Siempre

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La iglesia católica, la de siempre, se queja de la injerencia de costumbres “extranjeras” que dificultan su labor evangélica de siempre. Le gusta la palabra siempre, tan categórica, no quiere que las cosas cambien y le hagan perder su autoridad exclusiva sobre nuestras conciencias.

Se reafirma en su monoteísmo, niega que pueda haber otros dioses como el suyo y, colaborando con el poder, nos tratan como si todos fuéramos necesariamente católicos, aunque ella viva de la inercia, sus templos se vacíen, y sus seminarios cada vez tengan más vacantes.

Le inquieta todo lo que no sea su doctrina rígida. Detesta a Papá Noel porque es inocuo, porque es bondadoso y se ríe (la risa le viene mal a la iglesia), porque es un ser fantástico y no anuncia el nacimiento de dios ni habla del juicio final.

Ahora, cuando se ha celebrado el día los difuntos, a la iglesia le molestan las risas de los niños, le inquieta los disfraces, le fastidia la banalización del miedo convertido en juego. La iglesia es más de la amenaza y del otro miedo. Con los muertos prefiere el luto, la tristeza y las flores de plástico.

Cuando sus representantes dicen “hemos perdido las buenas costumbres” lo primero que deberían hacer es revisarlas, a ver si no son tan buenas como predican. A ver si es mejor sustituir la procesión por la cabalgata o las campanadas de muerte por la banda de música. En definitiva, si es mejor que la gente elija cómo quiere celebrar los acontecimientos, sin tener mala conciencia.

No soy partidario de las invasiones ni de los bombardeos, pero sí del mestizaje, de la mezcla. Todos somos un entrecruce más allá del RH de nuestra sangre.

A la iglesia católica le sobran pecados y le falta aceptación. Ya no tiene la autoridad moral que el poder le dio y ella ha despilfarrado para seguir adoctrinando. Confunde la solidaridad y la cooperación con el bautismo y quiere continuar con unos privilegios que nunca debió tener y no están en el origen de su mensaje.

Ahora, con el informe del defensor del pueblo sobre la pederastia se ha puesto negro sobre blanco lo que ya sabíamos y se había ocultado. Pero pretende diluir su responsabilidad con el viejo argumento: “Todos lo hacían”.

Se olvida de que eso ni es verdad ni es un eximente, y que practicar la pederastia desde el púlpito y desde la tarima es mucho más grave que cualquier otra situación.

Aprovecharse durante años de esa autoridad moral que le dio la dictadura, agrava mucho el delito.

Ahora simplemente reconózcanlo, reparen el daño producido y déjennos en paz. Para siempre.