¿Empezamos a aplicar las ciencias sociales a la crisis climática?

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Cuando hablamos de las ciencias del cambio climático, ¿por qué sólo nos referimos a las ciencias objetivas, como la climatología o la glaciología?

¿Qué papel juegan las ciencias “subjetivas”, las ciencias sociales, en el estudio del cambio climático? Y, sobre todo, ¿cómo pueden utilizarse para romper el “silencio climático” y crear estilos de vida descarbonizados?

La aplicación de las ciencias sociales (psicología social, sociología, etc.) permite entender con precisión los mecanismos psicológicos que llevan a las personas a implicarse a construir paulatinamente una sociedad de uso energético reducido. Porque, tal como hemos comprobado, dar datos científicos, sin más, no funciona para realizar cambios en el consumo.

Por mi trabajo (psicoterapeuta, coach político, formador en habilidades en grupos), he comprobado que funcionaban y que tienen un gran potencial de aplicación. Encontré los primeros estudios de cómo comunicar el cambio climático y me entusiasmé.

Hace unos años descubrí la entidad que, seguramente, es la que realiza más estudios empíricos y de mayor profundidad sobre cómo comunicar el cambio climático. Se trata de Climate Outreach, que, desde hace cerca de veinte años, se dedica a responder a la pregunta: “¿Cómo se puede implicar efectivamente a la gente para frenar el cambio climático?” Se trata de aprender a lograr que las personas se comprometan a ir descarbonizando su vida. Por ello, su trabajo realiza investigaciones basadas en evidencias empíricas para formalizar lo que funciona en determinados contextos.

Durante todo el tiempo que he estado leyendo sus informes me he dado cuenta de que hay formas estructuradas de expresarse y relacionarse que favorecen que la gente escuche el mensaje climático y adopte medidas en su vida cotidiana. Pondré algunos ejemplos de los resultados de sus investigaciones:

Comunicación basada en valores. El lenguaje tecnocientífico no resuena en la población. El caso más claro son los informes del IPCC. A pesar de que sus estudios son cada vez más contundentes, la quema de combustibles fósiles, responsable de la crisis climática, apenas tiene impacto en la sociedad y la política.

De la importancia de usar valores en la comunicación climática nos habla este documento, elaborado por Climate Outreach y la Universidad de Cardiff, en su página 16, donde se afirma que “... los valores de las personas (principios rectores en sus vidas) y sus identidades culturales son tan importantes para cultivar estilos de vida bajos en carbono.”

En el mismo documento, en la página 30, se pone un ejemplo de cómo comunicarse con una persona de centroderecha para que considere reducir los viajes en avión.

Si hablamos de la transición energética, según la investigación Un futuro completamente renovable, hablar de evitar el desperdicio de la energía impacta tanto en personas de derechas como de izquierdas y facilita la reducción de su consumo. Y hay otros muchos ejemplos de cómo utilizar el lenguaje.

Enfrentarse a la incertidumbre. El hecho de que los modelos científicos no sean exactos, sino orientativos, conlleva que muchas personas perciban la incertidumbre de las predicciones como inseguras y, por lo tanto, no les hagan caso. Si pronosticas que en 2050 el Mediterráneo subirá entre 5 y 20 cm el nivel del mar, muchas personas que no entienden la metodología científica perciben duda. “¡O son 5 cm o 20 cm! ¿Acaso no saben cuánto subirá?”. Al sentir incertidumbre, se desentienden. Su informe The uncertainty handbook (existe traducción al castellano) da pistas para afrontar dicho problema.

Cómo comunicar visualmente. Visual climatics es una investigación sobre cómo emplear las imágenes climáticas de forma útil, unos criterios de uso que han resumido en siete principios. Algunos de estos principios son: Emplea fotos reales, no prefabricadas [de las plataformas de fotos]. Muestra la realidad cotidiana de las personas y, cuanto más cercana sea, mejor. No pongamos más fotos de osos polares, desconectadas de la realidad cercana. Ten cuidado con las fotos de manifestaciones y activistas; la mayoría de personas fuera del ámbito ecologista/verde no se sienten identificadas.

Cuando llevo a cabo formación con grupos en comunicación del cambio climático, a los participantes, que suelen ser personas sensibles a las crisis ecológicas, les pido que hablen durante tres minutos de las nefastas consecuencias del cambio climático. Y lo que suele ocurrir es que podrían estar hablando mucho más tiempo: de toda clase de desastres, actuales y futuros, de los causantes de la quema de combustibles fósiles... En cambio, cuando les pregunto qué actividades humanas pueden ponerse en marcha para frenar el cambio climático, al primer o segundo minuto acostumbran a detenerse. Se trata de una tendencia muy acusada: hablar mucho de los problemas, de los estudios científicos que avalan la dificultad, etc. En cambio, entre el movimiento ecologista/verde, buena parte de las personas suelen tener dificultades para enfocarse en las soluciones concretas para la sociedad actual.

Ese sesgo, esa tendencia, se refleja en la filmografía sobre el cambio climático. David Vicente ha realizado la primera tesis doctoral en España sobre filmografía del cambio climático. En la entrevista que le hicieron en Climática, el autor cuenta que la mayoría de las películas que tratan del cambio climático no explican el contexto en el que se produce, ni sus causas, etc. Existen pocos documentales que vayan en esa dirección y que perfilen cómo frenarlo; son poquísimos.

Afortunadamente, existe un proyecto en marcha que se orientará hacia las soluciones factibles: ¡la docuserie Hope! Estamos a tiempo. Es la primera serie de documentales que, en lugar de plantear los desastres, el colapso que viene o distopías, desgranará múltiples formas que existen para frenar el cambio climático. No se trata de afirmar que “hay que cambiar el capitalismo”, debemos enfocarnos en cómo.

Si es tan eficaz este enfoque en las metodologías sociales, ¿por qué no es más conocido y se aplica más? Algunas de las razones son:

1) Porque existe una tendencia a pensar que los informes científicos, al ser rigurosos, harán cambiar a la gente. Después de décadas de estudios del IPCC, ya es hora de darse cuenta de que esto no funciona así. Los estudios climáticos deben estar complementados con investigaciones comunicativas. El IPCC ha tomado conciencia de ello y ha encargado a Climate Outreach algunos estudios sobre cómo informar de los resultados de las investigaciones, como este.

2) Porque requiere desarrollar motivación y sensibilidad hacia los asuntos comunicativos en los movimientos ecologista y verde. Recientemente, Climática publicaba un artículo sobre la investigación de Greenpeace titulada “¿Por qué lo llaman gas natural cuando quieren decir gas fósil?”, en el que se planteaba cambiar la expresión “gas natural”, de connotaciones agradables (todo lo “natural” es mejor), por “gas fósil”, de connotaciones neutras o negativas. Que hayamos tardado décadas en darnos cuenta de que nos la han colado con esto de “gas natural”, indica la poca atención que ponemos a cómo usamos el lenguaje. Otro ejemplo en otra área: hablar de “libre” en los tratados de comercio como el TTIP. ¿Son libres? ¡¡¡Más bien diría que son esclavistas!!!

3) Porque requiere un entrenamiento, no es una cuestión intelectual. Hay que aprender a hablar a distintas audiencias, saber cuándo introducir el mensaje, etc. Tiene más que ver con habilidades que con conocimientos.

Por supuesto que existen inercias de la población, intereses económicos, etc. que ralentizan la descarbonización de la sociedad. Pero existe una carta que todavía no hemos jugado y que puede ser un factor clave para extender el movimiento climático: la aplicación de las metodologías sociales, estas metodologías pueden aportar muchísimo para redirigir el rumbo climático.