De osos y de calles
Desde hace unos meses se ha intensificado la respuesta de hombres indignados con que no todos son unos monstruos capaces de violentar a las mujeres a raíz de una encuesta en la que se preguntaba a las mujeres con quién preferirían quedarse a solas en un bosque: con un hombre desconocido o con un oso. La respuesta fue abrumadora a favor del oso. Esto ha llevado al debate sobre si son TODOS los hombres enemigos de las mujeres.
A mí, personalmente, me llegó este debate con la duda de un amigo que iba andando por la calle a mitad tarde y percibió que la mujer que iba delante apretó el paso porque se podía sentir insegura, o cuanto menos incómoda.
Me asaltó la duda de si quizás el nerviosismo que sentimos cuando vamos solas por la calle y detrás camina un hombre es instinto de supervivencia, un “algo” innato con lo que nacemos las mujeres que provoca que nuestro cuerpo reaccione de tal manera. Sinceramente dudo que tal reacción sea explicable desde la biología además que estaríamos olvidándonos de las mujeres trans.
No se explica con biología el hecho que desde bien temprana edad las mujeres aprendemos a convivir con una realidad diferente a nuestros compañeros los hombres. Tenemos libertad de movimientos pero siempre desde un estado de hipervigilancia. Y eso, sigue sin ser la libertad de la que gozan los hombres.
A las mujeres, desde bien pequeñas, nos han enseñado a cuidarnos de lo extraño con mensajes tales como: “no puedes ir sola con un chico que no conoces”, “cuidado con cómo vistes”, “no te fíes”. En lugar de enseñarles a no atacarnos tenemos que aprender a defendernos. Un clásico.
Si desde corta edad esto es nuestro día a día, no hace falta imaginarse a una misma a solas en una calle oscura para sentir ese miedo. Nos pasa a plena luz del día, yendo a por el coche al garaje, al subir en un ascensor con alguien que no conocemos, o volviendo a casa después de una noche de fiesta. Y no tiene por qué haber un motivo, la mera presencia de un desconocido nos pone en alerta.
Solo con leer la prensa, vemos la cantidad de mujeres asesinadas, violadas, agredidas, acosadas en cualquier ámbito. Según datos oficiales, en lo que llevamos de 2024, un total de 38 mujeres han sido asesinadas en España.
Nos educan a temer lo extraño sí, pero por desgracia, la mayoría de actos contra las mujeres se cometen por personas conocidas y allegadas. En más del 60% de las agresiones sexuales declaradas por las mujeres el agresor era una persona de su entorno íntimo (familiar o amigo). Por mencionar algún caso mediático, Giselle Pellicot fue drogada por su marido durante años y en el caso Nevenka, el acosador era el jefe de ella. Personas, insisto, completamente conocidas por las víctimas y en ambientes familiares. Ambas historias representan cómo las mujeres nos sentimos desamparadas ante estas situaciones ya que algunos agresores salen con total impunidad social y judicialmente. Lo vimos recientemente con el caso de las niñas prostituidas en Murcia, en el que varios de los acusados se han librado de la cárcel por la lentitud de la Justicia. Tenemos que aguantar opiniones públicas y tertulias que aún siguen debatiendo si la culpa es de la víctima o del agresor.
¿Cómo no vamos a tener miedo si nos educan en protegernos de lo extraño y son incluso los conocidos los que nos causan daño, ¿Entienden ahora por qué la mayoría hemos elegido al oso?
PD: He tardado 2 meses en redactar este artículo y en cada actualización tuve que aumentar el número total de víctimas.
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