La Emergencia Climática no es un cisne negro

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En 2007 Nassim Nicholas Taleb, profesor de ciencias de la incertidumbre en la Universidad de Massachussets, publicó un ensayo titulado “El cisne negro”. Bajo ese término enuncia un suceso definido por tres características: que nada en el pasado apunte de forma convincente a su posibilidad, que conlleve un impacto extremo y que sea racionalizable a posteriori. No era un concepto nuevo, existía desde el siglo XVII, cuando tras el descubrimiento de una variedad de cisnes que se creía no existía, empezó a ser utilizado para hacer referencia a que lo considerado imposible en un momento, podía no serlo más tarde.

Hemos podido leer y escuchar estos días cómo la pandemia de Covid-19 se califica como un suceso “cisne negro” y, por tanto, que era impredecible su aparición y la toma de medidas para evitarlo. Desde la perspectiva ecologista, no es así: estaba advertido el riesgo de posibles pandemias como una de las consecuencias de la presión antrópica sobre los ecosistemas naturales y la vida silvestre.

No es una cuestión menor. Es importante reconocer que la pandemia causada por el Covid-19 era un suceso predecible y, sobre todo, que combinaba riesgo y probabilidad en proporción merecedora de ser considerada como una prioridad, ya que este no es el único suceso de impacto extremo al que, con elevada certeza tendremos que enfrentarnos en esta década, de no tomar medidas contundentes e inmediatas. Ha sido ignorar la prevención, sustituyéndola por la gestión del riesgo, propio de la ideología neoliberal que ha colonizado la mayoría de las esferas de nuestra vida en este siglo XXI, lo que nos ha llevado a la situación de enorme vulnerabilidad actual.

La cuestión, ahora, es si seremos capaces de generar masa crítica para hacer frente a quienes, ignorando hechos, datos e informes, contraponen sanidad y economía. No es ético elegir entre salud y economía. Un estado que sacrifica la primera por la segunda estaría rompiendo el contrato y la cohesión social: la pandemia se ceba con la desigualdad económica y vital; se ceba con los más indefensos. Tampoco hay nada cierto en esa dicotomía. Los datos meramente económicos no mantienen esa elección. La diferencia en la caída de la actividad económica, mucho mayor en España en comparación con países de nuestro entorno con una estructura económica similar y con hábitos socioculturales parecidos, difícilmente se explica por otras causas que por la mayor incidencia de la pandemia. Reforzar los servicios públicos y combatir la desigualdad son imperativos éticos para quienes consideramos que la consecución de la justicia social es un principio básico de nuestra acción política y vital. También es una de las mejores formas de protección del conjunto de la ciudadanía: los países más desiguales son los más vulnerables en caso de crisis sistémicas. El incremento de la desigualdad ocurrido en España durante décadas desde el gobierno de Aznar, y que continuó con los gobiernos de Zapatero, también tiene inequívoca relación con la vulnerabilidad ante esta pandemia. La justicia social es ética y también eficaz. Lo que es un coste inasumible, también en lo económico, es dejar a entes no democráticos, como los mercados, disponer de la vida de las personas, de su salud y de su economía, que son una. Los recortes y el austericidio han costado miles de vidas y comprometido el futuro del conjunto de la ciudadanía. No podemos reincidir en errores tan graves: es el momento de movilizar todos los recursos para que, de verdad, las personas sean lo primero. Y eso incluye una fiscalidad homologable a la del resto de los estados de la UE, estamos seis puntos por debajo de la media, para alcanzar los recursos necesarios con los que conseguir unos servicios públicos equiparables. También una fiscalidad verde es una herramienta imprescindible para luchar contra la emergencia climática.

La emergencia climática tiene mucho en común con la pandemia causada por el Covid-19: era un suceso previsible desde hace décadas; el impacto es extremo; se puede mitigar con un buen enfoque preventivo. Pero también tiene tres enormes diferencias: una vez que los delicados equilibrios en la atmosfera terrestre se modifiquen, no hay vacuna posible; la magnitud de las consecuencias será en una escala mucho mayor y más destructiva; los daños serán, desde la escala de la vida humana, permanentes.

Hoy, 25 de septiembre, hay convocadas huelgas climáticas en 2.500 lugares del planeta. Es el momento de generar masa crítica, virtualmente, y de recordar que estamos aún a tiempo para impedir los peores escenarios, aquellos a los que no podremos adaptarnos. Nadie, ninguna institución o persona, puede decir que la emergencia climática es un cisne negro; la advertencia, los informes y las evidencias existen desde hace décadas.