De los cuentos felices a la distopía. Entre las imágenes de nuestra niñez perdura aquella en la que una gallina acompañada de sus polluelos se mueve alegremente por el campo. La escena es tan poderosa que, aunque ha desaparecido de la realidad cotidiana en las sociedades urbanas, continúa representándose para el consumo infantil en cuentos ilustrados. Nadie dudaba antes ni lo hace ahora, sea niño o adulto, que la gallina y sus crías eran felices, quizás porque los niños que observábamos también lo éramos. Así, que se plantea una primera pregunta: ¿cómo sabemos que las gallinas son felices?
Bien, la gallina como todo animal, necesita comida, agua y si es el caso disponer de un espacio al aire libre donde corretear, comer gusanos, picotear plantas, revolcarse en el polvo y, aunque se le califique de gallináceo, dar un corto vuelo hasta alcanzar la rama de un árbol. Por lo cual, la naturaleza del animal, aunque sea un ave, exige que él y el entorno que ocupa estén razonablemente bien relacionados. ¿Pero ocurre en la actualidad? Como todos los animales domésticos, las gallinas han permanecido durante siglos a nuestro lado, ofreciéndonos huevos, carne y plumas. A cambio han gozado de nuestro cuidado y protección contra los depredadores. Pero esta interesada colaboración cambió, a principios del siglo XX, por una actividad industrial con un futuro económico brillante. Todo lo que había que hacer era meter en granjas a miles de gallinas y que pusieran huevos a buen ritmo, para después proveer a una creciente población urbana. Para ello se hacían necesarias unas transformaciones genéticas del animal, preparándolo para un incremento de producción, y recluirlo en instalaciones, no para vivir sino para propiciar el negocio. Por el sendero económico se nos había olvidado el detalle de que eran seres vivos. Un horrendo futuro para las gallinas se ponía en marcha.
Con el tiempo empezó a germinar entre las personas el sentimiento de compasión hacia estos animales. Una parte de los consumidores empezó a exigir, cada vez con mayor perseverancia y firmeza, un trato mejor para las gallinas ponedoras. ¿Pero cómo identificar los huevos procedentes de las granjas que tienen en cuenta el bienestar animal? Para ello debíamos poder identificar los distintos sistemas de producción. Afortunadamente se dió con una fórmula muy sencilla; cada huevo lleva impresa una serie numérica que define la manera de producirlo y su trazabilidad. El primer número nos revela cual es el sistema de producción.
El cero nos indica que es de producción ecológica, en granjas donde los animales disponen de amplias zonas a cubierto, con libre acceso a grandes superficies al aire libre para que puedan corretear. No se les administran antibióticos y los piensos proceden de cultivos ecológicos. Con el uno, se determina la producción de huevos camperos, donde las gallinas gozan de espacios internos y acceso a campos exteriores amplios. El número dos define una producción con las gallinas en el suelo, recluidas en grupos muy densos, en grandes naves sin acceso para ellas al exterior. El tres identifica el huevo producido con gallinas enjauladas, en enormes naves y también sin que puedan salir al exterior.
Algunas notas breves sobre el sistema de producción de huevos en jaulas. La Unión Europea prohibió las jaulas en la avicultura en el año 2012, pero dejó un resquicio legal que permite mantenerlas en “jaulas mejoradas” Eufemismo que sin duda las gallinas percibieron, pero que su sentido del humor no apreció. Ahora la superficie de la jaula es mayor, con una superficie de 750cm2 lo que, para entendernos, supone el tamaño de un folio; la jaula va equipada con un nidal y una percha para colgarse. Los animales no tienen ningún contacto con el exterior y viven sometidos a los objetivos que marca la productividad, y que se definen por la tasa de conversión que mide la proporción entre pienso ingerido y huevos puestos.
