Mi vida entre edificios turísticos

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Por razones que no vienen al caso, me he pasado el mes de agosto en Valencia y he llegado a la conclusión de que aquellos vecinos que tienen un apartamento turístico pared con pared con su vivienda, tienen suerte. No me malinterpreten, solo tienen suerte por la cantidad pues en mi caso tengo, pared con pared, dos edificios turísticos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Es decir, varias decenas de apartamentos turísticos a la vez. Omito la localización de los edificios y las empresas que los gestionan para evitar problemas legales. Sus respectivos dueños y gestores están ganando dinero a espuertas. Les puedo confirmar que, conociendo los precios que cobran por cada apartamento, las ganancias anuales rondan los 300.000 euros brutos partiendo de una ocupación estimada media de su oferta apartamentil. Por cierto, desconozco dónde se abonan los alquileres, si dentro o fuera de territorio patrio, y aunque les presupongo transparencia las cuentas de ambas empresas son un tanto opacas. En ambos casos los dueños de los dos edificios han subarrendado su gestión a empresas intermediarias convirtiéndose en un nuevo modelo de rentistas. Unos más. La presión dineraria es demasiado fuerte. En medio de ambos edificios, el mío es el único edificio completamente residencial que queda en la plaza que algunos dicen es el tros alt de la ciudad.

Si se están adoptando medidas legales para que los vecinos puedan evitar los apartamentos individuales en edificios residenciales, no existe, sin embargo, ninguna medida para los vecinos que vivimos entre edificios turísticos. Ahí estamos vendidos y nunca mejor dicho, porque el derecho de propiedad prevalece sobre otros derechos. Solo nos cabe, en cada caso, avisar a la ineficiente policía local, semana a semana, tardeo a tardeo, noche a noche, de las molestias que ocasionan los sucesivos visitantes. Porque lo que sucede, como en el cambiante río de Heráclito en el que no nos podemos bañar dos veces en la misma agua, tampoco podemos advertir de las molestias dos veces al mismo turista y así nos vemos abocados a tratar en italiano, francés, holandés, inglés o en castellano, con un turista diferente cada pocos días.

Y el problema es, como todo en la Historia, cuestión de magnitudes, pues las 500 personas sentadas y otras tantas buscando dónde aposentar sus reales, que todas las noches se reúnen frente a mi ventana desde las 6 de la tarde hasta las 3 de la madrugada. Bien es cierto que a partir de esa hora y hasta las seis de la madrugada se reducen a unas 50 vociferantes personas en una relación directamente proporcional entre estado etílico y sordera. Asunto interesante a investigar. Para mí son un exceso, pero para los 20 pubs-restaurantes-kebabs-bares que existen en 50 metros a la redonda de mi casa, siempre serán pocos turistas y beberán menos de lo que esperan los hosteleros. Lo que es objetivable es el nivel de decibelios que se alcanza con el consumo de los subproductos de la industria turística. Decibelios principalmente nocturnos pues por el día los visitantes están durmiendo y esto lo sé porque sus zonas de disfrute dan a mis dormitorios (escasamente dos metros y medio) y sus entradas, salidas y fiestas quedan registradas en mis nervios alterados como si de un tacógrafo se tratara. La alternativa es bunkerizar mi casa, colocar sobremuros, sobreventanas, aislamiento sobre aislamiento, sistemas de purificación de aire y aclimatación cerrada para poder vivir con unos decibelios nocturnos aceptables. Y a veces ni así.

Llegados hasta aquí aclaremos el concepto Turismofobia. Conceptualmente el término turismo es diferente al término turista. Así pues, el concepto es correcto. Hablamos de turismofobia (especialmente a un tipo de oferta turística descontrolada y masificada) y no turistafobia. No odio a los turistas o al menos no más que a un no turista dado mi estado natural de misantropía. Me gusta ver personas paseando por la ciudad y disfrutando de ella. Lo que puede calificarse de odio (si es que esta reflexión puede calificarse como tal) es hacia la industria turística y a las consecuencias que ocasiona la hiperoferta turística y el exceso de gasto público en promoción turística para atraer más personas, para hacer lo mismo en los mismos sitios. Aquí hay una relación perversa entre demanda y oferta. En esta industria (que es lo que es el turismo) lo que hay es una oferta promocionada por fondos públicos que orienta una demanda. Es decir, la oferta precede a la demanda convirtiendo a los visitantes en objetos de consumo y construyendo una ciudad al servicio de estos para maximizar su explotación, la de su estancia y la ciudad que les acoge.

Dado que el turismo es una industria debería aplicársele los mismos controles que a cualquier actividad industrial. ¿Se imaginan que dentro de las ciudades se concentrasen en determinados barrios cientos de industrias zapateras, jugueteras o metalúrgicas? Si esto ya no pasa es porque hemos llegado a la conclusión que los olores, ruidos, y otras consecuencias insalubres, molestas y peligrosas de esas industrias deben regularse, limitarse y extraerse de las ciudades. Sin embargo, la industria turística se promociona, se permite y se tolera dentro de las ciudades incluso de aquellas que se dan sin autorización. Insalubridad, molestias y peligros que no se producen individualmente por cada visitante sino por la propia masificación de la industria, que ha instala un modelo extractivo productivista basado en mover a la mayor cantidad posible de personas, en el menor tiempo y espacio, con el menor gasto de la propia industria y con la mayor explotación de tiempo y espacio posible hasta agotar a personas, el tiempo y el espacio. Y llegados a ese punto de agotamiento, recoger velas y buscar otros espacios que explotar sin asumir las consecuencias producidas antes, durante y después de su paso.

Por cierto, una derivada curiosa de esta industria es cómo los apartamentos ilegales funcionan como pisos francos para cualquier uso legal o ilegal. Desde luego si fuera un delincuente elegiría un apartamento ilegal ajeno a cualquier control para llevar a cabo mis actividades. Pero este es otro asunto sobre el que, seguro, estará pendiente nuestra policía local.