La edad media a la que se accede por primera vez a contenido pornográfico, ya está en los ocho años. Las infecciones de transmisión sexual (ITS) crecen y la sífilis marca récords históricos. Se perpetúan los mitos sobre el uso de drogas y sexo. Los jóvenes, hombres, aprenden a través del porno que la sexualidad es violencia contra las mujeres. En 2023, cada día, se denunciaron 13 violaciones en España, un 11% más que en 2022.
La cosa pinta mal. Varios estudios lo vienen advirtiendo desde hace décadas. Sin educación afectiva-sexual universal, integral, científica y de calidad, los riesgos para la salud biopsicosocial seguirán dependiendo de la mentalidad, voluntad o capacidad que tengan las familias para quitarse de encima prejuicios y explicar a sus adolescentes lo que significa mantener relaciones sexuales, conocer su cuerpo y mostrar empatía y responsabilidad afectiva hacia el resto de personas.
Internet y las redes sociales, superan con creces el vacío de conocimiento que el sistema de enseñanza debería preocuparse por cubrir. A pesar de que cada vez más creadoras de contenido hacen una labor increíble de divulgación y promoción de la salud afectiva-sexual, o la buena voluntad de direcciones de centro y profesorado, llegamos tarde si no asumimos el hecho de que la sexualidad está presente durante todo el ciclo vital humano, incluida la infancia.
El silencio y la censura también son una forma de transmitir información sobre sexualidad. Prueba de ello, es la eliminación del servicio INFOSEX, de asesoría para jóvenes sobre prácticas sexuales, deseo, diversidad, pareja, anticoncepción o ITS, que el Ayuntamiento de València del PPVOX eliminó a finales del 2023, por la puerta de atrás y sin dar explicaciones en el pleno municipal. Al parecer, les preocupa más el aborto que los embarazos no deseados.
La postura ultraconservadora ante la curiosidad y experiencia sexo-afectiva, basada en la negación, miedos y tabús, no sólo es inútil en la era digital, con infinidad de información al alcance de un smartphone, sino que pone en peligro la salud y bienestar de la gente más joven, a merced de la desinformación, los prejuicios y las prácticas de riesgo.
La sociedad ha cambiado, la ciencia sigue avanzando y la juventud reclama su derecho a una educación afectiva-sexual, basada en el conocimiento científico y que permita su desarrollo integral saludable, basado en el respeto, el autoconocimiento, la empatía y la diversidad. Otros siguen sin querer enterarse.