“L’esperança no mor si la memòria,
com un mar de panteres fetes llança,
recorre infinita les venes ferides
per tanta nit i flor agenollada.“
Marc Granell. València, 1987
Por fin València va de subida. Está en boga. Descartada la tercera candidatura a la ruinosa America’s Cup. De lleno en la capitalidad del Diseño para 2022. En crisis de indefinición política, quedan dos flancos ideológicos por cubrir: primero, el compromiso inequívoco por el blindaje de los intereses de los valencianos: económicos, políticos, culturales, sociales e identitarios. Sin eso no hay nada. El segundo campo, siempre replanteado, es la emergencia de una formación liberal, culta, con vocación social, cosmopolita, moderna, con “fair play british”, comprometida con el movimiento europeo y con los fundamentos del territorio valenciano. Liderazgo que podría sumar, romper enquistamientos y evitar tensiones. Y extremismos entre los bloques enfrentados por la ambición de poder.
Incivil
Que no responda a los intereses cicateros de la beatería, de la defensa “de lo mio”, “de mi casa”, “de mi dinero”, “de mi barrio” o “de mi comodidad”. Ni de la fobia fiscal, ni del ensimismamiento de quien no alcanza a ver más allá de la esquina. Equiparable con el liberalismo alemán, canadiense, británico. Homologable a la eficacia del PNV o la etapa convergente de la política catalana. Los veintiún años de hegemonía pujolista y pactista, que coinciden con la época de mayor esplendor de Catalunya en el siglo XX. No conviene jugar contra catalanes y vascos como enfatizó Pablo Casado –trasunto de Vox--, ni exponer anatemas y amenazas estériles contra el ex-president Puigdemont—lo vamos a cazar—o para retrotraer las competencias de prisiones que estrena Euskadi, ni anular TV3, eliminar la policía diferenciada de los Mossos d’Esquadra, la persecución de la lengua y otras entidades catalanas. Los ataques y bravatas indignan a casi todos los catalanes – independentistas o no-- que advierten, como en el veto a los productos catalanes—que sigue--, la animadversión patológica, contra todo y contra todos, por el hecho de provenir de aquel territorio. De ahí al enfrentamiento civil hay un paso. Trasladable al resto de autonomías. Incluida la valenciana.
Naranjas y Fallas
La confluencia del cenit en la convención del PP en el coso taurino del carrer de Xàtiva, con el lugar elegido para el congreso del PSOE de Sánchez, sitúa a València en la zona álgida y decisiva de la política española. Dos razones: el público valenciano es dúctil y resignado para digerir actos de naturaleza electoral. Aquí todo funciona. La Comunidad Valenciana se ha convertido en zona sensible de la que depende la gobernabilidad de España. Aunque sin contrapartida. Los valencianos somos contribuyentes netos. Es lugar idóneo para albergar sínodos, contubernios, periplos papales, encuentros y conciliábulos que marcan el devenir en España. No es sitio subsidiario. A modo del que no existe. Ni levantisco como Catalunya ni autosuficiente e insolidario como el País Vasco. Es solar fértil y bonancible donde crecen naranjos y hogueras festivas para jolgorio de vecinos y visitantes. Nos entretenemos y elucubramos con las comparsas de Moros i Cristians. Lugar donde los golpes de Estado se soportan y organizan con impunidad. Después de dos ediciones fallidas de la Copa del América de Vela y al tiempo que se pagan las deudas de las anteriores, la parroquia cavernícola aún quisiera otra tercera. Que cerrara el ciclo junto con las carreras de Fórmula 1. Eventos que sembraron la nada y la bancarrota de la Generalitat Valenciana, con el resucitado Francisco Camps. Visitante asiduo de los juzgados valencianos, donde le quedan causas por las que comparecer. En cuyas incursiones no camufla sus prebendas de ex-presidente autonómico amoral: coche, chófer, secretaria, despacho y escolta.
No fa fi
Cuando Mariano José de Larra escribía en 1833 su artículo “En este país” y Ángel Ganivet explicaba a los granadinos en 1896, desde Helsinki ,que “ en este país no pasa nunca nada, porque es el país el que pasa por todo”, estos sufridores de la realidad española la desmenuzaban con la desazón de la Generación del 98, que les acompañó, a ambos, al suicidio. Últimamente hemos pasado por situaciones que llevan a meditar. Desde quien concluye machaconamente que sobran razones y falta país—ahora sí referido al País Valenciano—a quien prefiere sentirse de Madrid—centro y capital de España—negando su arraigo en tierras valencianas, para abjurar de sus orígenes. Lo valenciano no promociona relumbre ni satisface. “No fa fi”, en valenciano.