España tiene un gran porcentaje de gallinas enjauladas. El sector provee con creces al mercado español y también exporta al europeo. Puede que, salvadas las contingencias económicas actuales, aún abrigue la esperanza de un futuro crecimiento; las gallinas no sé si están muy de acuerdo. El sector está en una encrucijada, por una parte los ciudadanos, cada vez mas concienciados sobre el bienestar animal, y por otra las fuertes inversiones realizadas en los últimos años para cambiar a las “jaulas mejoradas”. Alguien debió explicar y prever legalmente que no había que mejorar las jaulas, sino eliminarlas progresiva y definitivamente.
¿Qué hacer? El elemento dinamizador del cambio es el consumidor, cada vez más respetuoso con los animales. Las empresas de comercialización Lidl, Carrefour, Aldi, Mercadona y las de alimentación Nestle y McDonald ya se han dado cuenta y empiezan a publicitar su compromiso con la producción de huevos fuera de las jaulas. La eliminación definitiva de éstas lamentablemente llegará mas tarde. ¿Pero cuándo? El año pasado, la producción de huevos en España se acercaba a los 46 millones, de ello el 76,8% de gallinas en jaula, el 12,7% de gallinas en suelo, el 9,1% de camperas y sólo el 1,4% en régimen ecológico. Si se eliminaran de inmediato las gallinas en jaulas, los huevos desaparecerían del mercado, puesto que el resto cubriría sólo el 23%. ¿Es esto inmutable? No, hay países que han suprimido el enjaulamiento, entre los que se encuentran Austria, Luxemburgo y Alemania, esta última con una gran producción en suelo. Puede no gustarnos esta opción, pero es un paso adelante.
Por otra parte, la solución del problema exige una gran confluencias de enfoques y decisiones. La industria avícola debe transformar su producción, pero también la gente debe cambiar sus hábitos alimenticios. El consumo de huevos debe disminuir, para así mandar a la industria el mensaje de que la producción total, no sólo no puede ni debe crecer indefinidamente, sino que hay que producir menos y en las otras formas alternativas (en suelo, campera y ecológica). La administración española deberá también actuar, ayudando al sector ecológico, al menos es lo que señalan los documentos de planificación verde de la Comisión Europea. ¿Perderemos esta ocasión?
Sentimiento y compasión. Cuenta Roberto Calasso en su novela El cazador celeste la reunión de dos filósofos: Malebranche y Fontenelle en la Casa de los Padres del Oratorio en Paris. Ambos cartesianos, Malebranche sacerdote y teólogo de aspecto demacrado y enfermizo; Fontenelle escritor, filosofo y científico, con una gran relación con los ilustrados, de apariencia gentil y tranquila. Los dos conversan cuando una perra de la casa, preñada, se acerca a Malebranche, remoloneando entre sus pies, buscando una caricia o una palabra suave y cariñosa. Malebranche, atrabiliario, al no poder alejarla, le propina una patada que provoca un grito de dolor en el animal y uno de compasión en Fontenelle. Malebranche zanja el tema con la frase “Tranquilo ¿O acaso no sabéis que no sienten nada?” Quizás deberíamos responderle ahora, que nosotros sí lo sentimos ya sea una perra, una gallina o cualquier otro animal maltratado.
Un poco de activismo y alguna conclusión curiosa. Compassion in World Farming (CIWF), con sección en España, ha presentado la Iniciativa Ciudadana Europea “End the Cage Egg” a la Comisión Europea para que se prohíba la ganadería en jaulas (gallinas, conejos, cerdos, patos, gansos, codornices y terneros). En España hay un 89% de animales en jaulas. Esta misma asociación promueve ahora una iniciativa dirigida al gobierno español: “Ni una licencia más para granjas industriales” y así evitar al mismo tiempo la contaminación medioambiental (en agua y suelo), los peligros pandémicos y el previsible maltrato animal.
Existe una certificación de felicidad animal que se otorga a alimentos producidos por animales que viven en condiciones de bienestar en un proceso de desarrollo sostenible. Ahora sólo falta que esta certificación se extienda a los productos fabricados por las personas felices. ¿Por que las gallinas sí y los trabajadores y trabajadoras no?