Los vínculos

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Solo cuento lo que me pasa, sin ánimo de adoctrinar, ni de ser adivino, ni siquiera sesudo analista. Veo que las ideas se enquistan, las noticias y las realidades también; parece que todo se repite. Como consecuencia, la tentación cotidiana es quitar la tele, apagar la radio, y cerrar el periódico. Solo quedarme con el escape de una buena novela que me permita evadirme leyendo e imaginando, no vaya a ser que se me atrofie alguna neurona más.

Y esa llamada crispación, multiplicada por los medios, me acerca a la incomprensión de las ideas contrapuestas a las mías, imaginando que aquellas son absurdas y las mías acertadas. He convertido al contrario en el enemigo y dudo que eso sea razonable, pero es la repuesta que tengo cuando creo que mis principios están sitiados. 

No sé qué pensar cuando después de tanto tiempo, de tanta historia, de tanta postguerra, los nazis vuelven a ganar elecciones, vuelven a capitalizar las dudas y las crisis, vuelven la levantar sus banderas en los parlamentos con la crueldad de siempre, precisamente ahora que ese siempre se nos había olvidado.

No voy a enumerar los argumentos zafios con los que la derecha acecha y echa arena en la maquinaria cada día, otros lo hacen mejor que yo. Lo que creo es que esa derecha ya no es derecha, es una fuerza de asalto que boicotea la razón, y nos roba aquello en lo que creíamos: la justicia, la libertad, la cordialidad, los cuidados, la igualdad, la ecología.

Tal vez en lo cotidiano sé qué hacer: insistir en los principios, convivir,  aprender, abrir los ojos para entornarlos, abrazar, conversar, amar. La distancia corta reconforta porque todo está cerca, se puede tocar. Y ahí sigo.

Las dudas me aparecen en lo más general, cuando la mirada se alarga y el horizonte se enturbia. Ahí me siento indefenso y me vuelvo niño, con la rabieta como respuesta y la rebeldía descontrolada, sin aceptar el “ya lo entenderás cuando seas mayor”, porque ya soy mayor, demasiado, y no lo entiendo. Imagino a veces que el voto se ha convertido en eso, vota y ya lo entenderás. Como el chupete, que nos hace creer que nos alimentamos; sí, succionamos entusiasmados, pero seguimos teniendo hambre.

Intuyo que la solución está en el nosotros, y en los vínculos que nos conectan. No se me ocurre otra cosa. Los vínculos nos salvan porque ese es su objetivo, prolongar las relaciones, ampliarlas, compartirlas. Nos queda entender que tenemos muchas coincidencias y que hemos llegado hasta aquí, con renuncias, para descartar la mezquindad de la guerra, para anular la mentira, para recuperar la justicia, para marcar fronteras sanitarias a cualquier epidemia, y la peor no es biológica sino ideológica.

Tal vez el interés de los agoreros y los mentirosos es ese, que nos sintamos impotentes, aislados, solos. A veces lo consiguen, de poco sirve negarlo. Pero nuestro interés es el contrario: la vacuna. No permitir que el virus del desánimo nos llegue a hacer creer que todo esto es inevitable.

Así hemos llegado hasta aquí, y queremos seguir. Juntos, cerca y sin olvidar el camino. Me reconforta que desde las pinturas rupestres hasta Bansky, las paredes estén con nosotros.

Tenemos suerte porque compartimos convicciones.