El discurso de la ortodoxia económica ha vuelto a calar, con la facilidad y la naturalidad que le suelen acompañar y sin perder ocasión para generar la falsa sensación de existencia de consenso en las cuestiones de macroeconomía. Me parecía a priori innecesario tener que hablar de esta cuestión. No obstante, estas últimas semanas me he visto envuelta en conversaciones que me han acabado de convencer de que, tal vez, sea un asunto para poner sobre la mesa.
El relato del mainstream económico ha impregnado una vez más una parte del imaginario colectivo. En esta ocasión adopta una fórmula mediante la cual se nos explica la naturaleza y las medidas necesarias para abordar el incansable aumento de la inflación; el cual, para mi sorpresa, se focaliza sobre un supuesto sobrecalentamiento de la economía.
Según esta visión, estaríamos viviendo, o acabando de dejar atrás, un largo, pronunciado y sostenido periodo de crecimiento del consumo y/o la inversión. Un crecimiento cuanto menos suficiente para originar una recuperación generalizada de la mayoría los sectores económicos. Es decir: una recuperación que nos devolviera a un escenario aún mejor que el de antes de la pandemia. En palabras del primer ministro francés, Emmanuel Macron: “lo que estamos viviendo es el fin de la abundancia, de la liquidez sin coste”.
Como si de la famosa novela 1984 de Orwell se tratara, parece más un intento de reescribir la historia; en concreto, la de hace escasamente algo más de un año. Me refiero a agosto de 2021, cuando empezó aquello que después se convertiría en tendencia: la desorbitada escalada de precios energéticos. Fenómeno que, recordemos, consiguió encadenar récords históricos consecutivos en cuestión de días o semanas. De hecho, tan solo en ese mes el aumento de los precios de la energía batió cinco récords.
Hoy hemos naturalizado este fenómeno y, aunque el dolor sobre nuestras cuentas bancarias sigue latente, ha dejado de sorprendernos con la misma intensidad que nos llevaba a la indignación escasos meses atrás.
Ocultando responsables
El desborde de los precios es una cuestión que afecta a una amplísima mayoría social. Por ello, es imprescindible tener presente qué es aquello que está aumentando el precio de nuestra cesta de la compra y haciendo que nuestros salarios pierdan valor.
No podemos olvidar que todo comenzó con aquellas subidas de precios impuestas por las grandes (enormes) empresas de energía, las cuales han extraído cuantiosas rentas de la ciudadanía para trasladarlas en forma de beneficios extraordinarios a sus balances.
Bien es cierto que, más tarde, llegó la guerra a Ucrania, y con ello los bloqueos a una parte del comercio internacional y los aumentos de precios de productos fundamentales para las cadenas de valor de un significativo abanico de mercancías presentes en nuestro consumo habitual. Hecho que, sin lugar a duda, con posterioridad, intensificó esta ya marcada subida de precios.
Por ello, sostengo que más de un año de intensas escaladas de precios no pueden ocultarse detrás de una excusa de un supuesto “sobrecalentamiento de la economía”, y mucho menos hacernos pensar que tenemos que renunciar a no sé cuál “escenario de abundancia”. El mercado de combustibles fósiles, y en especial el sistema de formación de precios de la energía, arrancaron los insoportables aumentos de la inflación antes de que el conflicto en Ucrania intensificara esta ya consolidada tendencia.
Por este motivo, reitero que no podemos dejarnos llevar por este (nuevo) intento que busca generar una amnesia colectiva que dé carpetazo, de manera facilona, a los principales causantes de esta asfixiante subida de precios. Todo esto, además, supondría un peligro añadido al ocultar el problema de base, difuminar la figura de los claros ganadores y dificulta el diseño de soluciones efectivas.
Dicho esto, hay que tener presente que, si el análisis no concuerda con la realidad, poco o nada pueden aportar las soluciones que se planteen en base a él. Es decir: si las causas reales de la inflación no recaen en ese hipotético “sobrecalentamiento de la economía”, las subidas de los tipos de interés planteadas por el Banco Central Europeo poco van a ayudar a revertir el sangrante coste que aguantamos a la hora de comprar, o las pequeñas y medianas empresas a la hora de invertir. Con esta práctica, en todo caso, a lo que nos exponemos es a una creciente salida de dinero de las carteras de la ciudadanía hacia la gran banca.
Hoy no nos solemos sorprender cuando escuchamos a personas cercanas afirmar a la ligera que todo esto de los tipos de interés no es más que “una cuestión de sentido común”; que no se podía mantener un Euribor del 0%, y otra serie de mantras de la ortodoxia económica. No es la primera vez: recordemos cuando había quienes repetían como papagayos eso de que la subida del salario mínimo iba a generar desempleo, siguiendo a pies juntillas lo que el conservadurismo económico dictaba. Cosa que nunca llegó a ocurrir.
El objetivo de este artículo va más allá de aportar una lectura diferente al actual mainstream económico sobre este caso concreto (que también). Lo que pretende, además, es que quede patente la idea de que, en lo que a cuestiones macroeconómicas se refiere, no existe un consenso o una verdad absoluta. Los análisis y recetas que la ortodoxia pretende imponer, aprovechando sus espacios privilegiados, abundan y se pueden colar en nuestro lenguaje diario, pero aun con todo, como trata de desgranar este texto, apenas tienen recorrido y se desmontan con las mínimas evidencias empíricas. Un ejercicio, el de contrastar diferentes enfoques, que debe prevalecer y potenciarse por la buena salud de nuestras sociedades democráticas.