“Todo está hecho para parejas”: La violencia estructural hacia las no monogamias

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“Desde las habitaciones de hotel, pasando por las camas de ”matrimonio“, los asientos de las motos, los descuentos en todo tipo de actividades, excursiones etc. Hasta los packs románticos para dos, o las escapadas familiares, considerando familiares únicamente la familia nuclear (padre, madre, hijxs y mascota); todo está hecho para parejas monógamas”.

Así me describía un paciente, hace tiempo, la violencia que sentía por parte del sistema y sociedad monógama en la que vivimos.

Desde tiempos inmemoriales, la estructura familiar basada en la pareja monógama ha sido no solo privilegiada, sino considerada como la única forma legítima de organizar el afecto y las relaciones. Sin embargo, en las últimas décadas ha emergido una diversidad de modelos relacionales que cuestionan esta hegemonía, destacando las no monogamias consensuadas como una opción válida y enriquecedora para muchas personas. A pesar de este avance en la comprensión de las relaciones humanas, la violencia del sistema hacia las no monogamias sigue siendo una realidad palpable.

La primera forma de violencia que enfrentan las personas que eligen modelos no monógamos es la invisibilidad. El sistema capitalista y patriarcal ha logrado establecer un ideal de familia que excluye por completo cualquier forma de relación que no se ajuste a la monogamia. En los medios de comunicación, las representaciones de relaciones poliamorosas, abiertas o cualquier otra variante no monógama son prácticamente inexistentes o, peor aún, estereotipadas y ridiculizadas.

Cuando una realidad no es visible, no se le concede legitimidad social. Las personas que practican la no monogamia se ven empujadas a esconder sus relaciones o, en el mejor de los casos, a explicarlas constantemente como si fueran una excepción o algo exótico. No tener representación en los espacios públicos es una forma de violencia simbólica que refuerza la idea de que las únicas relaciones “válidas” son aquellas basadas en la exclusividad sexual y emocional.

Otra de las formas de violencia que el sistema perpetúa hacia las no monogamias es el estigma social. A pesar de los avances en la visibilización de estas prácticas, muchas personas que eligen formas no monógamas se enfrentan al rechazo de familiares, amigos, compañeros de trabajo e, incluso, profesionales de la salud. En muchos casos, estas relaciones son vistas como inmaduras, egoístas o irresponsables, lo que provoca que las personas que las practican sean juzgadas, cuestionadas e incluso tratadas como desviadas y tengan que soportar comentarios o preguntas indiscretas.

El sistema legal es otro de los frentes donde se manifiesta la violencia hacia las no monogamias. Las leyes de muchos países están estructuradas de tal forma que solo reconocen y protegen a las parejas monógamas, excluyendo cualquier otra forma de relación afectiva. El matrimonio, la filiación, los derechos sucesorios y la seguridad social están diseñados exclusivamente para parejas que cumplen con el mandato de la exclusividad. Esto deja a las personas no monógamas en una situación de vulnerabilidad legal, ya que, en caso de conflicto, separación o muerte, las relaciones no monógamas no tienen ningún tipo de protección o reconocimiento.

En el ámbito de la crianza, la situación es aún más preocupante. Las personas no monógamas que desean formar una familia o que ya tienen hijxs a menudo enfrentan prejuicios en los tribunales. Se les puede ver como padres “inadecuados” simplemente por el hecho de vivir su vida afectiva fuera de los márgenes de la monogamia. En algunos casos, esto ha llevado a la pérdida de la custodia o a que se les nieguen derechos básicos sobre la educación y el cuidado de sus hijxs.

El sistema monogámico no solo es una imposición cultural, sino también una herramienta de control social, particularmente en lo que respecta a la normatividad sexual y la reproducción de los roles de género. La monogamia, en su forma tradicional, refuerza la idea de que el amor, el sexo y la reproducción deben estar confinados en un solo espacio y con una sola persona, perpetuando la dependencia emocional y económica entre los miembros de la pareja. Esto tiene implicaciones especialmente fuertes para las mujeres, quienes históricamente han sido las más perjudicadas por esta estructura.

Las no monogamias, en cambio, desafían este orden patriarcal. Al permitir múltiples relaciones afectivas y sexuales consensuadas, estas prácticas rompen con la idea de que la mujer debe pertenecer a un solo hombre o que su valor se encuentra en su exclusividad sexual. Sin embargo, precisamente por este desafío, las no monogamias son vistas como una amenaza al orden establecido y enfrentan una violencia estructural que busca mantener la hegemonía de la monogamia como la única opción válida.

A pesar de la violencia sistémica que enfrentan, las personas que practican las no monogamias han encontrado formas de resistencia y autoafirmación. La creación de comunidades no monógamas, tanto físicas como virtuales, ha permitido la construcción de redes de apoyo y solidaridad que desafían el aislamiento al que el sistema pretende relegarlas. Estos espacios son esenciales para compartir experiencias, reflexionar sobre los desafíos que enfrentan y proponer nuevas formas de relación que no reproduzcan las lógicas de poder y control que el sistema busca imponer.

Además, el activismo por el reconocimiento legal de las no monogamias está en aumento. Movimientos a favor de la despenalización del poliamor, el reconocimiento de múltiples formas de familia y la lucha por la equidad en el acceso a los derechos básicos están ganando terreno en diversas partes del mundo. Aunque el camino es largo y lleno de obstáculos, cada vez más personas están alzando la voz para exigir que sus formas de amar y relacionarse sean respetadas y protegidas.