“Si creéis que esto es poco,
Esperad a que hable más
Y lo cuente todo“.
Puedo empezar haciendo uso legal de esta cita, porque acabamos de aceptar la adjudicación de la herencia de quien lo dejó escrito. Una herencia demasiado temprana, al legatario le ha sido hurtado su futuro y a su familia y amigos, desde hace meses, nos ha sumido en el vacío.
Pero, también inesperadamente, cuando nos preguntamos cómo seguir viviendo, cómo cumplir lo que nos pedía, y cómo perpetuar su presencia, surge la cruda realidad en nuestro propio entorno: resulta que llueve sobre mojado, se lleva cientos de vidas, trae ruina y desaliento. Y, además, resulta que trae confrontación, mentira, ineptitud, desidia e insolencia hacia quienes lo han perdido todo y hasta entonces no pedían nada; solo vivían. Parece una burla que rebasa la crueldad para acercarse a lo legalmente punible.
Mi nombre no es Hannah sino Ana, pero la desgracia que se ha abatido sobre nuestra Comunitat ha servido de revulsivo personal para –por lo menos- aportar mi granito de arena a la denuncia de la banalidad del abandono, de la irresponsabilidad, de la desatención y la incompetencia que, sumado todo ello, trae irremisiblemente, el mal.
Hace justo un año que la sanidad pública levantó del suelo –literalmente- a mi marido; hace justo un año que la sanidad pública lo despertó en pocas horas, y lo remitió, con buen diagnóstico previo, a su cobertura privada de la que era mutualista como funcionario. Hace menos de un año que esa misma cobertura privada a la que había optado a través de su mutua cuando era un funcionario joven, y la aseguradora era un colectivo de profesionales médicos, le dejó abandonado a 200 kilómetros de su casa, negándole una ambulancia, que hubo de sufragar su familia.
Y hace menos de un año que abandonado a su suerte en una noche de guardia aciaga, en su hospital privado de referencia, la sanidad pública lo rescató in extremis de la muerte, haciéndonos ver la luz durante meses, hasta que se apagó.
Así que, mientras el lodo cubre Valencia, las casas, las vidas y los recuerdos de muchos de nuestros amigos, a muy pocos minutos de donde nuestra existencia ha quedado a resguardo por el nuevo cauce, quiero levantar bandera frente a dos desastres que nos atenazan, y de los que somos conscientes cuando ya nos han alcanzado.
De un lado, un desastre de amenaza inmediata para más de millón y medio de conciudadanos: hay que reaccionar socialmente cuando leemos que las mutuas de funcionarios, que han delegado la cobertura sanitaria universal garantizada por nuestra Constitución, en diversas aseguradoras médicas, están dejando convertir en moneda de cambio no ya la asistencia, sino la propia vida de sus mutualistas y familiares. Desgraciadamente, en ocasiones no somos conscientes de que ya no hablamos de colectivos médicos unidos privadamente para optar a la asistencia médica, sino de que la asistencia profesional de algo tan humano y con tanto derecho como las prestaciones sanitarias, ha caído en los brazos de nuevos actores financieros de miras económicas más globales, que mientras litigan con el Estado por unos porcentajes declaran –sin rubor- miles de millones de ganancia anual.
Qué duda cabe que abocar a casi dos millones de personas a la sanidad pública supondría aún más redoblar los esfuerzos de todo el personal que la presta -y sus infraestructuras-, mientras liberaría a las aseguradoras de unos pacientes ahora ya envejecidos, con demandas sanitarias que limitarían sus beneficios.
Y de otro lado, y relacionado aunque no lo parezca, levantar bandera para que la vida y la ruina que han caído sobre nuestra Comunitat, con un alcance inédito en costes personales y económicos, no se convierta también en moneda de cambio banal para quienes deben asumir claramente la responsabilidad de vidas y haciendas perdidas. Muchos somos los que creemos firmemente en las bondades del estado autonómico que consagró hace décadas nuestra Constitución y nuestro Estatut; afortunadamente, hace años que los gobernadores civiles dejaron de tener sentido, porque nuestro Estado es plural y diverso, y las autonomías aseguran la plena asistencia de sus ciudadanos.
Hace apenas dos semanas, la capital del viejo Turia se llenó de cientos de miles de ciudadanos clamando a nuestro gobierno autonómico. Y la sede de ese gobierno autonómico se ubica en pleno centro histórico, al lado de los restos de la vieja Valentia romana. Si no oyen las voces, habría que dejar gritar a las piedras.