Con las olimpiadas de por medio salen a flote los principios del deporte como método de competir riguroso, educativo, que respeta al adversario. Y al mismo tiempo la importancia de la supervisión, del control. Árbitros, jueces, medios técnicos, análisis de sangre, todo ello para evitar la trampa, la simulación, el dopaje. Porque también en deporte existe la tentación del atajo, no vayan a creer, y resulta fundamental para la competición sanear el sistema. La condición humana, por lo visto, lleva implícita la triquiñuela que, con frecuencia, justificamos con conceptos como picaresca, tener experiencia, la habilidad de la simulación, y cosas parecidas. Eso sí, el castigo es la exclusión, la retirada de medallas, la vergüenza pública, la caída del pódium. Parece que la sanción es el único sistema que nos produce respeto.
En la política las cosas son diferentes. Ahora sabemos, si se confirma, lo que ya sabíamos. Que en la olimpiada municipal de 2007 (las elecciones municipales también son cada cuatro años, vaya casualidad), el PP Valenciano hizo trampas, se dopó hasta las cejas, corrió con motor mientras los demás iban a pie, batió records con ayudas ilícitas, mintió, y subió en ascensor a un pódium trucado hecho a su medida. ¿El resultado? Medalla de oro con poltrona municipal incluida. Aplausos, homenajes y mayoría abrumadora.
Pero era mentira. ¿Y ahora qué? La lentitud de la justicia hace que la justicia sea lenta y los daños irreparables. Tantos años después el mal no tiene remedio y la excusa es facilona: eran otros tiempos, de eso hace mucho, yo no estaba allí.
La ciudadanía fue engañada, y los culpables ejercieron un poder que no merecían en ningún caso. No sabemos qué hubiera pasado si hubieran competido legítimamente, pero optaron libremente por la ilegalidad sabiendo lo que hacían.
Ahora llega la condena, pero la cárcel no resuelve nada, ni creo que sea un camino para “la reinserción”. Además apunta a la individualidad de esta o aquella persona cuando en realidad había una organización detrás, un partido político, que organizó la trama y se benefició del resultado. Se me ocurre, ingenuo, que ese partido responda, que devuelva el dinero, y que no pueda competir en las siguientes olimpiadas municipales. Que le retiren la medalla, es decir, el retrato de honor en la galería del Ayuntamiento. La gente dirá, ¿qué es ese hueco en la pared? Es que en esa legislatura no hubo alcaldesa legal. También que se les inhabilite para cualquier honor porque homenajear a los tramposos es hacer apología de la trampa. Y otra cosa importante, que la condena afecte a las empresas que contribuyeron a sabiendas, aportando dinero al fraude para después sacar tajada. Hace tiempo, pero ocurrió.
Si el castigo no es disuasorio, si la cosa queda en nada, algo así como “vaya, lo que ocurrió en 2007 en Valencia”, entonces nadie creerá en la democracia. Y eso es malo para muchos, aunque algunos se froten las manos.