Es estupendo oír decir una y otra vez a voces autorizadas que la solución a muchos de nuestros problemas está en la educación. La piedra filosofal, la clave de las claves, la panacea. Y es una manera habilidosa de remitir la responsabilidad a la comunidad educativa. Asunto resuelto, aunque ni siquiera invertimos en ello los presupuestos necesarios.
Pero pocas veces nos paramos a pensar qué es la Educación, así, con mayúscula. Si lo hacemos, enseguida aparecen responsabilidades colectivas que nos interpelan a todos y todas como tribu que somos.
La escuela aparece en primer lugar, sí, pero hay más escuelas que no tienen aulas: la familia, la ciudad, la sociedad, son eslabones imprescindibles en el aprendizaje. Porque con mucha frecuencia, los niños y niñas ven en la vida cosas contradictorias con lo que les enseñan en la escuela. Y cuando digo “vida”, me refiero al salón de su casa, a la tele, a la calle, al parlamento (este con minúscula).
Mamá, ¿por qué gritan esos señores y a mí me dices que no grite? Papá, ¿por qué anuncian chucherías en la tele y no me dejas comerlas?, así aparece una larga lista de preguntas inocentes que no tienen respuestas porque nos olvidamos de los principios al creer que ya hemos llegado a la meta.
Hace mucho tiempo que la ética y la legalidad se separaron en nuestra sociedad para recorrer caminos diferentes. Y eso es un drama. Preferimos la ley a la justicia y desde entonces la educación y el aprendizaje se han vuelto estrábicos haciéndonos bizquear a niños y adultos para acabar generando contradicciones difíciles de explicar.
No nos damos cuenta de que la calle es una escuela, la tele es una escuela, la publicidad es una escuela, las vacaciones son una escuela, el juego es una escuela, ¿sigo? Los afectos, la diversión, el rigor, la coherencia, la conversación, la empatía… son los medios; el aprendizaje, el resultado. Y conviene descubrir que el fin ilumina los medios, por eso nos permite elegir el camino más adecuado tratando de evitar contradicciones y asumiendo que todos somos educadores y educados, que enseñar enseña. Y no podemos volcar el peso de la educación solo sobre las espaldas de los sufridos docentes. Que sí, que son los expertos, sin duda, y unos son mejores que otros, pero no están solos dentro de la tribu. También nosotros tenemos mecanismos para educar. Jugar con nuestros niños y niñas, reír a carcajadas, contar cuentos, hacer cosquillas, charlar sin tapujos, todo son hechos educativos, biunívocos y gratificantes. Van y vienen cargados de mensajes que han de ayudarnos a entender lo que es convivir.
Por no hablar de las necesarias escuelas de adultos. ¿O es que solo han de aprender los más pequeños? ¿O es que los que estamos creciditos ya lo sabemos todo? La revisión de la manera de vivir en comunidad, el reciclaje mental, la actualización de nuestro ordenador personal llamado cerebro, todo eso es Educación (otra vez con mayúsculas). Es un proceso que sigue, y resulta imprescindible mezclarlo para que todas las escuelas apunten al bienestar colectivo. Con diferencias, con dudas, con matices, pero tratando de evitar que haya escenarios antagónicos y no sepamos a cual mirar.
Seguramente cuando antes lo descubramos, antes cambiaremos el mundo.