Una de las acepciones que define el término “humanidad” es la sensibilidad y la compasión ante las desgracias de otras personas, e incluso es sinónimo de benignidad, es decir, tener la cualidad de benigno. Podemos estar más o menos de acuerdo con qué es la compasión, pero se supone que la humanidad, tener humanidad, es todo esto y más. Por eso se usan expresiones como “este tema necesita un enfoque más humano” o “sector humanitario”. Pero, ¿de verdad nos queda algo de humanidad?
Esta duda me surge cuando, ante la pandemia del Covid-19, las desigualdades no sólo no se han reducido, sino que han aumentado. Esas brechas que ya se estaban ensanchando, que separan a los llamados ricos y pobres, se han convertido en abismos. De qué otra manera se podría explicar que las desigualdades contribuyan a la muerte de una persona cada cuatro segundos. Así lo recoge el informe de Oxfam “las desigualdades matan”. Sí, así de tajante, porque es la realidad. Los eufemismos ya no sirven para nada más que para tapar lo que no queremos ver.
Arrimar el hombro parece que ya no se lleva (o nunca se ha llevado), o por lo menos entre los millonarios y multimillonarios que no paran de amasar fortunas a costa del bienestar y la vida de las demás. Sobre todo, a costa de las personas más desfavorecidas. De hecho, desde el inicio de la pandemia, “ha surgido un nuevo milmillonario en el mundo cada 26 horas y los diez hombres más ricos del mundo han duplicado sus fortunas mientras que, según se estima, más de 160 millones de personas han caído en la pobreza”, según el mismo informe. Creo que no somos capaces de dimensionar el alcance de estas cifras, de imaginar y entender qué supone que sea la primera vez desde que existen registros que ha habido tanto crecimiento anual en la riqueza de los milmillonarios.
Unas sobrecogedoras cifras y hechos que hacen plantearme cómo hemos llegado a esta situación. ¿De verdad existen personas que sabiendo que con su fortuna podrían vacunar a buena parte de la población mundial prefieren ignorarlo? Ni siquiera se trataría de ser filántropos y donar una parte de sus fortunas. Es que se lo deben a la sociedad, literalmente. Porque la evasión fiscal de los millonarios es abrumadora.
Y eso si hablamos en términos monetarios. Porque siempre se nos olvida que el capitalismo más mezquino también tiene un coste para nuestra salud y para nuestro planeta. Según Oxfam, “se estima que el promedio de las emisiones individuales de 20 de los milmillionarios más ricos es 8.000 veces superior a la de cualquier persona de entre los mil millones más pobres”. Básicamente, respiramos su contaminación. Y pagamos su despilfarro. ¿Cuántos sumideros de carbono harán falta solo para compensar sus emisiones?
Puede que nos suene ajeno, pero esta dicotomía rico-pobre forma parte de nuestra realidad. No hay que irse muy lejos, concretamente Valencia capital, para ver cómo la esperanza de vida se desploma nada menos que seis años en los barrios pobres, según el primer informe del Observatorio Valenciano de Salud. Unas diferencias cada vez más insalvables, unas desigualdades cada vez más grandes, que necesitan de la voluntad de quienes controlan el mundo para reducirlas y, con suerte, eliminarlas. Pero para eso hace falta mucha humanidad.