Sin aspavientos de legionario al estilo Millán Astrain, los líderes políticos de la derecha y ultraderecha franquista escenifican en esta campaña electoral su aversión por el conocimiento y la inteligencia. Hace tiempo que la deriva mundial trasladó la cultura y el conocimiento a los estándares del mercado, y eso es un lastre para la calidad de las artes, las ciencias, la literatura, la música, la pintura… cuyo valor se negocia entre los mercaderes y se mide en dólares. Pero al margen de este apunte descorazonador, la actual confrontación electoral sirve para constatar que de cultura y de inteligencia se habla poco. ¿Podemos esperar otra cosa de quienes utilizan la felación como metáfora política? ¿El engaño, la mentira y la manipulación como táctica? Poner en manos de analfabetos y palurdos las políticas culturales representa una bomba en la línea de flotación de la inteligencia. No se trata de izquierdas o derechas, sino de decencia y de vergüenza. Al parecer, el nivel intelectual, cultural y académico de las élites políticas oscila entre la gris mediocridad y el analfabetismo soez. Todos lo sabemos y lo tenemos asumido desde hace tiempo, aunque ciertos intelectuales y colectivos no se resignen. El ignorante no puede generar conocimiento ni inteligencia; se limita a promover una política de entretenimiento, de evasión, de panem et circenses, o pandereta y castañuela, con total desconfianza hacia la inteligencia libre, que desenmascara al ignorante. Asistimos a una burda estrategia de dominación antidemocrática de amplio espectro, cuyo brazo ejecutor son políticos paletos. Los tiempos han cambiado y por ahora nadie grita en el paraninfo de la universidad “muera la inteligencia” con el brazo en alto, aunque tome decisiones políticas que conducen a matarla.
En escasas semanas, hemos asistido a la censura de publicaciones en valenciano o en catalán (da lo mismo), a la restricción de derechos sexuales, a la negación de la violencia machista, a las amenazas contra el Estado de las autonomías… y pronto veremos cómo la tauromaquia y todas sus variedades populares de maltrato animal se fomentan como políticas culturales con orgullo patrio en detrimento del arte y la cultura. También asistiremos a todo tipo de subterfugios para privatizar la sanidad, transformada en puro negocio, y la educación entendida como adoctrinamiento nacionalcatólico y cómo crecen las desigualdades y las exclusiones.
El pueblo tiene que hablar. Está habiendo reacciones de movilización en las calles y en los medios. En las elecciones del 23 de julio están en juego dos modelos de sociedad. También de libertad y valores. Nadie es ajeno al resultado: orgullo o vergüenza. En los momentos trascendentales no se puede uno esconder, no cabe la neutralidad. Quien no se dé por aludido, habitará el Inferno de Dante.