Munilla, ya te vale
Del insigne obispo de Orihuela-Alicante, José Ignacio Munilla, hay algo que no se puede negar: nunca decepciona. Igual su acendrada fe no nos ha dado un gran obispo, pero lo que está claro es que hemos perdido un humorista. De la escuela de Eugenio, los que la suelta sin reírse. No es fácil. Otra hipótesis es que hable en serio, pero cuesta aceptarlo que sea tan retrógrado.
Su última perla -hasta la próxima- es que lo de las terapias de conversión sexual, un tipo de tortura diseñado específicamente para el colectivo LGTBI+, es “un constructo ideológico del marxismo para impedir a la Iglesia acompañar a las personas con inclinaciones homosexuales ayudándoles a vivir la virtud de la castidad”. Menuda empanada mental. Ignoro si él lo de la castidad lo ha practicado o habla de oídas, pero viniendo de un señor de edad provecta que gusta de vestir falda, yo no le haría mucho caso. Aunque, por desgracia, algunos se la hacen.
No decepciona, pero tampoco sorprende. Con esa obsesión por la homosexualidad, entre lo patológico y lo freudiano, en 2010 ya dejó claro en un programa de la televisión vasca de ETB su visión: “La homosexualidad es una enfermedad, una neurosis”. Contaba entonces que ya había ayuda a tres menores a dejar el vicio, cuando consiguió que vieran “de forma muy clara que su homosexualidad es consecuencia de las heridas sufridas en su infancia dentro de la familia”. Desde entonces, su discurso no ha variado mucho y su defensa de las terapias de conversión, todavía menos.
Es difícil saber si Munilla es un homófobo (malo) o se cree que ayuda con sus palabras (peor). Pero lo innegable que sus palabras hacen daño a mucha gente y contribuyen a crear un clima todavía más enrarecido, en el que el número de agresiones contra gays ha crecido a lo largo de los últimos años. Según el Análisis de casos y sentencias en materia de racismo, xenofobia, LGTBIfobia y otras formas de intolerancia 2018-2022, que hizo público hace unos meses el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), el 22,7 % de los delitos de odio está relacionado con la orientación y la identidad sexual de las víctimas, por delante de los que causa el racismo (18,8 %) o la ideología (15,3 %).
No hay que irse muy lejos a buscar. En Valencia el último caso -que sepamos- no tiene ni un mes: cuatro tipos inflaron a hostias (que no obleas, precisamente) a dos gays al grito de “julandrones”. Desde el punto de vista cristiano -no sé si lo eran- su conducta fue impecable: “Si un varón se acuesta con otro varón como con una mujer, ambos han cometido una abominación: han de morir; caiga su sangre sobre ellos”, nos dice la Biblia (Levítico 20:13). Lo único que podría reprocharles a los agresores un buen cristiano es haberse quedado cortos. Es lo que tiene basar tus creencias en una novela escrita en la Edad del Bronce. La verdad, no ha envejecido del todo bien.
Pero Munilla no está solo en su talibanismo, algo difícil de entender si tenemos en cuenta que la Conferencia Episcopal debe ser una de las instituciones que más ha hecho por integrar a los homosexuales. Otra cosa es que practiquen, lo cual no sería de extrañar. De hecho, más extraño sería que no lo hicieran. A mi no me parece mal, pero a ellos sí.
El obispo de Orihuela-Alicante no está solo, aunque por suerte no todos son como él. José María Yanguas, obispo de Cuenca, ha convocado el próximo día 21 a cinco diócesis para la presentación en España de la organización americana Courage. Como si andásemos cortos de fachas, ahora los tenemos que importar. La entidad cree que la homosexualidad es como el alcoholismo, y que se puede curar. Lo dicen unos que trabajan con vino, te tienes que reír. El fundador de Courage, por cierto, fue el padre John F. Harvey, que creía que los curas que abusaban de los niños debían ser perdonados y volver a las parroquias. Es lo que tienen los integristas que, cuando se trata de soltar bilis, están al plato y a la tajá. No hay despropósito que no les venga bien.
Y si hablamos de Munilla & Co, y su cruzada en favor de la homofobia, cómo olvidar lo ocurrido en Torrecaballeros. Una pareja de gays iba a tomar la comunión, cuando el cura decidió negarles el doritos que les correspondía. Para el sacerdote pesaba más que estuvieran casados por lo civil que el hecho de que hubieran adoptado dos niños que, de otra forma, hubieran pasado la infancia de casa en casa. Eso, por lo visto, no te hace buena persona.
Es verdad que a la pareja -y a otras en la misma condición- a las que la Iglesia ha humillado de manera cruel, gratuita e innecesaria también es para darles de comer aparte. No les quieren, y punto. A las mujeres un poco más, pero sin exagerar. Si creen en Dios, no necesitan intermediarios. Y que se lean la Biblia, a ver si les pasa.
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