Seguramente todas hemos tenido y tenemos amistades expertas en dar respuestas, incluso cuando no las pedíamos o ni siquiera nos hacíamos preguntas. Son gente a la que valoras por su alta capacidad de procesamiento y reflejos para devolverte una interpretación del mundo a tú medida y a la velocidad de “Glovo”. Con la edad comienzas a valorar otras amistades, más discretas, incluso a veces aguafiestas, es gente que se empeña en que te hagas preguntas. No preguntas cómodas, ni complicadas, ese no es el juego, solo que te hagas las preguntas adecuadas. Eso justo es lo que nos plantea la exposición El Convenio y la Maquina de Vic Pereiro en la Sala de la Muralla del Col·legi Major Rector Peset hasta el 13 de febrero de 2023, una reflexión sobre un pasado en un entorno industrial peculiar como es Puerto de Sagunto; sobre un presente aparentemente desclasado y fragmentado; y sobre un futuro que ha apostado de manera acrítica todas sus fichas a la cuarta revolución industrial a nivel de movilidad con la mega Giga factoría de Volkswagen en Sagunto. De todas estas cuestiones derivadas de la reflexión propuesta destaca una cuestión recurrente en el debate, algo que hemos percibido en muchos casos, desde el estudio de los procesos industriales y la memoria obrera de los siglos XIX y XX; así como por ser testigos directos e involuntarios de un momento histórico determinante como fue la Reconversion; me refiero a la Conciencia de Clase, en entornos como Puerto de Sagunto. Entender en este extraño presente, que sucede con la autopercepción de la clase trabajadora actual, y vislumbrar si alguna de las utopías que alumbraron a quienes nos precedieron siguen vigentes para un futuro que parece más predispuesto a las distopias, parece una tarea interesante.
La conciencia de clase no es otra cosa que la historia escrita desde abajo, tal y como relato E.P Thompson en su ya clásico “La formación de la clase obrera en Gran Bretaña”. Un ensayo que en las fechas de su publicación (1963), en plena guerra fría, rompe el discurso de legitimación del capitalismo industrial que por supuesto obviaba que la revolución industrial fue un auténtico desastre social. Tal y como afirma el catedrático de filosofía del derecho Antoni Domènech en la magnífica edición de Capitán Swing. Nuestro país, la terrible excepción ibérica de gran parte del siglo XX, en lo que respecta en libertades y avances sociales, sufrió curiosamente una guerra civil donde hubo un enfrentamiento ideológico, pero también entre clases, donde el proletariado, la clase trabajadora apostó por todo lo que significaba la II República, y perdió. Tras la II Guerra Mundial, nuestro aislamiento nos hizo ajenos a ese capitalismo del bienestar que arranca en Gran Bretaña con el primer gobierno laborista liderado por Clement Attlee en 1945. Un nuevo sistema amplificado por Europa, en gran medida por el inicio de la guerra fría, y que mejora las condiciones de vida de la clase trabajadora al otro lado del telón de acero, generando un consenso incluso en sectores conservadores. El triunfo de los golpistas tras la guerra civil y la instauración de una sanguinaria dictadura provoca la prolongación de las penurias decimonónicas de la clase trabajadora, que tienen que luchar por sus derechos en un ambiente de represión y privación de libertades. Puerto de Sagunto representa unos de esos pocos focos industriales de un país pobre y atrasado, gracias sobre todo a unas elites políticas y financieras incapaces de interiorizar los principios democráticos del liberalismo político (e incluso económico – capitalismo de amiguetes). Puerto de Sagunto, enfrenta tras la Guerra Civil, de una manera integral, todos los retos de la clase obrera en la segunda mitad del siglo XX: vivienda, sanidad, educación, condiciones laborales etc… y todo de una manera urgente. En los años cuarenta, Puerto de Sagunto es un núcleo de población con apenas una treintena de años de historia, con todas las carencias urbanísticas de un poblado nacido al calor de una gran industria con una incesante necesidad de mano de obra. En esos pocos años de historia tuvo la triste desgracia de haber sido una población bombardeada de manera periódica durante la guerra. Muchos problemas que solucionar en un entorno político y económico hostil y represivo. Los trabajadores de AHM deben abrirse paso entre esa dictadura para ofrecer un futuro a sus familias, esa búsqueda y la constante represión franquista no impiden que la cooperación sea la única manera de afrontar el día a día. La cooperación en el tajo y en la cotidianidad vecinal genera con el tiempo un alto clima de confianza social, que va fraguando en un “sentido común” de un pueblo con un denominador: el trabajo en la fábrica. Ese sentimiento de clase, esa sensación de comunidad se vería amplificada por cierta uniformidad social que producía La Fábrica. A pesar de los diferentes niveles retributivos de sus más de siete mil trabajadores que llego a tener la empresa, y quizás porque la pequeña burguesía agraria no vivía junto a la fábrica, sino en el núcleo histórico, el Puerto tenía una estructura social muy particular que igualaba a sus habitantes.
