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La trama civil del golpe de Zaplana

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No, Eduardo Zaplana no era el problema. Era el síntoma. No gozó durante veintiocho años de total impunidad porque tuviese la destreza de engañar a todos durante todo el tiempo. Al contrario, ha sido un impostor que no ha engañado a nadie. Se aprovechó de flaquezas personales y de unos sistemas de control de la calidad democrática con más agujeros que un queso gruyere. Compró debilidades humanas e institucionales, sometió al ecosistema mediático y anuló (con navaja, flores o chequera) a los pocos jueces y fiscales que se cruzaron en su camino.

Supo que las bases se controlan desde las alturas. Por eso sindicó intereses con élites empresariales. La cúpula patronal apadrinó en julio de 1995 aquel Pacto del Pollo PP-UV, rubricado en el despacho del empresario Federico Félix, para que Zaplana se instalara en el Palau y se inaugurara el negocio de las privatizaciones y/o las mordidas. Por ejemplo, con las ITV.

El poder, por encima de siglas

Zaplana tuvo una segunda virtud. Nadie entendió mejor que él que el poder trasciende a los partidos y las siglas. En aquellos años expansivos, y con vistas a postularse como sucesor de Aznar y hacer negocios, fue ampliando su red de contactos.

El golpe perpetrado por Zaplana durante seis lustros –el político y el atraco- se ha sustentado, en definitiva, en una trama civil vertebrada en torno al afán de negocio. Una red de cómplices, colaboradores necesarios y coautores que ahora, mayoritariamente, hace mutis por el foro. Y eso tiene muy cabreado al ex presidente, quien siempre ha contado con una legión de amigos, que en realidad eran socios. Entre ellos, algunos dueños del país, miembros del consejo de administración de España, por así decirlo.

Florentino Pérez, Emilio Botín, Esther Koplovitz…

Las agendas privadas que en su día le intervinieron a Zaplana son como un tacógrafo de las relaciones que forjó. Cuando era presidente de la Generalitat, mucho antes de instalarse en el Gobierno de Aznar, ya se codeaba con grandes de España. Desayunaba, comía, cenaba y navegaba con Florentino Pérez, presidente de ACS y del Real Madrid. Mantenía habituales contactos con Esther Koplovitz (entonces FCC); con Emilio Botín, presidente del Banco Santander; con Isidoro Álvarez (presidente de El Corte Inglés); con Fernando Fernández Tapias, empresario, consejero de OHL y Unión Fenosa y vicepresidente del Real Madrid…

De tú a tú con el jefe de la Casa Real

Tenía trato directo con Fernando Almansa cuando era jefe de la Casa Real, en tiempos de Juan Carlos I. No en balde, Zaplana prestó un impagable servicio a la Corona al asumir, con el dinero de los valencianos, una parte de la factura por el silencio de Bárbara Rey sobre sus escarceos amorosos con el monarca. Canal 9 regaló un programa de cocina a la vedette cuyo coste superó los 6 millones, como se cuenta en Los tentáculos del truhan.

RTVV fue un pesebre que alimentó a una amplia nómina mediática madrileña elegida para allanarle el camino sucesorio. Desde Isabel San Sebastián a Carlos Dávila, pasando por Pilar Ferrer. En esa etapa, Zaplana cultivó relaciones con Federico Jiménez Losantos, Carlos Herrera, Luis del Olmo… Y, por supuesto, mimó económica y personalmente a empresarios de la comunicación como Antonio Asensio (Grupo Zeta), Luis María Ansón (La Razón), o al entonces consejero delegado de Prisa Juan Luis Cebrián y a su presidente ejecutivo, Jaime de Polanco.

Sin contar, por supuesto, con la sociedad valenciana de gananciales que constituyó con María Consuelo Reyna (Las Provincias) y su entonces esposo, Jesús Sánchez Carrascosa, jefe de gabinete de Zaplana y luego director de Televisió Valenciana.

Notarios y notables como Pepe Bono

Todos conformaron una larga lista de amigos/socios de la que podría haber levantado acta el insigne notario don Carlos Pascual de Miguel, otro que acostumbraba a cenar regularmente con Zaplana. O políticos socialistas como el difunto Alfredo Pérez Rubalcaba, José Blanco o Pepe Bono, quien igual comía e iba a los toros con el ex presidente valenciano.

El empeño de la UCO, la jueza y el fiscal en que la investigación Erial llegara a buen puerto, como ha sucedido, les llevó a renunciar a intervenir el teléfono de Zaplana. Quisieron evitar que Movistar, su operadora, diese el chivatazo a quien era un alto directivo de la compañía. La decisión, más que justificada, nos privó de componer una parte del mapa de la trama civil del golpe. Habríamos obtenido muestras de campo para explicar cómo funcionan los engranajes del poder. Habrían quedado retratados unos cuantos, a derecha e izquierda, de arriba y de abajo, que dirían en aquel Podemos adolescente.

Campañas mediáticas

Parte de esa trama civil se retrató en aquellos decisivos días de la Navidad de 2018 cuando el jefe de Hematología de la Fe, Guillermo Sanz, certificó la muerte segura de Zaplana si no era excarcelado. Hubo llamadas para presionar, artículos en prensa y hasta una campaña de recogida de firmas en Change.org, promovida por el ex presidente de Nuevas Generaciones del PP José Luis Bayó, y reclamando la puesta en libertad del reo.

Posteriormente se impulsó una corriente mediática que alimentaba la teoría de la conspiración, sobre la que pivotó la defensa judicial de Zaplana y que fue desechada por el tribunal. Se publicaron panegíricos zaplanistas de los que ponen la gallina de piel. Especialmente en OK Diario y El Mundo. El silencio fue la estrategia mayoritaria de apoyo a Zaplana por parte de su coro mediático. Basta con observar la escasa resonancia que tuvo el macrojuicio, especialmente más allá del pantano de Contreras.

Invocar el precedente Griñán

El próximo 7 de noviembre, el tribunal ha de decidir si entra ya en prisión, como pide el fiscal, o demora ese ingreso. La defensa esgrimirá que no hay riesgo de fuga y se agarrará al artículo 80.4 del Código Penal, que faculta a los jueces a suspender una pena cuando el afectado padezca una “enfermedad muy grave con padecimientos incurables”.

Tanto el ex presidente como su hija y alumna aventajada María Zaplana intentarán, de nuevo, movilizar a sus amigos y deudores en una corriente de solidaridad y piedad ante la enfermedad. Invocaran el precedente del andaluz José Antonio Griñán, cuya ejecución de pena de cárcel fue suspendida por enfermedad. Luego el Constitucional anuló la condena. Pero en el entorno zaplanista admiten que esta vez lo tendrán crudo. Y mira que ya habían planificado la gira mediática de desagravio como víctima de lawfare si se hubiera consumado, como creían, una absolución judicial.

La condena cambia el panorama. El hombre que ha estado treinta años bajo sospecha ya no es inocente. Y sus contactos han perdido consistencia. Cada vez quedan menos amigos y socios en su cooperativa de negocios e intereses. El tiempo pasa…Unos están ya muertos y otros, de parranda.