Pasado nostálgico, futuro distópico y auge del negacionismo
Vienen cambios. Muchos cambios, o bastantes. Al menos así lo creen el 69,9% de los españoles, según la encuesta sobre tendencias sociales del CIS de noviembre de 2021. Y estas transformaciones no tienen por qué ser necesariamente positivas. De hecho, un 28,7% de la población lo ve negro, negrísimo y considera que estos cambios serán negativos o muy negativos. Otros (11,9%) no ven el futuro con demasiado entusiasmo y creen que esta transición será más bien indiferente. Digamos que el porvenir no es muy ilusionante para una gran parte de la ciudadanía.
Por cierto, ¿creéis que las nuevas generaciones vivirán mejor, peor o igual de lo que se ha vivido hasta ahora? Si consideráis que “mejor”, formáis parte de una minoría optimista (26,4%). Lo normal es pensar que los jóvenes vivirán peor (53%) o igual (16,9%) que sus padres y abuelos. Y ojo, porque si nos adentramos más en los datos constataremos que este pesimismo con respecto al futuro inunda casi todas las esferas sociales. Empezando por las organizaciones e instituciones, vemos que ahora se confía igual o más en los partidos políticos, en el parlamento español, en los sindicatos, en la Constitución y en los medios de comunicación que dentro de cinco años. Si nos detenemos en la esfera privada, la mayoría (51,8%) cree que en los próximos diez años los lazos familiares serán menos que ahora, que los divorcios serán más (63,6%), que tendremos menos hijos (69,9%), que la soledad y el aislamiento serán más comunes (78,9%), que cuidaremos menos de nuestros mayores (56,7%) y que, para colmo, nos sentiremos menos realizados y disfrutaremos menos con nuestro trabajo (39,6%). Qué mal todo.
Pero si todavía no ha decaído el ánimo esperad porque aún hay más. La mayoría considera que habrá más paro o falta de trabajo, más diferencias sociales y económicas, más consumo de drogas y más delincuencia. La seguridad entendida como estabilidad laboral y capacidad para dibujar un horizonte de vida se va a pique y se entrelaza, encima, con la inseguridad ciudadana. Qué panorama.
Ya que el futuro pinta mal, ¿qué pasa si miramos hacía atrás?
Hace cinco años, la mayor parte de los españoles tenían más confianza en los partidos políticos (46,7%) o igual que ahora (40,1%). Con respecto al parlamento, los sindicatos, la Constitución y los medios de comunicación, se ha mantenido la confianza en términos generales, aunque para casi un tercio de los encuestados antes eran más de fiar.
¿Qué podemos intuir de estos datos? Pues que cierta gente empieza a decir que todo pasado fue mejor. Miran hacía él con nostalgia y proyectan el futuro con pesimismo. Por eso también es importante dirigir nuestra mirada hacia la cultura, que siempre nos da pistas sobre las tendencias sociales y en este caso nos ayuda a reafirmar el argumento. Cada vez son más las series y las películas distópicas que triunfan en las plataformas digitales, alimentando el negativismo de nuestra época, que, tal y como apuntaba el filósofo Francisco Martorell, ni ofrece propuestas ni imagina futuros mejores. Todo lo contrario, los productos audiovisuales que consumimos habitualmente consiguen que una parte de los espectadores vea el cambio climático, las desigualdades sociales o las injusticias como algo inevitable. Nos lleva a la inacción. El futuro pinta mal. Nuestro porvenir es un lío. El destino es una lucha descarnada por la supervivencia, darwinismo puro. Es el regreso a la ley del más fuerte, del sálvese quien pueda. El hombre es un lobo para el hombre. ¡Volvamos a las certezas del pasado!
Y retomando el título del artículo…¿Qué pasa con el negacionismo? ¿Cuál es su relación con este clima social?
Centremos nuestra mirada en el ámbito político para responder a esta pregunta. Algunos recordaréis el vídeo viral de la youtuber Tatiana Ballesteros, aquel en el que decía que España necesita un capitán para un barco que va a la deriva, que España está muy por encima de vosotros, refiriéndose a los políticos claro, así, en general. La grabación saltó de las redes a las televisiones y dio mucho que hablar durante varios días. La youtuber había tocado una tecla que siempre funciona, la de atizar a los políticos como si fuesen un ente uniforme, sin diferencias ni matices, como una masa homogénea. Dio con algo a lo que faltaba ponerle nombre: Negacionismo político.
¿Y cómo llegó un vídeo aparentemente crítico, pero profundamente antidemocrático (¿quién es ese capitán que debe dirigir el país ajeno a los políticos elegidos en las urnas?), a tener tanto éxito en las redes y en los medios?
La desafección política no viene de la nada. A decir verdad la ciencia política y la sociología electoral pueden mostrarnos cómo el hartazgo político en ocasiones responde a una estrategía electoral de algunos políticos y poderes económicos. Se trata de alimentar la crispación, de avivar el hastío político y de demoler la idea de que la política es útil y necesaria. En definitiva, de negar la política. El objetivo es generar frustración y falta de expectativas de futuro para presentarse como la alternativa al desastre distópico. Busca romper con la idea de progreso, porque, claro, si el futuro no funciona, ¿por qué no mirar hacía el pasado? Y si este también tiene sus grises, ¿por qué no negarlos? He aquí el peligro que asoma: la alternativa a un futuro pésimo y a un presente poco ilusionante no es el progresismo ni el conservadurismo, la opción es retroceder en el tiempo. Por eso observamos un auge de los discursos negacionistas en los medios, en el parlamento, en las redes y en la calle. Negacionismo de la la violencia de género, del feminismo y de la igualdad del colectivo LGTBI+ que suponen un cambio en el modelo tradicional de família; negacionismo de la historia de España y de su etapa franquista porque las políticas de memoria revelan los orígenes de ciertos poderes políticos, económicos y religiosos y podrían cambiar el panorama electoral; negacionismo de la ciencia, porque cambia y mejora nuestro futuro; negacionismo de la(s) cultura(s) que dibujan un horizonte de país diferente, con mayor riqueza lingüística, musical, artística, histórica, sociológica; y en última instancia negacionismo político, que desestima la pluralidad ideológica y repite el mantra de que todos los políticos son iguales.
En resumen, los negacionismos apuntalan la idea de un futuro incierto, caótico y distópico y se alimentan con una intencionalidad política clara de embarrar el terreno de los hechos. Por eso resulta fundamental dibujar nuevas utopías (que no quimeras), que confieran marcos mentales para avanzar, y nombrar escenarios de esperanza. Pensemos en horizontes verdes que atajen la emergencia climática, diseñemos un sistema mediático más plural y exigente con la veracidad y la contrastación de los hechos, apostemos por la ciencia y su divulgación, concibamos la vivienda como un derecho y no un bien de mercado para garantizar un proyecto de vida a los más jóvenes. Como decía la periodista Olga Rodríguez, aquello que no se imagina difícilmente podrá ser creado.
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