Los trabajadores y las poquísimas trabajadoras de los Altos Hornos y sus familias vivieron todos los procesos de cambio por los que atravesó la dictadura en sus más de cuarenta años de existencia, luchando por condiciones óptimas y salarios decentes, y en los últimos años del franquismo aspirando a un cambio de régimen con el que llegase un futuro mejor. En ese trayecto, se pasaron penurias, hambre, se sufrió una dura represión, castigos etc. Pero esa lucha nunca hubiese sido posible sin una identificación como clase trabajadora en un entorno de solidaridad y confianza. Que termina configurando un proyecto colectivo que cobra cuerpo como un núcleo de población al que el trabajo y la fábrica dan sentido. Este núcleo, en la práctica es liderado por el mundo del trabajo, por el sindicado (clandestino o legalizado), por los trabajadores. Un núcleo con un alto nivel de reivindicación o conflictividad social depende de quién lo describiese, dentro y fuera de la fábrica. Con una politización elevada en la clandestinidad y en los primeros años de la democracia. Y en general con un importante sentimiento de pertenencia de todos sus miembros.
Es en este contexto donde los trabajadores y sus familias se beneficiaban del paternalismo industrial de una gran empresa que había construido colegios (segregados), un centro de formación profesional, un Sanatorio, Iglesias, Viviendas, una Cooperativa de Consumo de Productores de AHM, Campo de Futbol, Casino etc… Con la muerte del dictador y la llegada de la democracia, llegan los primeros síntomas de un resquebrajamiento de esa cohesión o sentimiento de clase, quizás los primeros responsables fueron los partidos que se autodefinían como de clase que no supieron evitar su propio fraccionamiento. Pero sin duda la Reconversión Industrial representa un momento de inflexión en ese sentimiento de clase. En esos momentos nadie era consciente que la reconversión era parte, de una gran trasformación política, económica y social que se estaba produciendo al menos en el mundo capitalista. Nuestra historia era común a la de miles de Titánics que se dirigían a gran velocidad hacia un gigantesco iceberg. La amenaza del cierre de AHM, por parte del primer gobierno del PSOE tras la Guerra Civil, supone un duro golpe para toda la ciudad y especialmente para el núcleo obrero del Puerto. La decisión se vive como una traición de clase, por parte de un partido que entre sus siglas aun lleva la “O” de Obrero. Ahí comienza una lucha obrera y ciudadana, en la que casi en el minuto cero, colectivamente y en soledad se entiende que la decisión es política, no económica. La CEE marca limites en la fabricación de acero a España, y España debe elegir que pieza de tres sacrifica. Algo parecido a ese final del programa “Un, Dos, Tres”, donde hay que elegir un regalo y dejar dos, salvo que nosotros éramos el elegido, no éramos un regalo y todo el mundo sabía en Madrid que éramos la calabaza. Ya ven, la palabra Geopolítica no existía, y ya nos complicaba la vida a la ciudadanía saguntina. Los trabajadores de una antigua ciudad del mediterráneo se enfrentaron al poder mediático de un joven Felipe Gonzalez con una aplastante mayoría absoluta tras