Estamos ya en mitad del verano, esas fechas deseadas por muchas personas y temidas por muchas otras, especialmente por nosotras, las mujeres.
Nadie se libra de estos mensajes que nos bombardean por todas las ciudades (en paradas de autobús, en los propios autobuses, en carteles gigantes en grandes plazas etc.), pero se dirigen de una manera especialmente cruel, cómo no, a las mujeres.
Esto ocurre porque vivimos en una era donde la apariencia física se ha convertido en una obsesión cultural, y el sistema que nos rodea juega un papel crucial en fomentar esta obsesión. Desde los anuncios publicitarios hasta las redes sociales, se nos bombardea constantemente con imágenes de cuerpos perfectos y rostros inmaculados, creando una narrativa que nos lleva a sentirnos defectuosas. Esta presión nos empuja, en muchos casos, a buscar soluciones en el bisturí, creyendo que sólo así alcanzaremos esa esquiva perfección.
El primer factor a considerar es la industria de la belleza. Empresas de cosméticos, moda y, especialmente, de cirugía plástica invierten millones en campañas publicitarias que, directa o indirectamente, nos hacen sentir insatisfechas con nuestro cuerpo. Estas campañas no sólo promueven productos, sino que también venden una idea: la de que hay algo fundamentalmente erróneo en nuestra apariencia.
Las redes sociales amplifican esta insatisfacción. Instagram, TikTok y otras plataformas están llenas de imágenes editadas y filtradas que presentan una versión irreal de la belleza. Esto provoca un ciclo de comparación constante y una creciente ansiedad por no cumplir con esos estándares ficticios.
Por otro lado, a medida que la cirugía plástica se vuelve más común y accesible, también se normaliza la idea de que modificar nuestro cuerpo quirúrgicamente es una necesidad, y no una opción. Programas de televisión, reality shows y la misma publicidad de clínicas estéticas presentan la cirugía plástica como una solución rápida y efectiva para “arreglar” lo que está mal con nosotras. Esta narrativa es peligrosa, pues minimiza los riesgos y las posibles complicaciones, y presenta un cuerpo postoperatorio como el nuevo y único estándar de belleza.
La presión para alcanzar la perfección física tiene graves consecuencias psicológicas. La dismorfia corporal, la ansiedad, la depresión y trastornos de la conducta alimentaria (como bulimia, o anorexia) son cada vez más comunes, especialmente entre las mujeres jóvenes. Sentirse constantemente inadecuada puede llevar a un ciclo de auto-crítica y baja autoestima que es difícil de romper. Además, la dependencia en la validación externa para sentirse bien consigo misma perpetúa una insatisfacción crónica.
El sistema actual está diseñado para hacernos sentir defectuosas, impulsándonos hacia soluciones drásticas como la cirugía plástica para alcanzar una perfección que, en realidad, es inalcanzable. Es hora de reconocer y terminar con este ciclo tóxico y de trabajar colectivamente para erradicarlo, pero para ello este sistema debería ser otro y la sociedad debería estar dotada de herramientas emocionales, como la empatía, el respeto y la aceptación a las distintas corporalidades y estamos lejos, todavía, de conseguirlo.
La verdadera belleza reside en la diversidad y la autenticidad, y es ahí donde debemos enfocar nuestra atención y nuestros esfuerzos.