La violencia es una enfermedad social que adopta múltiples versiones. Como cualquier otra enfermedad se caracteriza por sus manifestaciones, las lesiones que provoca, las disfunciones en las relaciones sociales, las causas, y también su evolución y sus mecanismos de transmisión. Enfermedad crónica, a veces latente, que afecta a todos los grupos sociales, que se agudiza en ciertos momentos, y que tiene su fundamento en la sociedad patriarcal y en las formas religiosas y culturales que la inspiran. Se traduce en infinitas formas de dominación, que derivan en machismo y agresividad, intolerancia y abuso, en desprecio y humillación siempre al débil, que es la víctima.
Emplear la plaza pública no para el ágora de la tertulia, para el disfrute lúdico y amigable del juego, sino para torturar animales con palos, pinchos, machetes y otros objetos causándoles heridas o incluso la muerte es violencia perversa, un signo de la degradación de la condición humana que transforma la violencia en espectáculo de sangre y fuego. No es admisible el uso de la inteligencia o el ingenio para el maltrato animal. Ni la tortura o el maltrato físico o psicológico a otros humanos, mujeres, niños, vagabundos, ancianos, antes convertidos en objetos, cosificados y victimizados por la exclusión. Ni el tráfico de personas ni la esclavitud disimulada. Es pura perversión, porque la violencia es el instrumento bárbaro de la dominación. Abusar del cuerpo ajeno en el ámbito doméstico o en el espacio público, con la violencia del macho o el jaleo del grupo, denigra no solo a la víctima, también al verdugo. También los cánticos colegiales en universidades grotescas que perdieron el norte del saber y la inteligencia, habitadas por adolescentes inmaduros que darían la vida por la fama y el éxito. Quererlo pasar por arte y tradición es un sarcasmo ridículo. Las redes sociales contribuyen impunemente al contagio y prueba de ello es el acoso escolar y todo el malestar psíquico que la violencia genera.
Casi un tercio de la población española está en riesgo de pobreza extrema. La exclusión es una forma extrema de violencia en una sociedad donde muchos ven en riesgo la simple supervivencia. Hay una amplia tipología de las violencias. Violencia sicaria, violencia machista, violencia bélica, sexual… pero todas esas formas siempre entrañan rasgos de degradación moral en el verdugo y de cosificación de las víctimas.
La naturalización de la violencia en nombre de la tradición, la biología o la cultura es la mayor hipocresía de una sociedad enferma que no puede mirar hacia otro lado sin ser consciente de las consecuencias degradantes que la violencia provoca en el organismo social. No hay otra vacuna que el respeto y la solidaridad, una terapia preventiva muy poco practicada en nuestro entorno y que desgraciadamente no es suficiente para curar un cáncer del que se benefician y disfrutan los violentos dominadores.