Resaca fusteriana
El viaje a la memoria de Joan Fuster, hacia su centenario en 2022, refleja, una vez más, la ignorancia de su figura. No se puede ser antimarxista sin leer a Marx. Después, la indiferencia que marca a la ciudad de València. Incluso cuando la gobernaban ediles socialistas, al adjudicarle el nombre del escritor de Sueca a una calle humillante e impropia. En la que, más que recordarle, se pretendió sepultarlo para siempre. Si alguien quiere entretenerse con el callejero, puede llevar su curiosidad, hasta las calles Constantí Llombart o Barcelona. Cuando la ciudad ha tenido y tiene en su Plaza Mayor, entre el Ayuntamiento y el Ateneo Mercantil, efigies tremendas de nefasta estética. De personajes nada vinculados a su idiosincrasia: cuarenta años del general Franco, en insolente actitud ecuestre y Vinatea, que pocos saben quién es. Ni que asesinó a su pareja por presunta infidelidad. Indigno homenaje a un machista que a nadie parece incomodar. Cosas de València.
Concienciación
Si hay algo que concentra las lagunas valencianas, es la ausencia de concienciación. El fracaso que se arrastra entre los valencianos ante la falta de “convicción civil”. Carencia que enarboló y echó de menos el catedrático e historiador, Josep Fontana, cuando enseñaba en València. “He dit que els temps eren de temor”. En los años 60-70 del pasado siglo, cuando la policía franquista—llamada brigada político social-- mancillaba la Universidad y las bandas de extrema derecha asaltaban la incipiente Facultad de Económicas. A veces hay una razón obscura en València y ocurren cosas sin explicar. Cuando se recuerda el golpe de Estado militar del 23 de febrero de 1981, no lo hacen del mismo modo los valencianos, desde su vivencia, que el resto de España-- en cuyo territorio fue una anécdota para los despistados -- si no dispusiéramos de las imágenes y los audios del asalto y la trama. No todas, por supuesto. En otros sitios no les cayó encima el terrible bando del general Milans del Bosch, que imponía marchas militares por todo contenido informativo. Severísimo toque de queda y declaración dictatorial del Estado de Excepción, desde la Capitanía General de València. En la España confiada no vivieron el secuestro del Gobierno Civil, por el gobernador militar, Luis Caruana y Gómez de Barreda, pistola en mano. Las conveniencias del momento llevaron a tirar tierra sobre los carros de combate circulando y apostados por las calles de la ciudad en una fría noche de febrero. Cosas de la València resignada y sumisa.
Asonadas
Desde el golpe de Estado de la Restauración, que repuso en la institución monárquica a Alfonso XII, València ha sido escenario y núcleo levantisco de conspiración. En 1874, ahuyentado Amadeo de Saboya y liquidado su valedor, el general Juan Prim, se violentó la Primera República española por el general Martínez Campos. Asistido por aristócratas valencianos—marqués de Cáceres-- de su confianza y activistas empresariales (José Campo, Cirilo Amorós-- que urdieron y financiaron el pronunciamiento de Sagunt. A esta asonada, siguió un periodo de crisis y recuperación en el que València actuó de cabeza tractora en España. Que desembocó en la Exposición Regional (1909), primero y española (1910). València despertaba en avances agroalimentarios e industriales impulsados por el dinamismo internacional en el mundo de los negocios. València, marginada en las tensiones Madrid – Barcelona, asumió el papel coordinador en la política regeneradora que España necesitó para salir de su ensimismamiento sin animadversiones.
Roja y miliciana
Tachada de “roja y miliciana”, núcleo en la retaguardia de los resquemores y la venganza. En la posguerra, se consideró a València y su entorno como zona rebelde. Capital de la República (de noviembre de 1936 a octubre de 1937). Base para las represalias. Todo porque unos militares se sublevaron en África, Canarias y Andalucía. En Valéncia se produjo el segundo conflicto civil a cuenta del anticatalanismo visceral. Preparado el terreno en la obscura posguerra franquista, tuvo su etapa más violenta durante la Transición—asaltos, palizas, golpes, bombas, asesinatos, terror, depuraciones, siempre impunes-- con efectos hasta la actualidad. La entelequia de los hipotéticos Països Catalans, supra- territoriales, ha servido, en décadas, de pretexto apriorístico para una supuesta alianza soberanista a combatir y denigrar. Conjura de la que no es inocente la socialdemocracia que representa el PSOE. Partido que participa de la ceremonia del bipartidismo en España, desde su visión centralista y hegemónica del poder.
En la catastrófica riada del Turia en València en 1957 se vivió un primer avance del ninguneo en financiación. Para atender a un desastre que colapsó la ciudad y sus alrededores. Ocurrió durante la represión franquista. Fueron depurados el alcalde- militar, Tomás Trénor Azcárraga, marqués del Turia y el director del diario “Las Provincias” de entonces, Martín Domínguez Barberá. Por denunciar las promesas incumplidas y el abandono de València por el régimen franquista. Hoy, 64 años después, los valencianos que han pasado por dictadura, transición, democracia, monarquía, Constitución, autonomía, gobiernos posfranquistas, socialistas, del Partido Popular y de coalición, siguen esperando la financiación justa. Sin calendario ni esperanza. En València cabe todo.