El mundo está repleto de Macondos. Tantos como personas nacen. Tantos como personas los evoquen y sientan. Porque para todos y cada uno de nosotros y nosotras existe un lugar único y especial, donde confluyen la realidad y la magia. Ese que, según Rilke, conforma nuestra patria verdadera, la infancia. Ese espacio temporal compuesto por las calles donde jugamos, los amigos y amigas con los que trasteamos. Los primeros besos y las primeras bofetadas. Las risas y los llantos. Los abrazos perdidos que nunca entregamos. Los que murieron y los que nacieron. Todos siguen en el mismo lugar, a la espera de que pasemos el plumero para desempolvar las emociones, los recuerdos. Unas veces las sonrisas y otras muchas las lágrimas.
Aunque no sea en un machadiano patio donde madura el limonero, todo vive y sigue intacto en aquellos pisitos de fincas humildes que rodeaban la huerta y antiguos caminos salpicados de alquerías. De aquel Macondo también sobrevive un solar. Un pequeño huerto cultivado por una ONG recuerda que esa tierra en otro tiempo combatió el hambre. Fue fértil y generosa. Ahora cobija un frutal y verduras de temporada que riegan con garrafas de agua. Una afrenta a la antigua acequia que todavía se sostiene deseosa de volver a ser rizada por los vientos, como en los versos del poeta andalusí. Ahora es un banco sobre el que se sientan a descansar los muchachos que juegan las pachangas que organiza la entidad.
Son descendientes de nuevos Buendía que como los primeros fundadores salieron de sus hogares en busca de una ciudad ruidosa, con paredes de espejos entre las que fundar la patria de sus hijas e hijos. Ahora no se apellidan Gómez, Florencio o Hurtado, ni Rubio o Pereira. No llegan de Extremadura, Andalucía o La Macha, sino desde otros continentes y otras lenguas, pero con los mismos sueños. Prosperar. Convivir. Tener una vida mejor y vivirla en paz.
Orriols es ese Macondo. Un lugar habitado por gente humilde que convierte en magia llegar a fin de mes con un trabajo precario y un sueldo miserable. Un lugar con sobredosis de realismo, donde los vecinos y vecinas están hartos de que solo se les atienda cuando el foco mediático se pone sobre ellos por el morbo de los atracos, los asesinatos o la quema de contenedores.
Hartazgo de sentirse apartados, despreciados por la administración. Cosas de vándalos lo ha llegado a llamar María José Catalá como si lo que sucede allí fueran casos aislados, como los de su partido, mientras inauguraba una fuente de agua refrigerada en una esquina del barrio, alejada del núcleo histórico, sin avisar a las entidades vecinales y en compañía de alumnos de un colegio concertado, marginando de nuevo a los niño y niñas del barrio que estudian en el Miguel Hernández, en el Bartolomé Cossío o el IES Orriols.
Una de las primeras decisiones del gobierno de PP y Vox fue anular las reuniones interconcejalías con los vecinos y vecinas para avanzar en la resolución de problemas. Las comparaciones son odiosas. En ocho años, el enorme lodazal de la Ermita se convirtió en una plaza, se derribó en agujero de la vergüenza y está en marcha la primera supermanzana definitiva de la ciudad. Además, desde 2022 se financian proyectos que atienden los niños y niñas vulnerables para mantenerlos a salvo de la delincuencia. Todo, desde le diálogo y la perseverancia de los vecinos y vecinas.
A ellos y ellas quiero dedicar estas letras. A su tesón. A su titánico afán de que el barrio deje de protagonizar las páginas de sucesos. Merecen que se escriba sobre la buena gente. Sobre quienes han resistido y siguen recorriendo las mismas calles de su infancia, saludando a los espíritus del pasado y dando la bienvenida a las familias que llegan como un día lo hicieron las suyas. Con hernandianos cuerpos de sometido y alto lomo. Con la frente alta y las manos limpias. También a ellos los vientos los han arrastrado hasta este Orriols universal.
A ellos y ellas que tienen que luchar contra el discurso de que en la multiculturalidad residen todos los males porque lo nuevos macondianos no se adaptan, porque absorben todas las ayudas, porque son delincuentes. Mentiras que no se sostienen, pero que se validan desde las derechas y que transitan libremente en las tertulias televisivas de primer orden, sin que nadie les rebata y les llame miserables. No es multiculturalidad, sino precarización. Son las crisis económicas y el empobrecimiento de los pobres. Es una fábrica de lumpenproletariado. De excluidos. Es un ejército al servicio de la desigualdad y la injusticia, contra el que hay que armarse.
Pero mi Macondo conserva su magia entre tanto realismo. La epidemia del insomnio todavía no ha contagiado a unos vecinos y vecinas que no olvidan. No se rinden. No se marchan. No abandonan. Salen a la calle a reivindicar su derecho a vivir en paz. A recordar que son tan ciudadanos de València como quienes viven en l’Eixample o Pla del Real. Como la ciudad que fundaron José Arcadio y Úrsula también tiene un cementerio. Una necrópolis romana del sigo I acaba de ser descubierta para dar un respiro entre tantas malas noticias. Allí enterraron a los primeros moradores de estas tierras a su primer muerto. Desde entonces la vida se abre paso en este barrio de familias trabajadoras, de gente buena que merece un reconocimiento. Humildemente, este es el mío. Gracias por defender mi patria.