Mi mundo es otro

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María Jiménez se ha marchado brillando. Y es que la de Triana es un referente para muchas mujeres por su autenticidad, por su coraje, por su gallardía. Ella fue un volcán que un maltratador intentó apagar, silenciar, pero ella demostró que se podía salir. Que si no callas, puedes seguir alzando la voz y escribir la letra de un himno a la liberación. No sé si ella en aquel momento fue realmente consciente de la fuerza de su voz desgarrada, pero espero que se haya ido sabiendo el patrimonio que nos ha legado. 

Es cierto que no siempre se puede poner el punto final con un ¡Se acabó! Demasiados asesinan. El miedo siempre está ahí. Tengo una amiga que vivió ese infierno. Hace décadas que cerró esa puerta, pero sigue vigilando sus espaldas. Tendemos a pensar que cuando una relación de malos tratos se termina y la víctima consigue rehacer su vida, se supera. Pero no es cierto. Ella me contaba no hace mucho, cómo después de tanto tiempo sigue amenazándola en sus pesadillas.

Cuenta que en una de ellas se ve caminando por la calle, distraída, cargada con las bolsas de la compra. Va a cruzar la calle, cuando observa que se dirige hacia ella, a toda velocidad, un coche.  El miedo se apodera de ella. La paraliza. Sabe que va a atropellarla. El pánico aumenta cuando en el instante antes del impacto, reconoce la cara de su verdugo. Una sonrisa complaciente, sádica. Sus ojos se le clavan en el pecho como un puñal. Siente que le falta el aire. Se despierta en el momento del atropello. No está muerta.

Es él. El mismo que le pegaba y amenazaba con matar a su familia si le dejaba. El mismo que luego acudía a ella llorando y rogando, diciendo que se iba a suicidar si le dejaba. -Qué lio, o mataba o se mataba – me dice y apostilla - pero con el mazo dando. Lo cuenta con un tono amable intentando quitarle hierro, intentando frivolizar sobre algo tan terrorífico.

No me ha querido describir con profundidad ningún episodio de violencia, más allá de que un fin de semana la tuvo secuestrada. Ya no eran pareja, pero él consiguió entrar en el patio de su casa y subir hasta su rellano a esperar que ella abriera la puerta. Entonces, él se coló. La empujó y se metió dentro. Se la llevó a su casa y allí la retuvo dos días. La forzó, le pegó. Llegó un momento en el que ella dijo basta, cogió un cuchillo y se intentó cortar las venas. -Antes me mato que sigo contigo- le amenazó ella y él le respondió que tampoco quería seguir.

-¡Vaya, después de dos días dándome por…! - Se ríe con una amargura que asoma en su mirada. La liberó. Montaron en el coche de regreso a casa. No recuerda otro momento en su vida en el que pasara más miedo. Miedo real. Ese que te seca la boca. Que te deja sin voz. Que paraliza los músculos y deja tu cerebro en blanco.

Confiesa que cuando vio la noticia de la muchacha asesinada por su expareja en Benicàssim se le removió todo. Cuánto sintió la muerte de Andrea Carvallo, con tan solo 20 años. Se vio reflejada ante el espejo. Piensa que solo fue una cuestión de suerte que ella no acabara aquel día colisionando contra una gasolinera o saliéndose de la carretera, en un asesinato que difícilmente habría computado como crimen machista.

Durante mucho tiempo se aseguraba, antes de salir de casa y sobre todo al volver, de que no estuviera en el rellano, que no la esperara escondido detrás de algún coche, que no se hubiera colado en el garaje. Cuando veía noticias de mujeres atacadas con ácido, pensaba que ella podía ser la siguiente, que al bajar a la calle la esperaría con una botella para lanzarle el líquido que desfigura el rostro y el alma. Que deja una marca imborrable, como la de las reses. Reconoce que llegó a ver su cara abrasada, marcada de por vida. Se vio muerta, se sintió asesinada.

Y todo en silencio. Nos lo contó hace tiempo. Ya no es un secreto para sus amigas y me deja relatarlo aquí. De hecho, me ha animado a escribirlo porque cree que es cada vez más necesario hacer pedagogía entre los y las jóvenes. Ella tenía veintipocos años cuando le sucedió esto. Le costó salir y no encontró ayuda. Fue a denunciar y el policía de turno le dijo: ¿realmente quieres tener más líos?

Salió de la comisaría decepcionada, a su familia no se lo contó para evitar preocuparles y la de él miró hacia otro lado. Pero ahora, cuando parecía que los tabús se habían difuminado, cuando parecía que la sociedad estaba más sensibilizada, vuelve a sobrevolar el pánico sobre su cabeza. María Jiménez se lo ha recordado. Se acabó. Se puede decir, sí, pero con cuidado. A Raquel la asesinó su maltratador cuando fue a recoger sus pertenencias en la casa que compartían, en Alzira. La acompañaba su hijo pero la tuvo que dejar con su asesino a punta de pistola.

Cuando desde el Gobierno se ha propuesto que las víctimas vayan acompañadas por agentes de policía a recoger sus pertenencias, hay quien se han burlado. Quienes así reaccionan son personas miserables porque desprecian el sufrimiento de miles de víctimas y de sus familias. Este año 42 mujeres han sido asesinadas en manos de sus parejas o exparejas, la mitad en los últimos tres meses. La Memoria Fiscal acaba de alertar sobre el aumento de conductas cada vez más violentas entre los menores, entre los que manifiesta su preocupación ante que se “exterioricen a edades tan tempranas comportamientos despreciativos hacia la mujer”.

Sin embargo, el Gobierno de Mazón deja en el aire la continuidad de las oficinas de atención a víctimas de violencia de género y se sale de las pancartas de condena. Porque Vox es su Gobierno igual que lo es de María José Catalá aunque solo les haya puesto el sueldo. En los municipios donde gobierna PPVOX las concentraciones son contra cualquier tipo de violencia y los puntos violetas prácticamente han desaparecido. Se desdibuja la lucha por la Igualdad y desde la derecha se anima a leer libros “oportunos” contra los mantras de “cierto sector del feminismo” sobre la “masculinidad tóxica”. ¿En qué mundo viven?

En el de la hermana de Raquel, no. “Esto es muy doloroso” dijo el día del entierro, cuando desgarrada por el dolor pidió a las mujeres, sobre todo a las jóvenes, “que no piensen que a ellas no les puede pasar una cosa de estas porque mi hermana siempre decía: 'No, a mí no me va a hacer nada. ¿Qué me va a hacer?” La asesinó. Porque matan. Mi amiga se libró. No sabe nada del maltratador desde hace años, aunque teme que después de ella llegaran otras. Esa la razón por la que lamenta no haber denunciado. Le aterra pensar la cantidad de mujeres que ahora mismo, mientras alguien lee estas líneas, están siendo víctimas de monstruos que actúan con la impunidad que da ver a sus encubridores legitimados en gobiernos e instituciones o en campos de futbol donde se les aplaude cuando saltan al campo.  Como La Jiménez, mi amiga consiguió acabar la relación y escapar con vida. Ahora solo quiere que todas las víctimas de violencia machista consigan que su mundo también sea otro y puedan decir alto y claro: Se acabó, sin que las asesinen.