En una sociedad donde las condiciones laborales para la gente joven y no tan joven, dejan mucho que desear en muchos sectores de nuestro país, la precariedad laboral aparece como una causa directa que atenta contra nuestra salud mental y emocional.
La precariedad laboral se manifiesta de diversas formas: contratos temporales, salarios inestables, falta de beneficios, ausencia de seguridad laboral y jornadas totalmente excesivas. Estas condiciones no solo afectan la calidad de vida de las empleadas y empleados, sino que también dejan una marca profunda en su bienestar psicológico. La conexión entre la precariedad laboral y la salud mental es un campo de estudio creciente que pone de manifiesto la necesidad urgente de abordar este problema desde una perspectiva integral.
Alguno de los impactos más evidentes de la precariedad laboral es el estrés crónico, la ansiedad y la depresión. La incertidumbre constante sobre el futuro laboral, la falta de estabilidad económica y la presión para mantener el empleo pueden desencadenar niveles elevados de estrés, generar problemas graves de ansiedad, o que la persona desarrolle una depresión. Estos problemas psicológico prolongados no solo afectan el rendimiento en el trabajo, sino que también se traslada al área personal, creando un círculo vicioso que perpetúa la ansiedad y la inestabilidad emocional de la persona.
La inseguridad laboral también contribuye al deterioro de la autoestima y la identidad profesional. Las trabajadora y trabajadores precarios a menudo se encuentran lidiando con la sensación de no sentirse realizadas/os y la falta de reconocimiento, lo que puede tener un impacto devastador en su salud mental a largo plazo. La conexión entre el sentimiento de pertenencia y la estabilidad laboral es fundamental, y cuando esta conexión se ve afectada, la salud mental se resiente.
La precariedad laboral no solo afecta a nivel individual; también puede repercutir a nivel social. La falta de seguridad laboral puede perjudicar la cohesión comunitaria, ya que los trabajadores y trabajadoras preocupados por su estabilidad económica pueden tener mucho menos ánimo para participar en actividades sociales y cívicas. Esto puede generar una sociedad fragmentada, donde la falta de conexión y apoyo mutuo añade una carga adicional a la salud mental colectiva.
En el ámbito de la salud mental, resulta necesario que se reconozca la precariedad laboral como un factor determinante. Los empleadores, los gobiernos y la sociedad en su conjunto deben colaborar para implementar medidas que aborden la raíz de este problema. Esto incluye la creación de políticas laborales más equitativas, la promoción de entornos de trabajo saludables y la sensibilización sobre la importancia de la estabilidad laboral para la salud mental, especialmente para las mujeres, la gente joven, los colectivos más vulnerables y las personas más mayores.
En conclusión, la relación entre la precariedad laboral y la salud mental es innegable y requiere una actuación urgente. Abordar este problema no solo mejorará la calidad de vida de las personas, sino que también contribuirá a la construcción de una sociedad más igualitaria y resiliente. Debemos ya reconocer que el bienestar mental y la estabilidad laboral son causa y consecuencia directa y solo abordándolas de manera integral podremos construir un futuro laboral más saludable, como hemos escuchado muchas veces comentar a la vicepresidenta segunda y ministra de trabajo, Yolanda Díaz, cuya intención es reducir la jornada laboral a 37,5 horas semanales, para poder disfrutar de más tiempo libre y, por tanto, de mejor salud emocional y psicológica.