondencia. Hoy entre muchos jóvenes se ha ampliado el compás de la amistad: así hablan con naturalidad de “amigo con derecho a roce”, y más: “follamigo”. Tampoco esto es nuevo pues algunas tribus estudiadas por antropólogos lo practicaban tras hacer el rito de paso a la adolescencia, antes del casamiento. Obviamente cada persona es un mundo y no se puede ni se debe generalizar, porque cada cual siente sus relaciones hacia los demás como le han enseñado, como ha interpretado por su cuenta o como buenamente puede. Del amigo esperamos que comparta la imagen que tenemos de nosotros mismos, pero su evaluación no debe ser demasiado positiva o exagerada hasta caer en la adulación. La amistad requiere imágenes recíprocas similares, pero no idénticas -porque entonces no habría nada por descubrir- ni tampoco disonantes. Por eso esperamos de un amigo que no nos malentienda. Si un amigo nos malentiende todo puede terminar (muchas amistades se rompen hoy por los mensajes por Whatsapp ya que es un medio emocionalmente más distante, sin contacto cara a cara, sin lenguaje gestual, sin inflexiones de voz… por lo que ironías, sarcasmos o bromas pueden no captarse).
Pedagogicamente, la amistad constituye tanto una finalidad educativa, como un medio para la promoción de actitudes como el respeto al otro, la tolerancia y la falta de hipocresía. Es una relación eminentemente personal: en ella no hay una causa determinante, pues procede, en última instancia, de un acto de libertad en una relación de confesiones interpersonales e íntimas. Esto también tiene sus riesgos pues si esa amistad se siente traicionada y se rompe… cabe aplicar el aforismo de Joan Fuster: “Guarda’t d’amics que s’et puguen convertir en enemics. Ells ja saben com ets”.
Como los lazos afectivos de naturaleza amistosa no pueden imponerse el educador debe ante todo vivir y testimoniar en sí mismo la experiencia de la amistad con el calor humano y la lealtad, que son ya por sí mismas un hecho educativo. Y debe, asimismo, saber crear dinámicas de grupo y lugares de encuentro y reunión en los que el alumnado pueda conocerse, entenderse, expresarse, comprometerse, estimarse: en definitiva sentir lo que es un tipo de amistad que sea auténtica, constructiva y fecunda para el crecimiento de su persona. En suma, ¿cómo educar la amistad? Siendo amigos. Esta respuesta puede parecer de Perogrullo, pero no lo es si se expone que tal fórmula equivale a manifestar el ser personal que se es y a aceptar el del otro. La amistad se educa si media un esfuerzo intelectual y volitivo, se da una apertura sentimental y se realizan acciones positivas hacia los demás. Ahora que son vacaciones tenemos más tiempo para cultivar y recrear antiguas y nuevas amistades que se mantendrán si de alguna manera hasta en la lejanía la cultivamos.