Desde hace unas semanas venimos asistiendo a un espectáculo lamentable donde se mezcla la rabia, la ternura y, sobre todo, mucha frustración. Estoy hablando, por supuesto, de la polémica en la gestión de las vacunas. Por un lado, la abierta entre la Unión Europea y las multinacionales farmacéuticas a raíz de los problemas en la venta y distribución de las vacunas que se habían acordado previamente. Por otro, la lamentable sucesión de cargos públicos, alcaldes y altos mandos del estado, que se han saltado la cola de la vacunación, poniendo su interés personal por delante el interés general y del deber de cumplimiento de las normas. La máxima expresión del “sálvese quien pueda” protagonizada por personas que creíamos que tenían que velar por el orden y crearon el desorden. Sus partidos todavía no han pedido su dimisión.
El plan nacional de vacunación hace aguas. Los problemas de suministro, dosis que se pierden, errores logísticos, faltan jeringuillas adecuadas, faltan sanitarios, falta previsión y falta capacidad de ejecución rápida si comparamos con el ritmo de vacunación otros países que van por delante. Falta mucha gente por vacunar, incluyendo personas muy vulnerables que eran grupo prioritario, como los mayores encerrados en sus casas con miedo a salir y sufriendo las graves consecuencias de la soledad.
Da rabia comprobar como las empresas multinacionales farmacéuticas no tienen ningún dilema moral para incumplir los contratos firmados con la Unión Europea, en vistas a obtener unos mayores beneficios económicos. Es indignante la ausencia de consecuencias o la incapacidad para imponerlas. Podríamos hablar de si todo es susceptible de convertirse en una pieza del mercado o si es legítimo que las empresas farmacéuticas, que se han beneficiado de manera clara del presupuesto público de las universidades e inversión pública en investigación, ahora se olviden de este hecho y hagan bandera cínicamente del “es el mercado, amigo”.
A la vez también podemos sentir cierta ternura y candor frente a quienes han venido poniéndose las manos en la cabeza al descubrir que, efectivamente, un pirata se dedica en gran medida a practicar el filibusterismo sin ningún problema y sin ningún pudor. Sea quien sea el perjudicado. Porque, no nos engañamos, si una cosa ha hecho que este conflicto sea considerado como más “grave” es el hecho en que la parte perjudicada somos nosotros, ha sido una gran potencia económica del mundo occidental como es la Unión Europea. En esa moral cínica nos auto-convencemos que, si en vez de nosotros, el que hubiera sido perjudicado es algún país de la África sub-sahariana, nadie se habría escandalizado. Pero claro, cuesta comprobar que no éramos tan poderosos y ricos como nos pensábamos y que nuestro poder de influencia internacional se encuentra en declive. Más después del Brexit.
Pero sobre todo el sentimiento que predomina de manera mayoritaria es el de la frustración. La frustración al comprobar que los estamentos supranacionales, limitadamente democráticos, no están siendo capaces de defender los intereses de los pueblos europeos. Frustración al ver que se nos trata como menores de edad, haciendo pasar una incapacidad frente a una gran multinacional como una especie de “virgencita que me quede como estaba” por si, en vez de conseguir solo la mitad de las dosis, nos quedamos sin ninguna. Pero todavía más frustrante es ver que el paradigma depredador y amoral del mercado no queda en cuestión en ningún momento y que, poco más o menos, la mayor crisis social y económica que ha afrontado el planeta en cerca cien años no ha servido ni tan solo para decir que esto no vale, y el juego perverso continuará cuando todo haya pasado. Olvidando además que, si tiene sentido la vacunación en una pandemia, es cuando se hace de manera generalizada y en todo el mundo. Es decir, o salimos todos y todas juntas, o no saldremos nunca.
Es por eso que es muy buena noticia que el Congreso de los Diputados va a poner en marcha a propuesta Más País, junto con Compromís, la creación de una comisión de investigación relativa a la gestión de las vacunas y el plan de vacunación. El pleno del Congreso la votará el once de marzo, pero ya ha contado con el apoyo mayoritario de los grupos en Junta de Portavoces. Esperamos que se pueda impulsar la capacidad pública de priorizar el bien común y también esclarecer las sombras de este proceso para poner a las personas por delante de los intereses privados o partidistas.