Jueves de noche tropical en València. Un hombre se acerca a la puerta de acceso a los Conciertos de Viveros y desde una boca que se desgañita grita: “¡El reggae es una música de mierda, de subvencionados! ¡La música española es la mejor!” Es un tipo anodino, de unos cincuenta años. Podría pasar desapercibido, pero este sujeto correoso prefirió asaltar la pegajosa calma nocturna. El suceso es real.
Fui testigo de la bravuconería. Del derroche de halitosis para tan solo un par de orejas perplejas. Las mías y las de otra persona que repartía panfletos. ¿Habría procedido igual ante una puerta llena de público? Puede ser. Este episodio podría responder a un cuadro de suspicacia extrema, de desconfianza hacia los demás que le hacen presentar actitudes defensivas y hostiles frente al mundo. Esta descripción no es mía, claro. Se la tomo prestada al médico forense Alberto Villarejo de un trabajo sobre Fanatismo: interés en psiquiatría forense penal.
A mí también me interesa saber qué sucede para que estos comportamientos broten como malas hierbas. Como los baobabs. Esos árboles monumentales que amenazan la supervivencia del asteroide B 612 y que El Principito tanto se afana en arrancar porque, si crecen, harán estallar su planeta.
“Cuando dibujé los baobabs me impulsó el sentido de la urgencia”, reconoce Antoine de Sant-Exúpery por boca de su personaje en lo que se ha interpretado como una advertencia sobre el avance del fascismo en Europa, representado a través de tres ejemplares que simbolizarían España, Italia y Alemania. En qué momento, nos hemos despistado y desatendido este trabajo “muy aburrido, pero muy fácil”. ¿Nos hemos vuelto perezosos?
Tal vez dábamos por hecho que las conquistas sociales, los derechos laborales, el Estado de Bienestar eran cuestiones intocables y nos acomodamos. Tal vez las crisis económicas, que siempre se traducen en recortes para unas familias trabajadoras engatusadas con pertenecer a una clase media ficticia, han sido fundamentales para el desencanto y la apatía. La pérdida de poder adquisitivo, las hipotecas desbocadas. Los muchos pagando para que los menos se enriquezcan. Como siempre.
Hemos descuidado la democracia. Los valores republicanos de Libertad, Igualdad y Fraternidad se han diluido. Vuelven la censura y la coacción a la libertad de expresión. Asumimos los argumentos que agitan la desigualdad y la insolidaridad. Se ha borrado la conciencia de clase.
No nos afectan los miles de cadáveres que yacen en el fondo del Mediterráneo. No lloramos las muertes. Ni rabia, ni impotencia. No sentimos nada. Si fuéramos capaces de conmovernos, el propietario del piso de la mujer asesinada en Antella no se habría atrevido a cambiar la cerradura para que los hijos de la mujer no pudieran acceder a su casa. Pero ahora todo es posible.
La ideología ultra está socavando los pilares de la sociedad. Cada vez más ciudadanos se convierten en fanáticos. Con un PP que llama moderado a Vox, que se sienta a pactar con maltratadores gobiernos autonómicos, entrega la Cultura a franquistas sin complejos o el medio ambiente a negacionistas del cambio climático, seguirán brotando baobabs. Del domingo depende que los fanáticos se sientan respaldados y sus líderes liberados. Tal vez, el año que viene en los Viveros no suene el reggae. Tal vez, la próxima vez ese tipo no vaya solo a la puerta.