Pirómanos embravecidos

Esta semana de debates y posdebates, de investiduras y pactos de la vergüenza está siendo como una montaña rusa. Lo mismo subimos que bajamos a una velocidad de vértigo. A la tensión electoral se suma un factor nada menor: una ola de calor sofocante y deshidratante, que no nos deja descansar y aumenta nuestra irritabilidad. 

Deambulamos por los días como la pinocha crujiente que cubre los montes. Como dirían los forestales, vivimos un problema de densidad que en nuestro caso se traduciría por intensidad. Estamos produciendo un exceso de masa intransigente con la que corremos el peligro de que inicien pequeños fuegos que acaben convertidos en un incendios devastadores, de consecuencias (im)predecibles. 

Es estremecedor leer el intercambio epistolar entre los personajes de Paradero desconocido. La angustia y la transmutación. “¡Ojalá pudiera mostrarte, ojalá pudiera hacerte ver el renacimiento de esta nueva Alemania bajo la tutela de nuestro afable líder!”, responde Martin Schulse a su amigo Max Eisenstein. 

Y así se interrumpe la correspondencia entre dos socios, dos amigos que se querían como hermanos, con un llamamiento del alemán a “reconocer la verdad” aunque sea dolorosa para el judío porque “hay movimientos más grandes que los hombres que los componen”.

Dónde están las personas con amplitud de miras, los liberales para quienes las injusticias son injusticias, sin mirar el color de las banderas. Quién alza la voz contra la censura de la cultura. Como los personajes Katherine Kressman los liberales están convirtiéndose en patriotas. Hombres de acción liberados por el fanatismo de las cadenas de la tolerancia, el respeto, la empatía. 

Personas que, como Martin, acaban siendo víctimas de esa misma ideología perversa que llegan a idolatrar. El libro de Khaterine era una advertencia de lo que sucedía en Alemania. Una denuncia del nazismo que se convirtió en un éxito editorial en EEUU mientras que en 1939 desaparecía de Europa y se incluía en el listado de libros prohibidos. 

Permaneció en el olvido durante décadas pero ahora, quien no lo lee es porque no quiere escuchar las advertencias. Claro que hay grandes movimientos que nos arrastran en sus olas, pero ninguno es nuevo. Como la grandes catástrofes naturales, son cada vez más predecibles y controlables. 

Una democracia fuerte y poderosa es nuestro mejor sistema de alarma. La única capaz de prevenir y anticiparse a los terremotos y a los tsunamis. Es el aspersor que riega nuestra calma, que humedece nuestros ánimos y protege la sonrisa. Su debilidad alimenta el fanatismo que saca a los lobos hambrientos de sus guaridas y los deja en libertad. Abre las puertas para que las jaurías recorran las calles en busca de presas. Lo hemos vivido. Sabemos qué sucede cuando las correas se sueltan. Las consecuencias de que unos pirómanos embravecidos lancen la cerilla del fanatismo sobre la pinocha seca y crispada. Las chispas saltan. El combustible prende. El monte arde y no existe tanque de agua que lo apague.