“Ara en cada mirada lenta
que va acomiadant les coses més nostres,
retrobem sempre
una fugida agrupada d’espases
cap al silenci.“
Lluís Alpera. Cavalls a l’alba. València (1962-63)
Si les digo la verdad, percibo un indolente sentimiento de pereza. Afrontar el desánimo del fracaso y reiniciar el discurso de que el despegue es posible, obliga a un esfuerzo sobrehumano. El relato se inició en mayo de 2015 en el País Valenciano con un Consell del Botànic que acabó con las cuatro presidencias sucesivas del PP con tres procesados por corrupción (Eduardo Zaplana por Alicante, José Luís Olivas y Francisco Camps por València, junto al anodino Alberto Fabra, por Castellón). El círculo se cerró en junio de 2018 cuando se produjo la caída de Mariano Rajoy. Una escena marcada por la decadencia y la inconsistencia política. Por primera vez desde 1995 el partido de los socialistas españoles planeaba sobre la totalidad del Estado con Pedro Sánchez en sinergia con el gobierno de la Generalitat Valenciana coaligado entre el renacimiento del socialismo comandado por Ximo Puig y la irrupción de Compromís como formación política novedosa con vocación valencianista y obediencia autóctona. El Consell seguía la estela de personajes decisivos del socialismo y el valencianismo para la libertad y el autogobierno del talante de Alfons Cucó -aliado a Ernest Lluch hasta su reincorporación al PSC–, Ricard Perez Casado, Josep Bevià, Josep Lluís Barceló, Vicent Ventura Beltrán antes de su decepción, con un testigo de primer rango en la persona de Vicent Soler. Valencianista comprometido, socialista y conocedor de los entresijos económicos, Soler, desencantado, dejó el Botànic por invitación de Ximo Puig, un año antes de su derrota electoral.
Líderes y relevos
Para superar el impacto de un impulso frustrado es preciso aceptarlo y asumirlo. En el devenir político rigen las alternancias, los turnos y el cambio. Cuando, en mayo de 2023, la opción progresista pierde ante PP y Vox coinciden dos acontecimientos que marcan el porvenir, al menos durante cuatro años, para el País Valenciano. Se parte de un hecho constatable: la carencia de proyecto político integral del Botànic para el País Valenciano a medio y largo plazo. Ocho años que duraron las dos legislaturas consecutivas, dan para bastante, a pesar de los veinte años ininterrumpidos de gobiernos servilistas y turbios del Partido Popular. No existía proyecto y brilló por su ausencia la acción directora de ambas batutas que teóricamente lideraban sus dos cabezas rectoras: Ximo Puig y Mónica Oltra. El primero pensó que con actitud complaciente y cercando las veleidades de sus socios, tenía el trabajo hecho. Obsesionado por cortarle el paso a Compromís desatendió el flanco derecho –PP y Vox– que finalmente le arrebataron la presidencia de la Generalitat, la mayoría de las Corts y el brazo ejecutivo del Consell. Un fracaso. Mónica Oltra que nunca reunió las facultades ineludibles para presidir el Consell, se decantó por la vertiente social y feminista de una acción de gobierno parcial y sesgada, en la que obvió los aspectos económicos a pesar de contar con la Conselleria de Economia entre las que teóricamente controlaba Compromís. Ni un guiño a la productividad, ni a la competitividad, ni al reforzamiento de la entidades económico-empresariales, ni a la prosperidad, ni a los sectores que crean riqueza y por consiguiente empleo. ¿A Compromís le interesaba de verdad resolver el déficit crónico en la financiación, en la inversión o en las infraestructuras? ¿Sabían y saben para qué sirve esa batería de reivindicaciones en las carencias del País Valenciano, desde los albores de la Transición y arrastradas desde el maltrato de la dictadura franquista?
Razón y dignidad
La falta de un proyecto integral –economía, empleo, educación y Universidad (no universidades), cultura, política linguïstica, comarcalización eficiente, infraestructuras necesarias, armonización territorial (Castelló, València y Alicante), modernización y tecnificación agroalimentaria, promoción industrial de futuro, medio ambiente, racionalización del turismo en perspectiva) para desarrollo pleno de la autonomía proviene desde la constitución del primer Consell Preautonòmic del País Valencià de Josep Lluís Albiñana y se paseó por los gobiernos de Joan Lerma. Unas veces con buena voluntad y otras con cesiones inexcusables a los enemigos de la autonomía, frente a la equidad y la libertad. Lo que el historiador Josep Fontana definió como el característico posibilismo lermista que embarrancó en 1995 en similitud con la caída del Espíritu de Morella de Ximo Puig en mayo de 2023. Ante un temporal, y sobre todo si es de signo político, la solución no es ceder ni recular sino afrontar con dignidad y decisión el embate de las olas. Cuando no se puede con el mar, después de haber tratado de remontar la fuerza del viento y de la marea, al menos se conserva la razón y la dignidad, con la satisfacción de la misión cumplida. También en la historia valenciana hay una larga lista de mártires que sucumbieron por defender, no sus conveniencias sino los intereses de todos los valencianos ante la prepotencia, el autoritarismo y la ignominia.
Ausencia de ruido
Nos falta asimilar la lección y empezar con el guión de las tareas imprescindibles a realizar. Es necesario contar con las señales de luz de los faros que han de ayudar a mantener el rumbo en la compleja singladura de la vida y de la historia. Falta la existencia de una formación política de obediencia valenciana que, desde los principios de la ideología liberal, que nos pueden enseñar políticos e intelectuales canadienses, actúe de gozne y proporcione equilibrio razonable al desarrollo integral de los valencianos contrapesando izquierda y derecha desde el centro que dota de estabilidad a las sociedades modernas y avanzadas. Falta la existencia de partidos políticos que trabajen y se preocupen por los estrictos intereses valencianos de cuyo éxito depende el desarrollo español. Cinco millones de españoles residen en el País Valenciano que representa el 10% de la mayor parte de las magnitudes económicas y sociales del Estado. Si el ensayo de lo poco nos llegó por las dos legislaturas del Botànic, entre 2015 y 2023, ha llegado el momento de elaborar el proyecto de país que permita a los valencianos salir del silencio secular que ahora, de no remediarse, podría convertirse en crónico.
Paciencia, frugalidad, perseverancia y silencio
El único esfuerzo destacable para conseguir la equiparación de las fuerzas económicas con las políticas valencianas surgió y se desarrolló en la primavera de 1989 y liderada por las entidades económico-empresariales (Cámaras de Comercio, patronales–Cierval, comunidades portuarias, Ferias y Bolsa de València), cuando todavía conservaban capacidad de liderazgo, credibilidad, decisión, respeto y autonomía en sus recursos de financiación). El evento se conoció como Cumbre de Orihuela, que se convocó en los confines del territorio valenciano, contiguo a Murcia, para evitar susceptibilidades acerca del centralismo. Obedeció a la exigencia de un líder (José Enrique Silla Criado), un plan y el impulso coordinado de un colectivo empresarial involucrado en sus exigencias, en su razón y en sus derechos, como interlocutores responsables de la sociedad. Para reemprender el camino que se truncó poco después de 1989 por veleidades políticas y ambiciones personales, se requieren cuatro principios marcados en los libros de la editorial Comanegra: paciencia, frugalidad, perseverancia y silencio. Silencio al que hemos llegado, a pesar de la mayoría de los valencianos y que puede ser transformador por su faceta creativa –silencio innovador– de reflexión para elaborar el plan y cumplir el objetivo común.