El pueblo no salva al pueblo

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Es uno de los mantras de estos días: «El pueblo salva al pueblo». No es por llevar la contraria, pero si el pueblo tiene que salvar al pueblo, en menos de un mes íbamos a estar extintos. El pueblo puede echar una mano, hacer colectas, acoger a afectados en su casa… Pero sin una administración fuerte y eficaz, la probabilidad de salir de esta es, en el mejor de los casos, nula. Es difícil no emocionarse con las miles de personas que han ido a las zonas afectadas a echar una mano, o con los que han ido a dejar comida y ropa a Mestalla, o al ver a miles de voluntarios funcionando con la precisión de un reloj suizo simplemente para ayudar sin esperar nada a cambio, ni siquiera un ‘gracias’. Pero la realidad es un poco más complicada.

En la Comunitat Valenciana, hace apenas un año, el pueblo valenciano decidimos, de manera libre y democrática, que lo mejor que podíamos hacer era entregar el Consell a la industria hotelera y, como no llegaban los votos para formar gobierno, tiramos de una banda de negacionistas del cambio climático cuya principal preocupación son los toros. Sobre esto último tengo que romper una lanza a favor del gobierno autonómico: cuatro horas después de que AEMET anunciara la que se nos venía encima, el secretario autonómico de Seguridad y Emergencias y director de la Agencia Valenciana de Seguridad y Respuesta a las Emergencias, Emilio Argüeso, comenzaba una reunión para ver qué podía hacer por la Fiesta Nacional. Teniendo en cuenta su gestión posterior, su inacción seguramente ha salvado vidas.

Lo de que el pueblo no va a salvar al pueblo no es un chiste ni una hipérbole, ni son ganas de llevar la contraria. Esta misma semana nuestro gobierno ha decidido que los hoteles para que vengan los turistas —ni hablar de tasa turística, hemos votado pagarles nosotros parte de los gastos— situados a quinientos metros de la costa están muy lejos de las playas, así que los van a acercar a doscientos metros. Mientras, el ayuntamiento de València —cuya alcaldía también decidimos nosotros quién debía ostentar — planea convertir lo que iba a ser un nuevo pulmón verde de la ciudad en una pequeña autopista interurbana. Las responsabilidades se pagan a escote, es muy fácil señalar.

Pero no hace falta mirar hacia arriba, también tenemos ejemplos bien cerquita. Solo hay que darse un paseo por X para ver todos esos miembros del pueblo soberano, a la caza de seguidores, difundiendo bulos sobre que esta es una tragedia diseñada mediante bioingeniería, o que el haber eliminado unas cuantas presas inservibles y otros tantos azudes formaba parte del plan maestro. Y como les falta tanta inteligencia como sobrados van de tiempo, aprovechan para colgar algún que otro post racista.

A otra cosa no, pero a adelantarnos a los acontecimientos, al pueblo nadie nos gana. La tragedia va a suponer la llegada de millones y millones de euros en ayuda del gobierno central y de la Unión Europea. Y para salvarnos como Dios manda, pusimos al mando de la cosa pública a un partido —con más antecedentes que currículo— que está desmantelando la Agencia Antifraude. A su director, Eduardo Beut, el pueblo no solo le paga más que al Presidente del Gobierno, sino que ni siquiera le ha puesto ese sueldo para que no haga nada, sino para que haga todo lo que pueda para que la institución no sirva de nada. Podría seguir con los ejemplos.

En estos momentos, la frase «solo el pueblo salva al pueblo» sí tiene un sentido: el de recordar que todos debemos echar una mano y apoyar a los que lo han perdido todo. Eso lo compro, pero que hagan falta manos; donaciones de comida, ropa y dinero; vecinos que abran las puertas a los que se han quedado sin casa… No nos puede hacer olvidar que el alcance de todo esto es limitado. No hay que confundir la generosidad a la hora de echar una mano con la capacidad (muy limitada) de organizarse y ser eficaz.

Al pueblo que tiene pensado salvar al pueblo le pregunto cómo va a sacar los miles de coches destrozados que hay por las calles, dónde piensa depositarlos y cómo va a gestionar esos millones de toneladas de hierro. Supongo que estarán cerrando los últimos flecos, así que dejo para otro día interesarse qué tienen pensado para cuando las calles de los municipios más afectados —es cuestión de poco tiempo— se conviertan en foco de infecciones.

Hay que ser realistas. El pueblo puede salvar al pueblo… pero a través de la administración. Los que nos van salvar son las administraciones, el ejército, la policía, los hospitales… con el dinero que pagamos en impuestos y con los funcionarios que, con años de dedicación a una labor específica y de formación, saben lo que hay que hacer. Esta fiesta los ricos se la van a perder porque les han bajado desde el IBI hasta el impuesto de transmisiones o de herencia, gracias a nuestro voto. No me dan pena. Todos podemos —y debemos ayudar—, unos achicando agua, otros llevando alimentos y otros, los Amancios Ortegas, haciendo donaciones que luego se podrán desgravar. Todos estamos en el mismo barco, aunque la historia nos dice que a los de Primera Clase en el Titanic les suele ir ligeramente mejor.