de si. Era curioso ver como todo el establishment periodístico e intelectual (algunos con los años estarían enfrente de Felipe Gonzalez) compraba la narrativa del gobierno, que intentaba situar a la Factoría de Sagunto como la más deficitaria de las tres que estaban puestas en cuestión. La tenaz lucha del pueblo Saguntino les rompería el discurso. Quizás, solo quizás el gobierno de Felipe Gonzalez no se veía cerrando o reconvirtiendo la fábrica de Bilbao en unos años de plena actividad de ETA; o unos Altos Hornos en Asturias, donde era previsible una mayor contestación siderúrgica y minera (con el recuerdo aun vivo de la revolución de Asturias). Definitivamente, Sagunto era un mal menor. En esos años 80, el sentimiento de igualdad entre los trabajadores era grande, la fábrica seguía ejerciendo de niveladora en una comunidad que seguía teniéndola de referente. En ese momento toda la atención, todos los recursos, iban dirigidos a luchar por el futuro, por lo que no se era consciente que el neoliberalismo estaba desplegando su propia utopía. Margaret Thatcher afirmaba que la sociedad no existía, mientras doblegaba a los sindicatos mineros del Reino Unido, el Estado se debilitaba, y el individualismo se adueñaba de todas las esferas de la vida, poniendo punto final a los treinta gloriosos años de desarrollo del estado del bienestar inglés.
Todo lo que vendría después en España, lo conto perfectamente James Petras en su informe censurado por el gobierno de Felipe Gonzalez en los primero noventa, como el proceso de modernización de la economía llevado a cabo por el primer ejecutivo socialista impacto de manera negativa en la calidad de la vida social y de la organización social de dos generaciones de trabajadores quebrando la solidaridad y la conciencia de clase. De aquellos barros estos lodos del presente. Los años desatados de neoliberalismo salvaje donde el capitalismo financiero ha fagocitado al tradicional capitalismo industrial, han producido los niveles más altos de desigualdad, el empobrecimiento de la clase obrera e incluso de la denominada clase media, cada vez menos útil al sistema. Esta ruptura del contrato social está derivando en la actualidad en la desafección a unos sistemas democráticos y la aparición de nuevo de esos autoritarismos populistas que creíamos que jamás volverían. Visto lo visto con perspectiva, es una pena que, desde la reconversión industrial de los ochenta, Puerto de Sagunto no se hubiese observado más detenidamente como laboratorio socio político y económico que permitiese ver con alguna antelación tendencias en los diferentes niveles de análisis social, económico e incluso político que se adelantaron al contexto global. Los ultimo cuarenta años de la ciudad de Sagunto, han sido como un manual de implantación del credo neoliberal: comenzando por la propia reconversión industrial, producto de una reorganización del trabajo a escala global (globalización); el culto al individualismo frente a lo colectivo; la renuncia a la utopía social por el sueño del individuo; la profundización de las desigualdades, el deterioro del sentimiento de comunidad e incluso la aparición del populismo político en el ámbito político local.
