He creído morir a todas las edades (Tribulaciones tras la primera dosis de AstraZeneca)
Hoy hace diez días que me pusieron la vacuna AstraZeneca. Fue cuando llamaron, como si de una movilización se tratase, de ir a servir a la patria, a las quintas del 56 y 57 (la mía) del siglo pasado, incomprensiblemente antes de que llamaran al centre Hospital Campaña de València, a las levas del 43, 44 o 45, por ejemplo, cuyo riesgo siempre se ha considerado mayor. Allá que fui corriendo y feliz.
Recibí la noticia , y la vacuna, con una alegría exultante que no han conseguido que pierda por mucho que se han empeñado, porque desde ese mismo día 6 de abril no ha pasado un solo día en que no hayan aparecido en las redes y/o en los medios de comunicación noticias sobra algún nuevo efecto secundario de AstraZeneca, aparte del trombo mortal: cefaleas, fiebre, mareos, rojeces en las piel, hinchazón de las articulaciones, dolor abdominal, mialgia y artralgia, dificultad para respirar, visión borrosa….
Con ese panorama vive quien siempre ha hecho suya una frase genial: Yo he creído morir a todas las edades, del escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, al que propongo para su elevación a los altares y conversión en patrón de los hipocondriacos que, citando a Raimon, som molts més dels que ells volen i diuen (Un día descubrí que mi médico de cabecera había escritos “Hipocondriaco” en mi ficha sanitaria que tenía abierta en el ordenador. Imagino que para información y buen conocimiento de todos los sanitarios- ¡benditos sanitarios! - que, a partir de ese momento, y hasta el final de mis días, hubiesen de tener trato conmigo).
Después de publicitarse cada nueva reacción adversa, con poca consideración y menos tacto, repaso minuciosamente esa parte concreta de mi cuerpo, veo que todo está en orden y me tranquilizo al menos hasta que salga a la luz el enésimo efecto secundario o se aireen las nuevas dudas y decisiones que nos conciernen a los “Astrazénicos”. Países que han anunciado que no van a ponerla más, como Dinamarca; comunidades o estados que han paralizado su administración, como Castilla y León o Alemania; otras que piden que se amplíe- o se rebaje, que de todo hay- el rango de edad de los astrazenecados; el Madrid de la Ayuso siempre a la contra y dando la nota…. Informaciones que, cual seres vivos, nacen, crecen, se reproducen y mueren. Unas en un ciclo de apenas 24 horas. Otras arraigan con fuerza y reiteración mediática para mantenerse vivas, coleando y confundiendo.
Entre estas últimas destaca, sin duda, la del ¿Qué hacer?, qué coño hacer con nosotros, los que ya hemos recibido la primera dosis de la vacuna anglo-sueca, como si fuésemos un problema para la humanidad. En ocasiones ese problema de reminiscencias leninistas sobre la segunda entrega de un serial hipodérmico se circunscribe a los menores de 65 años, otras veces a los menores de 60, otras a los de 55, y más recientemente ya casi no se habla de edades.
¿Qué hacer con los que ya hemos recibido, sin colarnos, sin marrullerías, la primera dosis?: ponernos la segunda de otra marca, de otro laboratorio, con otro precio-ADN o ARN, that is the question-, seguir con AstraZeneca (tesis por la que me apunto, porque continúo sin percibir ningún efecto adverso y sí una fuerte subida de moral y ganas de seguir disfrutando de la vida), ponernos la Sputnik o la china, si les sobra alguna a Putin o Xi Jinping; fusilarnos directamente como traidores a la patria por boicotear el avance hacia la inmunidad de rebaño y el carné de vacunación por puntos o cualquier cargo que se les ocurra en esta ceremonia de la confusión propiciada por la incompetencia, ineptitud y guerra de guerrillas de todas las instituciones y casi todos políticos.
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