En todos estos años hemos asistido ignorantes de lo macro a una lista de micro desastres en lo cotidiano: al desmantelamiento de grandes empresas post Reconversión por que habían caído en manos de fondos de inversión (BOSAL); Al continuo chantaje de grandes empresas amenazando con el cierre si no llegaban subvenciones o desgravaciones fiscales (NEOLIBERALISMO DE LA SUBVENCION/MUY IBERICO); Hemos visto la llegada de los grandes proyectos megalómanos de la derecha regional dilapidadores de dinero público, generadores de deuda y humo (CIUDAD DEL TEATRO/CAMPUS DE LAS ARTES ESCENICAS); A la pérdida de peso del trabajo industrial en el conjunto del mercado laboral (MAS PRODUCTIVIDAD/MENOS SALARIO); Política y sindicalmente la pérdida de poder de la izquierda, en el mejor de los casos solo interesada en cazar ratones cuando lo importante la mayor de las veces es el cómo los cazamos. Unido al residual peso sindical agravado por su renuncia a ejercer un papel más socio comunitario (CRISIS IZQUIERDA/SINDICATOS); Las asociaciones de vecinos, alimentadas por ese sentimiento de clase, comunidad y confianza social han seguido el mismo camino, y ahora sobreviven como pueden en un entorno vecinal marcado por el individualismo o el asociacionismo interesado del “qué hay de lo mío” (VECINO vs RESIDENTE);
Quizás el ejemplo más paradójico de estos tiempos de amenaza climática sería el caso de una cementera que destroza una montaña publica a coste prácticamente cero, en uno de los pulmones verdes comarcales, para producir cemento que permita seguir construyendo. Este hecho genera que la sociedad saguntina se posicione en dos bloques: quienes defienden y quienes detractan. El mundo sindical se posiciono junto a la derecha, parte de la izquierda y los populismos, junto a empresa, y el resto de la izquierda, asociaciones vecinales y el movimiento ecologista en contra. Quizás en breve asistamos a una controversia parecida por la instalación de una macro planta fotovoltaica en el entorno de la Gigafactoría. Al tiempo.
Pero en estos años todo no han sido cuestiones negativas, también se han producido hechos interesantes desde el punto de vista social y cultural. La ciudad sigue teniendo una importante masa crítica heredera de los tiempos de la reconversión industrial que ha permitido recuperar parajes de gran importancia medioambiental o reivindicar parte del Patrimonio Industrial de la ciudad. La lucha por la antigua Gerencia de AHM, represento aunar la lucha medioambiental con la patrimonial al tiempo de poner freno al ladrillo en pro de un bien común. Estos movimientos tienen de positivo su pensamiento a largo plazo frente al cortoplacismo de la política.
Como vemos, la ideología egocéntrica y atomizada del neoliberalismo ha ido ganado terreno, generando desigualdad, dañando esa conciencia de clase, ese sentimiento de comunidad y confianza social. Quiere decir esto que ¿no hay alternativa?, para nada. ¿Será una tarea sencilla? Para nada. Lo bueno es que tenemos pistas de lo que el neoliberalismo no quiere. El neoliberalismo odia lo colectivo, el bien común, lo comunitario…. Y mucho más la acción colectiva. No le gusta que las personas hablemos, que compartamos, que analicemos, que propongamos, que soñemos juntas. También nos da pistas lo que le encanta: un Estado mínimo, que no atienda lo colectivo, por eso no le gustan los impuestos (los tuyos sí) y mucho menos la progresividad fiscal (¡ojo! la proporcionalidad no es lo mismo); mucho menos le gusta y con ese nombre la Seguridad Social. Pero cuidado, el enemigo no es tonto y ha aprendido de sus errores y por ese motivo esta más preparado que nunca ahí está su férreo control de los grandes medios de comunicación. Saben que la próxima gran batalla será sobre la manipulación de la Verdad.
Hay mucha tarea por delante. No es el momento de recrearse en la nostalgia, pero si en el sentido en que la expresa Luis Garcia Montero: “La verdadera nostalgia., la más honda, no tiene que ver con el pasado, sino con el futuro. Yo siento con frecuencia nostalgia del futuro, quiero decir, nostalgia de aquellos días de fiestas, cuando todo merodeaba por delante y el futuro aún estaba en su sitio”.
Hay que poner el futuro en su sitio. Si no se puede multiplicando fuerzas, al menos sumando.
There is alternative